La vida nos depara muchas cosas, a cada una de ellas le atribuimos distintos significados dependiendo de nuestra propia experiencia y óptica, a partir de la cual le damos significados diferentes a la realidad vivida. No son procesos en los cuales prime la razón consciente, más bien se mueve en un mundo de experiencias y vivencias internas, que muchas veces pasan desapercibidos por la propia persona. Podemos terminar aproximándonos o alejándonos de las realidades que intuimos “parecidas” a esa realidad vivenciada como significativa, en un sentido u otro.
Un sentimiento un tanto paradójico lo constituye el ser o estar agradecido. Hay quienes dicen, que de todos los sentimientos humanos, el de ser agradecido, es el más efímero. Personas excepcionales hacen del agradecimiento un valor inconmensurable. La vida nos lleva tan deprisa, que pocas veces reparamos en ello, y olvidamos sin más, la razón o el objeto del agradecimiento.
Saber agradecer y estar agradecido, no siempre va de la mano con quiénes viven el día a día sin reparar el sentido y/o significado de la vida que transcurre. Peor aún, de aquellos que se creen ser portadores y actores exclusivos de cuanto les depara. Ingenuos, no se dan cuenta de la multiplicidad de situaciones que hacen posible alcanzar un logro, el éxito, una posición pública o, sencillamente, el reconocimiento mismo. Saber agradecer es un valor sobre el cual pensamos muy pocas veces.
El refranero popular tiene una bella expresión para quiénes viven agradecidos: “de gente bien nacida es ser agradecida”. ¡Cuánta sabiduría se encierra en esta simple frase con que muchas personas, principalmente ancianas, le dan soporte a sus vidas!
Empecemos por algunas de esas cuestiones, tan cotidianas como efímeras, que transcurre en el día a día: la ropa limpia y planchada, el desayuno en la mesa, un beso de hasta pronto, un adiós o un hasta luego, con la esperanza de volver a compartir otro momento juntos. Una sonrisa al encontrarnos. Ser agradecido nace del corazón. No es una construcción teórica que requiera de muchas evidencias y elucubraciones.
La gratitud nos hace ser más humanos, si se quiere, más humilde. Nos coloca en una actitud de apertura al Otro. De reconocimiento del Otro, como referente de lo que somos o podemos llegar a ser.
¿Pero por qué es tan difícil ser agradecidos? ¿Qué es lo que nos hace tan egoístas sin dar un ápice de consideración o agradecimiento hacia el otro?
La felicidad, por ejemplo, otro sentimiento simple pero esquivo, que no siempre tiene una explicación clara, pues la sentimos y vivimos por momentos, sin que comprendamos necesariamente sus factores desencadenantes. Se encuentra muy asociada al bienestar, no solo físico, sino también mental-emocional y social. Pero ese bienestar que se manifiesta como una realidad interna, propia, vivenciada en singular, realmente tiene un referente en el Otro, el prójimo o próximo (si desde un punto cristiano quisiéramos comprenderlo). Suponen siempre a otros. No por otra razón la Psicología Positiva actualmente nos plantea que la negación del otro, el individualismo que hoy exhibe el ser humano, se constituye en una de las principales razones que explican la in-felicidad reinante. Hemos perdido el sentido del otro en nuestras vidas. Somos poco agradecidos.
Sin embargo, qué fácil es el camino del agradecimiento y, por consecuencia, el bienestar y la felicidad: Primero hagamos conciencia del otro en nuestro propio bienestar y felicidad. Segundo, seamos agradecidos. Empecemos a aprender a dar las gracias: por el joven o la joven que nos ofrece limpiarnos el vidrio delantero del vehículo, por la señora que nos limpia todos los días nuestra oficina, por aquella persona que nos da el paso (reparemos en ello, hagamos conciencia de ello). Tercero, cultivemos la gentileza como parte de nuestra cotidianidad: demos el paso al otro, brindémosle el asiento a la otra persona, ofrezcámosle una sonrisa o un gesto amable. Hagamos que el otro experimente la felicidad, y eso nos hará más agradecidos.