Violencia a la mujer: es una violencia a la vida.

Anteriormente escribí un artículo titulado “Violencia ¿qué está pasando?”. En este me concentraré en la violencia a la mujer.

El próximo 25 de noviembre celebraremos de nuevo el “día de la NO violencia contra la mujer”, es decir, el día de la NO violencia contra la vida, quiero también entenderlo así.

Los femenicidios – el acto criminal contra la mujer – se ha constituido en una noticia del diario vivir de la prensa, que por su forma, y a veces estilo de presentación, nos deja en el ánimo una especie de lotería macabra (llevando un conteo de los casos que han sucedido en el año). ¿Nos hemos detenido a pensar sobre ello? ¿Es una buena estrategia de información? Claro que el número espanta, pero no significa el desarrollo de una mayor conciencia sobre el particular. Si de información estadística sólo se trata, quizás sí, pero si la razón es colaborar para disminuir tan oprobiosa conducta, tengo mis dudas. Los casos aumentan, se sigue el “dichoso” conteo.

En un periódico matutino del 18 de octubre pasado, se lee: SANTO DOMINGO.- La Policía Nacional informó la muerte de Estefanía Cerra Basora, de 29 años, y Sandra Milagros Angomás Pérez, de 28, quienes fueron asesinadas a balazos por sus exconcubinos, en hechos separados ocurridos en La Vega y el ensanche Ozama, Santo Domingo Este.

Una nota informativa de la institución señala que Ruddy Edgar Morel Ramírez, de 41 años, disparó contra Cerra Basora en su casa ubicada en la entrada Los Basora, distrito municipal de Cutupu, quien murió en el centro médico Padre Fantino.

Mientras que Héctor Montero Montero, de 32 años, mató a su ex concubina Angomás Pérez al dispararle a la cabeza con una pistola marca Bersa calibre 9 milímetros No.70982, (¿importante la marca, el calibre y su número? Con eso no sé qué hacer.) con la cual posteriormente se disparó, lo que motivó su ingreso en la Clínica Integral II, ubicada en la avenida Mella, Santo Domingo Este.

En ese mismo diario, en fecha 1 de julio de 2011 se publica:

La más reciente cifra oficial, dada a conocer en abril por la Fiscalía, revela que hasta ese mes  25 mujeres fueron asesinadas por sus parejas.

Sin embargo, a finales de junio, la directora de la Coordinadora de Mujeres del Cibao, Yolanda Santana, denunció que en lo que va de año, al menos 36 mujeres han sido asesinadas en el país y miles han sufrido agresiones.

Sólo el pasado 17 de junio, se reportó el asesinato de tres mujeres

La información aparece clara, muy precisa y casi impecable. Pero sigue siendo una información más. No se distingue mucho de otras noticias.

Es casi como si dijéramos: Portugal, Irlanda, Croacia y la República Checa se clasificaron ayer a la Eurocopa de 2012 tras imponerse en las series de…

Se trata de una noticia del football que sale en ese mismo diario y la misma fecha. Se lee casi igual, pero el significado es “muy distinto”.

Sin restarle “valor” a la información, no se trata solo de informar, hay una obligación de generar valores y actitudes que favorezcan el respeto a la vida; que promuevan comportamientos diferentes y una conciencia nueva. La información, por sí sola, no genera ni esos comportamiento, ni mucho menos, esa conciencia nueva.

Me pregunto, y es una pregunta que le hago siempre a mis alumnos de Psicología Social en la universidad cuando abordamos el tema de los medios de comunicación y la socialización: ¿cómo impacta la información que se transmite a través de los medios de comunicación en los niños, niñas, adolescentes, jóvenes, e incluso, personas adultas, si cada una de esas personas vive una realidad interior diferente? ¿Qué significados terminan atribuyéndole? ¿Cómo “la noticia” puede convertirse en un incentivo a seguir determinados patrones de conducta? ¿De qué manera enfocar la información para generar valores y una conciencia nueva? ¿Acaso no responden los mismos medios –y las personas – que redactan la información, a las mismas lógicas morbosas, de quienes solo se “informan” del hecho, sin que ello genere una conciencia crítica, una manera nueva de pensar y actuar?

