Durante mucho tiempo, en el sector educativo se trabajó bajo el supuesto de que el peso de las condiciones socioeconómicas y culturales externas al sistema educativo sobre las posibilidades de éxito de los escolares era tan fuerte, que muy poco podía hacerse al interior de las escuelas, para contrarrestarlas, en el caso de que estas no fueran positivas. (Valdés, 2006).
Los estudios internacionales que hoy se han venido desarrollando ha cambiado esa percepción: el fracaso o el éxito en la escuela, está muy vinculado a la calidad del desempeño de sus docentes.
Ya en el 1988, en nuestro país, es un estudio sobre Escuelas Efectivas en la República Dominicana, encontrábamos que un director con un liderazgo fuerte y activo, así como maestros que atienden a cada estudiante de manera particular, eran dos factores claves que caracterizaban a las escuelas efectivas. (Andrews, Valeirón et al).
La Escuela es el núcleo donde se produce real y efectivamente, el hecho educativo, y no cabe la menor duda de que una educación de calidad, supone una escuela de calidad, y esto significa: maestros y directores de calidad.
Se ha dicho que “el maestro pone la diferencia” y que “un director efectivo, hace de la escuela, una escuela que aprende”.
Definitivamente el que “un niño pobre estudie en una escuela pobremente gestionada hará que éste vea su pobreza social y económica incrementada geométricamente”.
Estoy convencido que una escuela de calidad, no es sólo un fin que los sistemas educativos se proponen, es una cuestión de derecho y de ética. Ofrecer una educación ineficiente, no es más que contribuir con la reproducción del ciclo pernicioso de la pobreza real.
Es decir, ofrecer una educación de calidad supone, maestros y directores de calidad y efectivos; son una garantía de que los y las estudiantes tendrán grandes oportunidades para aprender, es decir, desarrollar sus competencias y habilidades, así como sus múltiples inteligencias.
Podrán perfeccionarse los planes de estudio, programas, textos escolares; construirse magníficas instalaciones; obtenerse excelentes medios de enseñanza, pero sin docentes eficientes no podrá tener lugar el perfeccionamiento real de la educación. (Valdés, 2006). Es lo que mejor hemos hecho, sin dudas.
En nuestro país, ofrecer una Educación de calidad, fue el propósito del Plan Decenal de Educación 1992-2002; del Plan Estratégico de la Educación dominicana 2000-2004, y continua siendo el propósito del Plan Decenal de Educación 2008-2018. La deuda está pendiente desde hace muchos años, y sus intereses se incrementan vertiginosamente, haciendo esta deuda más pesada y complicada de enfrentar.
Desde inicios del Plan Decenal de Educación hasta la fecha, se han llevado a tres procesos de Evaluación del Desempeño Docente en la República Dominicana: 1993, 1999 y 2007-08. En el período 2000-2004 no se concretó más allá de una propuesta de cómo hacerla.
Estas tres experiencias han tenido dos elementos comunes:
1. Sólo han estado dirigido a los docentes que laboran en los Centros Educativos. No se aplicaron las evaluaciones al personal técnico docente de los distritos, como tampoco de las regionales y la sede central.
2. Las tres se hicieron con el propósito de aplicar los incentivos salariados consignados en acuerdos y otros documentos oficiales.
El pecado original de estas tres experiencias estuvo en el segundo aspecto: haberla hecho con fines de aplicación de incentivos salariales. Los resultados son conocidos por todos.
La última experiencia tuvo un ingrediente nuevo, no sólo se tomaron datos de la opinión sobre el desempeño de los docentes (maestros, directores y otros docentes), sino que se hizo un esfuerzo por hacer un proceso de evaluación institucional: autoevaluación por el propio centro y verificación por una comisión externa de colegas. Esta evaluación tenía un peso del 40% de la evaluación final del docente.
Tres informaciones muy interesantes surgieron de esta evaluación y que tienen que ver con las dimensiones del desempeño docente peor evaluadas (autoevaluadas):
- La atención a cada estudiante en particular en su proceso de aprendizaje.
- Los organismos de participación funcionan.
- El Centro Educativo tiene un Proyecto Educativo de Centro.
En sentido general, estas tres experiencias nos han dejado muy claro, que contra los “intereses particulares” de las personas es difícil poder actuar, sobre todo cuando se trata de alcanzar un cierto mejoramiento de un salario de por sí poco atractivo.
Ahora bien, que supone una evaluación del desempeño como estrategia de aseguramiento de calidad educativa.
