Reflexionando a propósito de El Informe McKinsey: ¿Qué hacer? No tenemos más excusas. Segunda Parte.

En el artículo anterior, y partiendo de las tres dimensiones o características fundamentales que el Informe McKinsey señala son la explicación de los sistemas educativos exitosos, terminábamos preguntándonos:

¿Qué es lo que todavía no hemos hecho en materia educativa para desarrollar una escuela y un maestro y docente de calidad?

¿Qué estamos haciendo mal y que no debemos seguir haciendo, erradicándola cuanto antes?

¿Cuáles son aquellas políticas y prácticas que son “buenas” y que deben permanecer como políticas de Estado?

En el primer Informe McKinsey, recuerden, se planteaba que la calidad de ningún sistema educativo estará por encima de la calidad de sus docentes.

Ya en el 1988, en el estudio  “Las Escuelas Efectivas en la República Dominicana”, se ponía en evidencia que dos factores ponían la diferencia entre las escuelas efectivas de aquellas que no lo son: “el liderazgo fuerte y activo por parte del director” y “maestros que acompañan personalmente a cada estudiante en el aula”.[1] Estas son evidencias del peso que tiene una gestión efectiva en los procesos de aprendizajes de los estudiantes.

Desde el Ministerio de Educación se ha venido impulsando, desde hace ya varios años, la idea de centrar los procesos de reformas en la gestión educativa (institucional y pedagógica). Se ha planteado la necesidad de “transformar la gestión para transformar la escuela”, fue el lema que sirvió de base al Modelo de Gestión para la Calidad de los Centros Educativos.

Este proceso de transformación tiene su núcleo en el docente que gestiona los procesos educativos desde la escuela, y de manera particular, en el aula. Una escuela de calidad, es una escuela con directivos y maestros de calidad.

Desde principios de año, este Modelo de Gestión ha sido identificado como el Modelo Pedagógico de las Escuelas Efectivas; se trata de un modelo pedagógico centrado en los aprendizajes con convergencia de medios. Es decir, el maestro en el aula debe constituirse en un agente activo de cambio, promoviendo el uso en el aula de todos los recursos posibles que puedan constituirse en oportunidades para aprender. Así los libros de textos, la televisión educativa, las bibliotecas escolares, los propios recursos naturales del medio ambiente y la comunidad que rodea la escuela, deben ser oportunidades para que los estudiantes puedan desarrollar sus competencias, habilidades y actitudes que sirvan de base a los aprendizajes.

Este Modelo Pedagógico se resume en tres dimensiones principales, que articuladas, deben constituirse en una oportunidad de transformación de la escuela y que conceptualizamos de la siguiente manera: Para alcanzar procesos de aprendizaje de calidad en los estudiantes son imprescindibles maestros efectivos situados en el marco de escuelas efectivas. La evaluación y la investigación sistemática deberán proporcionar los datos para la mejora continua de este proceso.

 Estas tres dimensiones se concretizan hoy en tres herramientas, que son: los indicadores de logros de aprendizaje, los indicadores de logros de una práctica pedagógica de calidad y los indicadores de logros de una gestión educativa institucional de calidad. Los primeros definen los segundos y estos los terceros. Es decir, los indicadores de logros de aprendizaje definen el perfil de maestros que se requiere, así como los procesos institucionales que lo hacen posible.

Sin embargo, es importante hacer un acercamiento de quiénes pueden hacer posible esta propuesta: los docentes, y de manera particular, los maestros.

El docente dominicano en la actualidad:

No es un secreto, y éste es tema continuo en todos los debates que se realizan sobre la situación de la educación dominicana, que debido a la baja inversión en educación (2% del PIB en promedio en los últimos 40 años) la educación dominicana ha sido conmovida desde su núcleo fundamental: la escuela.  Recuérdese incluso, que hasta mediados de los años ´90, el maestro no era considerado un sujeto de crédito por las instituciones financieras, y esto así, por el bajo salario percibido. Si bien ha habido cierta mejora en dicho salario, el mismo no se constituye en un elemento atrayente de los mejores estudiantes que completan el Nivel Medio. La imagen social del maestro, como consecuencia, es la de una persona pobre, que apenas puede cubrir sus necesidades básicas con el salario que percibe, y que por lo tanto, resulta imposible que invierta en su propio desarrollo personal. El costo de un libro podría constituirse actualmente alrededor del 10% de su salario. ¿Quién puede aspirar, entonces, ser maestro?