En mi artículo anterior hacía referencia al modelo afectivo general de la agresión propuesto por Anderson (1996). Decía que este modelo habla de unas “variables de entrada”, las cuales se pueden constituir en factores de activación de los estados afectivos y cognitivos generadores de violencia. Una de esas consideraciones, señalaba, es la exposición a modelos agresivos, que en personas con afectividad negativa, irritabilidad, creencias sobre la agresión, valores pro-agresivos y patrones de comportamientos agresivos, terminarán poniendo de manifiesto tales subjetividades en quienes se constituyen, en un momento determinado, su objeto de agresión. Se reconoce y enfatiza la importancia que tienen en la agresión el aprendizaje, diversas variables de entrada elicitadoras, las cogniciones, las diferencias individuales y los estados afectivos.

Esta información que nos viene de las teorías modernas de la agresión, nos advierten que son múltiples los factores que pueden desencadenar actos de violencia, en aquellas personas propensas a las mismas.

Tómese en consideración el “efecto de desensibilización”, provocado por una continua exposición a hechos de violencia, desarrollando no solo insensibilidad, sino también cierta indiferencia al dolor de los demás. Algunos estudios sugieren que la exposición a escenas de violencia puede activar la disponibilidad de pensamientos hostiles, de tal manera, que la facilidad con que éstos vienen a la mente incrementan la posibilidad de acciones agresoras en personas propensas a las mismas. Si a esta situación, también se le agrega la violencia generalizada en la televisión y/o el cine, así como en determinados mensajes de canciones populares, el problema se hace más grave.

No seamos ingenuos. Todos los que leen la información noticiosa no están colocados en el “patrón de vida normal”. Los seres humanos nos movemos en un continuo normalidad – anormalidad muy frágil. Hay quienes, en determinadas circunstancias, traspasan la frontera de esa fragilidad. Y la exposición continua a un ambiente de violencia, con el agravante peor, el manejo “irritante” en diversas situaciones, de quienes administran la justicia o la pena que esta impone, termina siendo un detonador de comportamientos violentos.

Junto al derecho de informar, y porque no, de estar informado, también está la ética de la información y la responsabilidad ética al informar.

El tema no es simple, tiene grandes complejidades. Los comunicadores sociales, en sentido general, han desarrollado “una creencia” de sentirse en el deber (a veces casi como un derecho) de decir, dirían informar, todo cuanto consideren “noticia”. A veces, sobre todo los que manejan medios de televisión y radio, no miden sus palabras, cayendo en la vulgaridad, sin medir lo que ello significa para tantas personas que los ven y escuchan.

Un hecho histórico: Cuando Orson Welles era un joven de 23 años, el 30 de octubre de 1938, en un programa radial que se transmitía por la CBS (Columbia Broadcasting System) dio a conocer una información que paralizó de miedo a quienes la escucharon: invasores provenientes del planeta Marte habían tomado los Estados Unidos y estaban acabando con todo cuanto se anteponía en su camino. La prensa escrita del día siguiente presentaba la información relatada por la periodista Dorothy Thompson, del periódico New York Tribune, cómo, luego de recibir tal noticia, muchas personas de Nueva Jersey entraron en pánico y salieron de sus casas aterrorizadas con toallas húmedas en su cabeza para protegerse de los gases venenosos. Otras, se dirigieron a las estaciones de trenes y autobuses para tratar de escapar “del fin del mundo”.

A setenta y tres años de ese acontecimiento, esa información nos produce una verdadera carcajada (¡Qué brutos! Diría un amigo costarricense). En Santo Domingo, hace ya más de 10 años, en horas de la madrugada corrió un rumor en toda la costa sur desde San Pedro de Macorís y la ciudad capital: un maremoto iba a destruir toda la ciudad de Santo Domingo. Un apreciado amigo, con una sólida formación en ciencias naturales, despertó a su familia y emprendió la huida rumbo hacia las montañas del centro de la isla (el Cibao), y aproximadamente a unos 50 kms en plena carretera, parece que la razón volvió a “reinar en su conciencia” y pensó que aquello era una simple locura, una idiotez, pues los maremotos – en esa época y por estos lados del mundo – no se anda pre-anunciándose su ocurrencia.

En ambas situaciones el poder del rumor, de la información desató las corrientes de la sinrazón, provocando pánico, y actitudes y conductas no guiadas por principios racionales. ¡El poder de la información! Le basta con encontrar una mente en que las estructuras racionales estén bloqueadas, para desatar comportamientos a todas luces irracionales.  