- Una política de formación y desarrollo docente que asegure:
- Que los mejores estudiantes del Nivel Medio se sientan atraídos por la carrera docente.
- Que los aspirantes a maestros y directores, tengan un perfil de entrada que asegure que la formación inicial cumpla con sus propósitos.
- Respeto estricto a la carrera docente, haciendo de la misma, una oportunidad de mejora en todos los sentidos educativa, social y económicamente.
- Una oferta de formación docente efectiva, que asegure desarrollar las competencias necesarias para un ejercicio docente efectivo de la gestión educativa en el aula y la escuela.
Con esas condiciones o presupuestos funcionando, es posible desarrollar un proceso de evaluación del desempeño para la mejora de la gestión.
Valdés (2006) señala que la evaluación profesoral no debe verse como una estrategia de vigilancia jerárquica que controla las actividades de los profesores, sino como una forma de fomentar y favorecer el perfeccionamiento del profesorado, como una manera de identificar las cualidades que conforman a un buen profesor para, a partir de ahí, generar políticas educativas que coadyuven a su generalización.
En Finlandia, para entrar a la carrera de educación, el aspirante debe estar colocado en el decil diez (90 y más) en sus promedios de estudios del Nivel Medio. Pero aún concluida la formación superior, el candidato a maestro/a debe exhibir determinadas competencias. Por ejemplo para los primeros años del nivel básico, el maestro debe mostrar niveles altos de competencias lectoras, matemáticas, comunicación y artes.
Con un maestro/a dotado de tales competencias, la evaluación se constituiría en una herramienta poderosa para “ser mejor”.
La evaluación del desempeño docente debe ser concebida como parte integral de la formación y desarrollo docente. Una política de evaluación del desempeño tiene sentido, si existe una política integral de formación docente. La evaluación no produce milagros. Sólo recoge de manera sistemática información, la organiza, la analiza y valora, a fin de decidir el curso de acción a seguir para el mejoramiento.
Si tomamos como cierto lo planteado por el Departamento de Pedagogía de la UASD hace algunos años, de que la mayoría de los estudiantes que cursaban la carrera de educación, apenas alcanzaban un 6º en comprensión lectora, ¿que esperamos que la formación docente haga? ¿Maestros lectores? Aprender a leer de manera comprensiva se aprende primero en el Nivel Básico. El Nivel Medio mejorará esta competencia. La educación superior, la cualificará.
El Segundo Estudio Regional Explicativo y Comparativo (SERCE), cuyos resultados se dieron a conocer el año pasado, plantea que el 43% de nuestros niños y niñas de 3º del Nivel Básico, no llegan incluso a dominar los ítems del Nivel de Desempeño más básico (Nivel Uno), es decir, se colocaron en un Nivel 0. ¿Por qué estos resultados? Reconocemos que hay factores externos (el nivel socioeconómico y el índice de desarrollo humano) que pesan sobre los mismos; también factores propios de los estudiantes: motivación, interés, años de escolaridad e historia de repitencia, entre otros, pero también, hay otros factores que son propios el proceso de enseñanza y aprendizaje, y algunos de ellos tienen que ver con la formación docente.
Recuerde lo que decíamos al inicio de nuestra intervención: la escuela y el maestro hacen la diferencia.
Quiero concluir diciendo: una política de evaluación del desempeño docente en nuestro país, debe asumirse a partir de una política de estado de formación y desarrollo docente, que empiece por crear condiciones óptimas: económicas, sociales y culturales que hagan atractiva dicha carrera entre aquellos que son los mejores; que eleve la imagen social del docente (maestro y director), y donde prime exclusivamente la meritocracia, como principio de ingreso, desarrollo y permanencia.
Bibliografía:
- Valdés Veloz, Héctor. (2006). La Evaluación del desempeño docente: un pilar del sistema de evaluación de la calidad de la educación en Cuba. 1er Seminario Internacional de Evaluación de la Educación. Cartagena de Indias, Colombia.
- Andrews, J., Valeirón, J., Rogers, T., de Windt, E. et al. (1988). Las Escuelas Efectivas en la República Dominicana. Informe de Investigación.
Nota: Este trabajo se presentó en el Panel sobre Evaluacion y Certificaciön del Desempeño Docente en el marco del Simposio Internacional: Certificación Docente y Calidad Educativa; organizado el Centro de Estudio Educativos del Instituto Tecnológico de Santo Domingo, el 15 de Octubre, 2009.