Es de muchos conocido, que la mayoría de los que actualmente estudian la carrera de pedagogía en nuestras universidades lo hacen, por no contar las competencias básicas para estudiar otras carreras, principalmente las ingenierías, la medicina o la economía, entre otras.

Los datos que revelara el Departamento de Pedagogía de la Universidad Autónoma de Santo Domingo, de que un gran porcentaje de aquellos que estudian la carrera de pedagogía apenas alcanzan un 6º del Nivel Básico en lenguaje o matemática, lo que hace es mostrarnos que el problema es mucho mayor de lo que incluso se dice. Lo peor es que muchos de esos estudiantes terminan graduándose y obteniendo un título universitario que lo “acredita” a incorporarse a las aulas a cumplir con la función de enseñar y propiciar procesos de aprendizaje.

En los últimos años, en el actual Ministerio de Educación, se ha venido poniendo en práctica la política de que el ingreso a la carrera docente en las escuelas sólo es posible por “concurso”. Es de todo conocido, que los porcentajes de los participantes que pueden ingresar luego del concurso son relativamente bajo. Es muy probable que el porcentaje fuera menor, si la evaluación se hiciera sobre la base de altas competencias cognitivas, como es de esperarse en una persona que deberá asumir la función de desarrollar estas en los niños, niñas y jóvenes estudiantes.

Tal situación no hace más que poner en evidencia el fracaso que ha sido la política de formación docentes que hemos venido desarrollando desde Educación, e incluso, desde las universidades. No es posible seguir auto-engañándonos. Todos hemos sido parte de una educación de baja calidad.

Una universidad del país le aplicó a un grupo de maestros y maestras del Nivel Básico pruebas en las áreas de la Lengua Española y la Matemática; sus resultados, parece preferible no hablar de ellos. Los maestros no dominaron tampoco los conocimientos que tienen que enseñar a nuestros niños y niñas de ése nivel educativo. ¿Podemos imaginar lo que eso significa? Sé, porque conozco el dato, que algunos me dirán que esa historia no es nueva, que ya antes se ha hecho con los mismos resultados. Pero lo más preocupante es que eso no nos sonroja, no nos avergüenza siquiera, y seguimos presuponiendo una realidad diferente.

¿Qué hacer? ¿Seguir lamentándonos? ¿Auto acusándonos, como si de alguna manera alguien, desde la gestión del Estado, le ha puesto el cascabel al gato? Dieciocho años de reforma, si consideramos sólo desde el 1992 hasta la fecha, no han podido transformar la realidad del maestro. El propio gremio, desde su perspectiva, también ha sido participe de tal fracaso. “Que nadie se haga el avestruz en una tierra de guineas”, no sé si alguien lo ha dicho antes, pero creo que viene al caso. ¿Por dónde orientar los esfuerzos y los recursos, que de por sí son limitados y escasos?

 

Una posibilidad reflexionada en voz alta:

Si tenemos unos indicadores de logros de aprendizaje, al mismo tiempo que de gestión pedagógica e institucional, en el corto plazo, concentremos todos los esfuerzos en un plan nacional de acompañamiento al maestro en el aula, y al director o equipo directivo en las escuelas. Esto significa transformar, de una vez por todas, los distritos educativos como órganos técnicos, pues son ellos los que en definitiva tienen la función principal de este proceso de acompañamiento. A esas instancias hay que proporcionarles todos los recursos necesarios, así como crear todas las condiciones también necesarias que aseguren un acompañamiento técnico de calidad: capacitación, evaluación del desempeño, rendición de cuentas, etc.

En segundo lugar, y a un corto plazo también, desarrollemos un amplio programa de capacitación continua, en el cual participen todas las instituciones docentes superiores coordinadas desde los Ministerios de Educación. Al mismo tiempo, pero pensando en sus resultados a mediano plazo, revolucionemos la formación inicial de maestros, empezando con los de inicial y el primer ciclo de básica. Esta formación inicial debe hacerse desde la perspectiva y el enfoque curricular vigente, pero especificando de manera precisa y clara, las competencias que el maestro debe exhibir para ser contratado (de la misma manera, deben especificarse las competencias de entrada que debe tener quien desea estudiar pedagogía.  No presupongamos que la educación superior es para enseñar a leer y a realizar operaciones aritméticas básicas); así mismo, el concurso del personal docente y su evaluación deben estar orientados por este mismo parámetro, implementando la carrera docente como consecuencia.