No todo comportamiento humano está guiado por una estructura mental racional, moral o ética. También la estructuras irracionales de dicha estructura mental puede tomar, en determinadas ocasiones, el control de los comportamientos humanos, y manifestándose entre otras maneras, como violencia contra otros seres humanos.

La violencia contra la mujer, es una violencia contra la vida; como tal debe ser erradicada. No se trata solo de “enseñar valores”, sino de contribuir a la construcción de valores de bondad, respeto y responsabilidad, entre otros, como también actitudes que nos predispongan a la solución pacífica de nuestros conflictos y diferencias.

Algunas sugerencias para construir este proceso:

En el orden de los medios de comunicación:

  1. Replantear el enfoque social de la información de prensa sobre la violencia, empezando con el respeto a la dignidad del cadáver. Su burda exposición no genera solidaridad y compasión.
  2. Insistir en la dimensión ética de la comunicación social. No solo se trata de comunicar, sino de hacerlo en un “cierto sentido.
  3. Desarrollar campañas a través de los medios de comunicación con el modelaje de actitudes y comportamientos de respeto y cortesía, como de enfrentamiento pacífico y dialógico frente a los conflictos con los demás; y en el caso que nos ocupa, de respeto, aprecio, protección y cariño hacia la mujer, entre muchas otras actitudes positivas.
  4. Desarrollar Comité de Ética del Comunicador Social, a fin de que puedan estos profesionales tener la oportunidad de comprender la dimensión ética del ejercicio de su profesión.
  5. Desarrollar debates públicos sobre la dimensión ética de la información.
  6. Introducir estos debates de forma constante, en las carreras universitarias que forman a los futuros comunicadores, y otros profesionales.

En el ámbito de la educación:

  1. Aprovechar los conflictos que se generan en las propias escuelas entre los estudiantes y los propios docentes, como oportunidad para la reflexión y búsqueda de soluciones en el marco del diálogo y el respeto al otro, guiados por los principios éticos.
  2. Fomentar en los estudiantes, a través de múltiples estrategias y acciones, una cultura de paz.
  3. Poner a funcionar (¡ y que funcionen!) los Comités de Ética Educativos en todos los niveles del sistema educativo: Sede Central, regional, distrital y escolar; propiciando el debate y la reflexión de los problemas y el accionar, desde los principios de la ética.

10.  Dar a conocer en los centros educativos, y a través de todos los medios necesarios (murales, presentaciones en aula, reuniones, etc) los principios que fundamentan una vida responsable, fundamentada en el diálogo y la aceptación de las diferencias.

En otros ámbitos:

11.  Fomentar y promover una cultura de paz y de respeto, a través de múltiples medios y en diferentes ámbitos sociales: instituciones educativas, lugar de trabajo, el hogar, las iglesias, los clubes, etc.

Estas ideas y sugerencias no son de naturaleza exhaustiva, sino un breve menú de opciones que siempre podrá enriquecerse a partir de las diversas experiencias personales y sociales.

Violencia ¿Qué está pasando?

Cada día al abrir la prensa escrita o comentar la noticia con un pariente o amigo, sale la ya no nueva noticia del asesinato de una mujer en manos de su ex-esposo, o su esposo, o cualquier otra persona; un “presunto” delincuente en un intercambio de disparos con la policía, o un policía que también fallece por ese mismo acontecimiento; que encuentran el cuerpo sin vida de una mujer o un hombre… el rosario de pérdidas de vidas en situaciones no “naturales” se ha convertido en pan nuestro de cada día.

Más reciente: un hombre (no importa su nombre) en una discusión por un parqueo, no exhibe otro comportamiento que no fuere “resolver” el problema disparando con la pistola que porta “legalmente”. ¡Por un parqueo! No importa los lamentos posteriores, si “volvió o no loco”, se cometió un asesinato “por un parqueo”.

La semana pasada, en medio de una reunión, recibo una llamada de mi segundo hijo, que requería de mi presencia en la emergencia de una clínica de la capital. Un taxista en un carro Toyota Corolla verde claro, en la Abraham Lincoln casi esquina Manuel de Jesús Troncoso,  lo golpeó en la cara, aparentemente con una “manopla”, porque quería “que se resolviera de inmediato” el accidente que se produjo cuando él “tuvo que frenar de golpe” y ambos vehículos chocaron los bompers sin que hubiese ninguna rotura, ni siquiera una abolladura. Mi hijo recibió una trompada imprevista en la cara estando sentado en su vehículo (al decirle que entonces fueran a la Casa del Conductor) que no solo le abrió la piel, sino que incluso le abrió la arteria que irriga el músculo de los labios, provocándole un sangrado intenso.

