Sobre un hecho ya pasado, que puede repetirse…

Cumplió la pena que la justicia en aquel momento le impuso por su participación en un crimen que aún recordamos con espanto, indignación, y hasta rabia…

20 años pudieran parecer mucho, pero no parece que han bastado para borrar un hecho que nos consternó a todos y a todas.

Se implora el perdón, se apela a la razón cristiana, al cumplimiento de la pena impuesta, pero el dolor es tan profundo, que parece que continúa latiendo en el centro mismo de nuestro pecho.

Es su derecho hacerlo, falta aún que la sociedad sienta que tenga el deber y quiera otorgarlo.

Fue un acontecimiento que dejó muchas dudas y preguntas sin respuestas. A lo mejor es preferible no conocerlas todas.

Traigo esto a colación pues hechos como éste no sólo dejan huellas en quienes lo han padecido directamente, sino también en el alma de quienes fuimos testigos de todo cuanto aconteció a su alrededor, y que nos conmovió en lo más profundo de nuestro propio ser.

No es mi intención negar derechos, como tampoco incentivar adversidades. Solo pretendo generar procesos, si es que esto puede o no ser necesario, de sanar heridas en la conciencia social, o mejor, en el inconsciente colectivo. Todo ello con el propósito de recuperar la indignación como principio de vida ante la negación de la vida; de recuperar la bondad y la compasión, como valores fundamentales para respetar la vida. De anteponer la vida a la muerte, que no fuera solo por una causa de vida justa, noble e imprescindible, y aún así, reivindico siempre la vida; por la necesidad de recuperar el sentido y significado de la vida misma como un don gratuito de lo divino.

A propósito de la tragedia en Japón

Los seres humanos a lo largo de miles de años, hemos ido desarrollando la idea y creencia de que somos únicos con vida racional y emocional, y eso nos ha colocado en la perspectiva de hacer y deshacer con todo, con nosotros mismos, la naturaleza y todos los seres vivos. La conciencia de que somos parte integral del entorno social y natural se ha visto limitada por tales ideas y creencias.

Para justificar tal perspectiva, históricamente hemos construido todo un conjunto de mitos y leyendas, que parecen proporcionarnos un cierto sentimiento de «seguridad» respecto a la incertidumbre de la vida, y al mismo azar, conque la naturaleza «expresa»  a través de múltiples fenómenos, los efectos que nuestro comportamiento lleva consigo. 

Al mismo tiempo, y ante el rigor con que la propia naturaleza se manifiesta, hemos construido una cultura que nos permite «adaptarnos» y sobrevivir a sus designios y manifestaciones. Todos los estilos de vida habidos y por haber a lo largo de miles de años se han construido a expensas de esta realidad. Definitivamente, que ante la lentitud con que nos adaptamos a los cambios naturales, hemos tenido la habilidad de pretender cambiar la realidad a nuestras propias características.  Para ello, hemos hecho grandes transformaciones con los instrumentos tecnológicos que nos ha proporcionado, y ha hecho posible, el conocimiento científico desarrollado.  Explotamos todos los recursos naturales necesarios, con tal de proporcionarnos una vida agradable y cómoda. Nuestros esfuerzos por alcanzar los propositos soñados, no han tenido barreras, y cuando éstas han surgido, hemos sido capaces de derribarlas o bordearlas.

En el ámbito del Oceáno Pacífico (en varias ocasiones en los últimos años), y en el del Atlántico también, se han puesto de manifiesto diversos fenómenos que van marcanodo historia: Tsunamis, terremotos, ciclones, todos con altísima intensidad, dejándose sentir con consecuencias funestas, sin importar clase social, edad, niveles educativos y/o alfabetismo, ni ningun otro distintivo social que pretenda establecer diferencias entre los seres humanos. Ante estos fenomenos «todos somos iguales», tan débiles e insignificantes, que en un solo segundo nuestra historia personal y la de nuestros seres queridos, puede pasar a ser historia. Todo lo construido, a lo largo de una vida de trabajo, puede de pronto convertirse en ruínas. Las escenas en Indonesia, New Orleans, Haití, Japón, Chile son sólo muestras de la capacidad destructiva de estos fenómenos naturales. Que al decir de los propios científicos, no son otra cosa que las consecuencias con que hemos manejado los recursos que la propia naturaleza nos ha ofrecido en gratuidad para vivir en ella.

Estamos tentados a buscar miles de explicaciones cientificas, y asi mismo, implementar igual cantidad de procedimientos tecnologicos que satisfagan nuestro deseos de sentirnos en «poder» de controlar las fuerzas de la naturaleza. Ya antes, cuando apenas naciamos a la vida como seres humanos, creamos todos los seres sobrenaturales que fue posible gracias a nuestro ingenio. Aquellos que controlaban todo tipo de fenomenos naturales, como tambien nuestras aspiraciones y deseos internos. El vinculo con ellos ha sido «adornado» tambien de muchas maneras y protocolos, tantos, que incluso es la forma de vida de miles y miles de seres humanos. Todo ello nos propociona la seguridad y certeza que necesitamos ante lo desconocido, la incertidumbre y el azar de una naturaleza que cambia a pesar de nuestros deseos y todos nuestros conocimientos.

De nuevo hoy, los medios de comunicación nos proporcionan imágenes de lo rápido conque la naturaleza se expresa, y lo rápido con que el fruto de nuestro trabajo y dedicación de toda una vida, se destruye y retuerce. ¡Cuán frágil es la vida humana y todo lo que ella ha construido!

No nos basta contemplar esta realidad tan cruda y decisiva; no, por supuesto, también construimos muchas otras miserias humanas con nuestros egoismos y afán de acumular recursos acosta de muchos hombres y mujeres. Millones de seres humanos mueren por aquellos que a otros les sobra y tira al suelo. Estos son terremotos y tsunamis que crean y mantienen catástrofes iguales o mayores que las que vivimos hoy. Nunca antes en la historia humana se ha producido tanta riqueza, conocimientos y tecnologías, pero de la misma manera, tampoco se produjo tanta miseria, exclusión y pobreza.

Aún nos encontramos a tiempo para construir un mundo más humano, justo e incluyente. Un mundo centrado en la solidaridad y la dignidad. Donde podamos sentirnos y visualizarnos como parte de la propia naturaleza y no como seres extraños a ella. La Madre Tierra nos reclama ese cambio dramático de conciencia y de acción. Solo la terquedad de quien se considera único, por encima de los derechos de los demás, no lograría entender plenamente este reclamo.