Como aspecto complementario, pero muy importante, ofrezcamos un salario, bueno y competitivo, que atraiga a personas jóvenes competentes hacia el sector educativo. Incluso los maestros en ejercicio que desean y entiendan que pueden ser considerados para tal salario, que se ofrezcan voluntariamente a ser evaluados, y si muestran poseer tales competencias, ser incorporados a los niveles salariales sugeridos. Se trata de llevar lo mejor hacia el nivel inicial y el primer ciclo del nivel básico.

Esto podría ser un plan que se mantenga por varios años hasta cubrir al personal docente necesario de todos los ciclos y niveles. Pero eso si, priorizando en los primeros años el Nivel Inicial y el Primer Ciclo del Nivel Básico. De esta manera, se estaría construyendo con mayor certeza las bases para una educación de calidad.

Los procesos de supervisión, evaluación e investigación deberán estar encaminados a realizarse de manera sistemática, y con el propósito de ir retroalimentando la marcha del proceso, con el fin de tomar las medidas necesarias para asegurar los correctivos hacia una educación de calidad.

Nuestros niños y niñas, nuestros jóvenes no pueden seguir esperando, tenemos la responsabilidad moral y ética de ofrecerles una educación de calidad. Las soluciones deben ser AHORA, mañana será muy tarde.

 


[1] Andrews, J., Valeirón, J. et al. Las Escuelas Efectivas en la República Dominicana. Informe. 1 de Abril de 1988.

Reflexionando a propósito de El Informe McKinsey: ¿Qué hacen los mejores sistemas educativos?

Informe McKinsey

El tema de la educación de calidad es la excusa para muchas reuniones, encuentros, y discursos, sobre todo. Son muchos los foros  nacionales e  internacionales que han tenido como tema principal la calidad de la educación. En ocasiones he llegado a pensar, que es la manera de justificar miles de cosas, que sólo miran pero no hacen, lo que es básico –obvio- para poder desarrollar una educación de calidad, es decir, que todos los y las estudiantes aprendan.

El Informe McKinsey nos proporciona muchos elementos importantes para tomar serias decisiones, además de señalar cuestiones que son obvias, pero que de manera definitiva, no son las que hacemos, aunque decimos que son importantes.

Algunas cuestiones interesantes:

  1. Incrementar el gasto no genera necesariamente mejor calidad, en el caso de algunos países OCDE, a pesar de la inversión los resultados medidos por los logros de los estudiantes en PISA se estancaron. Tal es el caso de Reino Unido, Bélgica, Alemania, Francia entre otros. (Sólo que esto no justifica la baja inversión).
  2. La mera reducción de la proporción entre profesores y alumnos no mejora automáticamente los resultados.
  3. La educación de calidad, ante la brecha socioeconómica y cultural, pone la diferencia.
  4. La cultura no es determinante.
  5. La calidad consistente de la enseñanza es el factor más determinante en el rendimiento escolar.

El Informe, de la autoría de Mona Mourshed, Chinezi Chijioke y Michael Barber, señala tres factores fundamentales, que son las cosas que hacen los países con los más altos logros en la PISA 2003.

1.      Primer Factor: “atraer a los mejores estudiantes para que se formen como docentes”:

Un docente de calidad, tiene una formación básica (primaria y secundaria) de calidad. La universidad no enseña a leer, como tampoco a comprender y analizar. Esas competencias se desarrollan durante la formación básica. La universidad quizás podría cualificar esas competencias, pero desarrollarlas de manera completa desde sus inicios, es una tarea algo difícil. Los estudios universitarios presuponen que dichas competencias están desarrolladas.

Si queremos maestros de calidad, necesitamos atraer hacia la carrera docente a los mejores estudiantes que salen del nivel medio. Si ellos son los que tienen la función de formar a los ciudadanos y ciudadanas de un país, deben no sólo ser los mejores, sino que su función debe ser la más valorada en dicho país. Eso es lo que hacen los países con mayores y mejores desempeños. Esos países seleccionan de manera rigurosa a quienes deberán cumplir la función docente. ¿Cómo pretender que un maestro con un bajo nivel de formación y de dominio de la lengua, pueda lograr que sus estudiantes desarrollen al máximo sus competencias y aprendan? Tal pretensión es una gran falacia. “Nadie enseña lo que no sabe o para lo que no está formado”. Si queremos ciudadanas y ciudadanos competentes, analíticos, creativos, críticos, no podemos depositar dicha tarea en quienes no tienen esas mismas competencias.