¿Qué está pasando? ¿Por qué tanta violencia? Es una pregunta que oigo a diario. Todos estamos preocupados por los niveles de violencia que ya parecen ser endémicos. No tiene nada que ver con las condiciones sociales de las personas involucradas en hechos de violencia, ni tan sólo por aquellas que tienen que ver con los entornos. La escalada de violencia se pone de manifiesto en las diferentes clases sociales y entornos.

En el marco de la Psicología Social, se aprecian varias concepciones sobre el tema. Una de ella es la teoría del impulso, es decir, el motivo para dañar a otros. Se sugiere que la agresión proviene de condiciones externas que activan el motivo para dañar o herir a otros. Una de las más conocidas es la que se construye a partir de la hipótesis frustración-agresión.  Esta teoría plantea que la conducta agresiva está impulsada desde dentro por impulsos para dañar o herir a otros. Se sugiere que este impulso se explica por factores externos como la frustración. Muchos psicólogos sociales ya no se adscriben a este tipo de explicación. Recientemente se han construidos explicaciones alternas, como aquellas que ponen su mirada en el aprendizaje, las cogniciones, el estado de ánimo y la activación.

Estas perspectivas son analizadas desde el modelo afectivo general de la agresión propuesto por Anderson (1996).

Esta teoría nos plantea que la agresión se desencadena a partir de un conjunto de factores (las denomina “variables de entrada”), las cuales influyen en la activación, los estados afectivos y las cogniciones, desencadenando los actos violentos.

Anderson explicita que los factores de entrada pueden identificarse, por un lado, como provocación, frustración, exposición a modelos agresivos, señales asociadas con la agresión, y otros factores como incomodidad/afecto negativo, etc.; por otro lado, identifica factores como la afectividad negativa, irritabilidad, creencias sobre la agresión, valores pro-agresivos, patrones de comportamientos agresivos aprendidos, etc.  Estos factores generan estados afectivos que activan los procesos de agresión. El punto central de estas teorías se encuentra en el reconocimiento que tienen en la agresión al aprendizaje, las ideas y creencias, así como determinados estados afectivos (frustración, entre otros).

No es nuestra intención en esta ocasión, hacer una exposición académica sobre los estudios y conjeturas que desde la psicología social se han hecho en los últimos años sobre el tema, y a riesgo de parecer simplistas, me voy a limitar a hacer referencia de dos cuestiones: una, la que tiene que ver con el efecto de los medios de comunicación de masa en el desarrollo de la conducta violencia, y la segunda, de la reflexión personal sobre el tema y las políticas públicas.

Varios autores, entre ellos el propio Anderson (1997); Berkowitz (1993); Paik y Comstock (1994); Wood, Wong y Cachere (1991), entre otros han planteado la “la exposición a la violencia en los medios de comunicación puede de hecho ser un factor que contribuye a los altos niveles de violencia en países donde esos productos son vistos por grandes cantidades de personas”, según señalan Baron y Byrne (2005).

Las explicaciones al respecto van desde los procesos de aprendizajes que estas exposiciones originan, así como la generación de comportamiento de agresión en personas con predisposición a la misma, y el efecto de “desensibilización” que se genera en las personas, que no es tampoco despreciable.

El Dr. Miguel Suazo hace unos meses que escribió en la prensa dominicana un artículo interesantísimo, desde el punto de vista de la ética, sobre la dignidad del cadáver. Pero incluso, el propio medio en que este artículo se publicó no ha sido capaz de entender la importancia de lo señalado por el autor. Las fotografías dantescas sobre hombres, mujeres, niños y niñas asesinadas, parecen más bien satisfacer la necesidad morbosa tanto del medio, como de aquellas personas que parecen disfrutar de las mismas, al convertir estas noticias en su fuente principal de información. No puedo olvidar, la edad me lo permite, recordar aquellos viejos programas de radio “El informador policíaco” y “El suceso de hoy”.

