La juventud sigue creyendo en la escuela: una oportunidad que se debe preservar y aprovechar.

En nuestra reflexión anterior centrada en mi compromiso por la alegría y la felicidad, terminaba diciendo lo siguiente:

La escuela está llamada a forjar las simientes de esta nueva vida, pero para ello, necesitamos forjar un nuevo magisterio centrado en esos valores y colocándose ante lo nuevo y el futuro en una actitud innovadora frente a la vida y el deseo de vivirla plenamente. Se trata entonces de formar una nueva escuela, comunidad de aprendizajes, que tiene como núcleo los sujetos que aprenden. Que forje nuevos ciudadanos para una sociedad nueva en proceso de construcción, donde el ejercicio de la ciudadanía empiece por el reconocimiento del derecho del otro y del deber personal.

En el Estudio Internacional sobre Educación Cívica y Ciudadanía, los jóvenes estudiantes dominicanos dicen mantener un alto nivel (completamente) de credibilidad en la escuela (57.7%) por encima de otras instituciones como el propio gobierno y los gobiernos municipales, la justicia, la gente en general, etc., y ello a pesar de la situación que la caracteriza.

Tal credibilidad es una oportunidad que la sociedad dominicana no solo debe preservar, sino que incluso aprovechar para poder desarrollar en ella, las oportunidades que fueran necesarias para contribuir con la construcción de una sociedad dominicana diferente, forjando valores ciudadanos de convivencia, respeto, democracia, participación, criticidad, productividad, compromiso con el entorno, entre otros.

Pero, ¿qué es la escuela? ¿su mobiliario? ¿la estructura física? Por supuesto que no. La escuela la constituye el conjunto de relaciones que se desarrollan en los planteles escolares, y que le ofrecen a los niños/as y jóvenes la oportunidad de desarrollar sus conocimientos y competencias para la vida. Es el espacio social donde él se siente seguro, apoyado, respetado, confiado, motivado; el espacio donde puede desarrollar amistades con intereses comunes, espacio donde puede disfrutar de una situación diferente de la que encuentra generalmente en el entorno de su comunidad o de su propia familia; son estas, posiblemente, parte de las razones que le hacen mantener su alta credibilidad en ella.

¿Qué hacer para que la escuela no solo mantenga tal credibilidad, sino que cumpla con la sagrada misión de formar integralmente a las futuras generaciones de los ciudadanos y ciudadanas dominicanas? ¿Cómo debe organizarse la escuela para desarrollar un ambiente que construya significados en torno al tema de ciudadanía? ¿cuál es el perfil de maestro que la escuela dominicana reclama y nuestros jóvenes estudiantes necesitan?

Debemos convencernos, y voy a insistir en ello, que lo que hace la diferencia entre una escuela efectiva, de aquella que no lo es, siguen siendo sus maestros y maestras formadas, motivadas y comprometidas positivamente con el aprendizaje de todos los y las estudiantes, con las competencias necesarias para cumplir con su función de enseñar, gestionando todas las oportunidades necesarios para que estos aprendan.

Comentemos brevemente esto último:

  1. Maestras y maestros formados:

Que dominen las concepciones pedagógicas en las cuales se fundamenta el currículo dominicano; que comprenda los procesos de desarrollos que viven los estudiantes con los cuales trabaja; que se sepa articular procesos pedagógicos innovadores;

 

  1. Maestras y maestros motivados:

Consciente de las razones por las cuales han decidido formarse como maestros y maestras; que renuevan cada día las razones fundamentales de su opción magisterial;

 

  1. Maestras y maestros comprometidos positivamente:

Fuertemente convencidos y entregados a su labor de enseñar; que valoran cada minuto, cada hora y cada día en el arte de enseñar y provocar aprendizajes;

 

  1. Maestras y maestros con competencias para cumplir con su función de enseñar:

Con un fuerte dominio de la lengua española, así como del lenguaje de la matemática y las ciencias para comprender la realidad; un comunicador efectivo que articula un discurso comprensible y provocador de procesos de aprendizaje; un artista en el arte de crear e innovar oportunidades para aprender; propiciador de relaciones humanas fundamentadas en el respeto a sus compañeros y su entorno; modelo y guía en la generación de altas expectativas de aprendizajes en todos los y las estudiantes; que valoran los procesos de formación y evaluación continua.

Para ello, sin embargo, se necesita motivar y atraer a los mejores estudiantes del nivel medio, así como a otros profesionales jóvenes, para que vean en el magisterio una profesión digna, social y económicamente valorada, que cuenta con los mejores para formar a los ciudadanos y ciudadanas dominicanas. Esto significa revolucionar la política de formación de maestros y la propia carrera magisterial. Tal decisión no sólo que requiere una mayor asignación de recursos financieros, sino que este sostenga sistemáticamente en el tiempo. La sociedad dominicana en su conjunto debe colocar la educación como su prioridad tanto en la inversión pública, como en la defensa del espacio educativo. La escuela debe ser preservada, por encima de los intereses gremiales y políticos, por encima incluso de los intereses empresariales. No es posible construir una escuela de calidad con las condiciones precarias en que se desenvuelve el sistema educativo.

Estamos plenamente conscientes que dentro de ciertos límites de inversión (por lo demás altos) un aumento en el presupuesto no genera de manera proporcional una mayor calidad. Sin embargo, tampoco es posible desconocer lo planteado hace ya varios años por la UNESCO, que en la región latinoamericana para que la educación se encamine por el sendero de la calidad, se requiere una inversión de por lo menos el 5% del PBI.  El Plan Decenal de Educación 2008-2018 lo previó de manera gradual, sin que ello aún se constituya en una realidad.

Reitero, aprovechemos que nuestros jóvenes estudiantes aún valoran la escuela, evitemos que la desesperanza en torno a ella prenda, como ha sucedido con otras instituciones sociales. Aún estamos a tiempo.