 ¿Quiénes estudian la carrera docente en nuestro país? En un alto porcentaje, aquellos que no tienen competencias para estudiar algunas de las ingenierías, medicina u otra carrera donde los niveles de exigencias son altos.

 En un informe presentado por el Departamento de Pedagogía de la Universidad Autónoma de Santo Domingo, la mayoría de los estudiantes inscritos en sus diferentes carreras apenas alcanzaba un nivel de lectura de un estudiantes de 6º del Nivel Básico. Lo que es también muy preocupante, es que un número importante de estos estudiantes terminan graduándose y obteniendo un título de licenciado en alguna de las especialidades docentes.

 Si queremos realmente una educación de calidad, y pretendemos alcanzar tal propósito, vamos a tener que empezar por transformar radicalmente la imagen social del maestro, ofreciendo un salario y condiciones de trabajo, que sean atractivos para que  los mejores se interesen en el magisterio. Al mismo tiempo, desarrollar de manera seria la carrera docente, posibilitando que los mejores avancen y se desarrollen, al mismo tiempo que aquellos que no tienen las competencias puedan ser reubicados en otras responsabilidades, o en el peor de los casos, cancelados.

 Asumir tal proceso implica, por un lado, una sólida concertación social de un plan de desarrollo magisterial, al mismo tiempo que la erradicación del clientelismo político. Los intereses educativos son cuestiones de estado y de nación.

  2.      Segundo Factor: “poner la mayor atención en la formación inicial de los docentes”:

 Al mismo tiempo que se atraiga al mejor a la carrera docente, dicha formación de ser reestructurada de manera radical, y con ella, los propios departamentos responsables de la formación de maestros. El formador del formador debe ser una persona altamente competente. El mal debe ser atacado desde su raíz. El cuerpo docente universitario debe ser un personal de altas competencias científicas y pedagógicas. La propia oferta curricular debe ser asegurar los propósitos de formar maestros y docentes de calidad.

 Los países con los más altos logros han mejorado la oferta de la formación inicial y en servicio (acompañamiento), al mismo tiempo que estimulan la revisión y la evaluación permanente de la práctica docente. En esta perspectiva, la formación del magisterio debe verse como un proceso continuo, que va mejorando y actualizando de manera sistemática las competencias que ese personal debe exhibir en práctica educativa.

 Debe fomentarse de manera permanente en el maestro la innovación y la creatividad educativa, a fin de erradicar el anquilosamiento, la repetición continua y sin sentido de prácticas de aulas aburridas y desmotivadoras.

 Todo este proceso será posible cuando el plan de formación de los maestros y docentes mantenga la continuidad de la formación inicial en la universidad, con el acompañamiento continuo de la práctica docente en el aula.

  3.      Tercer Factor: “desarrollar un sistema de aseguramiento de la calidad”:

 Este tercer factor supone un proceso continuo de supervisión, acompañamiento y evaluación de los maestros y docentes en el aula y la escuela. En los países destacados hay estándares claros de lo que un maestro y docente de calidad debe “saber” y “debe saber hacer”. Sobre la base de esos estándares se organizan los procesos antes mencionados, al mismo tiempo que se especifican las decisiones que deberán ser tomadas en caso de encontrar una práctica educativa alejada de lo esperado. Esto supone una perspectiva de rendición de cuentas, en la cual se deben especificar de manera clara las consecuencias de una buena o mala práctica educativa. No puede seguir fomentándose la cultura de que los cargos y las funciones educativas son “eternas”, independientemente de cuales sean las características de la gestión.

 El Informe McKinsey debe ser la ocasión para contestar algunas preguntas: ¿Qué es lo que todavía no hemos hecho en materia educativa para desarrollar una escuela y un maestro y docente de calidad? ¿Qué estamos haciendo mal y que debemos erradicar cuanto antes? ¿Cuáles son aquellas políticas y prácticas que son “buenas” para que se descontinúan?

 En fin, se trata de repensar la educación para empezar a hacer lo que debe hacerse. Se trata de “transformar la gestión para transformar la escuela”.