La cotidianidad del crimen, del abuso, del asesinato a mansalva se ha convertido en parte de nuestra cotidianidad. No se trata de que estas informaciones se oculten, sino la forma como son manejadas por la prensa escrita y televisada. Algunas personas argumentarían que tales noticias son las que “venden”, olvidando el efecto perverso que tiene en el ánimo de las personas, así como en el condicionamiento que se produce. La racionalidad de “crecer” en audiencias (y dinero) se sobrepone a cualquier otra consideración social o de cualquier índole.

La responsabilidad del medio y de quienes lo dirigen, por múltiples razones, tiene que manejarse considerando estas consecuencias y lo que supongo, el “compromiso ético” con su función social de informar. Personalmente, y asumiendo los riesgos que esto supone, en términos de estas informado, hay personajes y programas de la televisión y la radio dominicana, que me niego rotundamente a ser parte de su “audiencia”. No solamente los considero “agresores” a la inteligencia de las personas, sino incluso de mercaderes de la información. Las anécdotas que salen en cualquier reunión social entre amigos o conocidos son múltiples, en sus capacidades de extorsión y mentiras, con que se manejan. Lo más irritante es lo bien que viven de ellos, pues cobran por callarse o por hablar, todo depende de quién sea el o la interesada.

Lo que sí es verdad, es que ya la violencia no nos “asombra”, todo lo contrario, nos han acostumbrado a sus modalidades, sus expresiones, las diversas maneras como se ejecuta, o incluso, de quienes sufren directamente sus efectos, sin ningún juicio moral o ético. La información noticiosa es una mercancía que hay que vender, posiblemente tan perversa como la venta de substancias psicoactivas; solo que esta nadie regula. Se encuentra en las manos de quienes comercializan con la misma.

La otra cuestión es el ambiente de irrespeto y agresión que se siente en las calles dominicanas. El irrespeto a las leyes de convivencia, incluso, por autoridades  militares y gubernamentales, se ha constituido en un modelaje permanente.

No sé para qué existe una Policía Nacional o una Autoridad Metropolitana de Tránsito. Estas instituciones son protectoras, ya explícitas, de las tantas violaciones – que por ejemplo en el tránsito-  ocurren todos los días y a todas horas. Parecería que las autoridades no se percatan del efecto perverso que tal desorden genera en la población. Nos irrita, nos pone de mal humor, nos conduce justamente a la violación permanente de las normas de convivencia social.

Toda la cuestión de “barrio seguro”, “seguridad democrática” no son más que globos, bombas de humo que no han podido contribuir en nada al tema en cuestión, porque no hacen más que convivir con la violencia y la agresión social misma.

 

¿Qué hacer?

Estamos llamados todos a cerrar filas, hay que insistir “sin cansarnos” en el desarrollo de una cultura de paz, pero sobre todo de respeto a la vida. Desde el ámbito de todas nuestras instituciones sociales: educativas, empresariales, gremiales y sindicales, religiosas, estatales. Por doquier hay que levantar esta bandera, no darle tregua al comportamiento violento.

Tenemos que desarrollar estrategias nuevas y hacer eficientes las que ya existen. Veamos:

  1. El problema no es del código penal, sino de quienes gestionan su aplicación y quienes tienen la responsabilidad de la administración de sus consecuencias. Hay que desarrollar un prontuario, una bitácora pública de estos procesos.
  2. Los condenados deben cumplir lo que establecen las leyes. La aplicación de la ley no puede ser discriminatoria: sí para algunos y no para otros. La ley es ciega, cuando se trata de su aplicación. No mira ni condiciones ni clase social, se supone igual para todos.
  3. Hay que desarrollar e incentivar los modelos no agresivos a través de todos los medios. Incentivar el auto-control y la contención. Fomentar la moderación.
  4. Tenemos que capacitarnos socialmente en habilidades sociales: aprender a llevarnos bien con los demás, particularmente con nuestros vecinos.
  5. Algo mucho más fácil: reir más y enfadarse menos. Es decir, se trata de inducir estados afectivos contrarios a la agresión.
  6. Eliminar de nuestra cotidianidad todo aquello que se constituya en una fuente de irritación y malestar (hay muchos programas de la radio y la televisión que deberían sentir la perdida de audiencias, esa sería una gran lección).

La responsabilidad de la violencia y la agresión es muy compleja, no hay un único factor que la determine, sino una multiplicidad. Todos debemos colaborar en ello, de manera especial, los medios de comunicación de masa, que llegan a muchas personas al mismo tiempo, pero también en la creación de mecanismos institucionales que los regule en este aspecto.