Publicado en acento.com 8 de febrero 2021
Las grandes obras humanas han sido el producto de sueños. Así que, ¡vale la pena soñar!
El mes de febrero tiene en la memoria histórica de los y las dominicanas el anhelo, el deseo de un sueño. Aquel por la que mujeres y hombres ofrecieron en sacrificio su persona, sus bienes y sus vidas. En un primer momento, y bajo el liderazgo de Juan Pablo Duarte y Diek, juraron…
“En nombre de la Santísima Augustísima Trinidad de Dios omnipotente: juro y prometo, por mi honor y mi conciencia, en manos de nuestro Presidente Juan Pablo Duarte, cooperar con mi persona, vida y bienes a la separación definitiva del Gobierno haitiano y a implantar una república libre, soberana e independiente de toda dominación extranjera, que se denominará República Dominicana; la cual tendrá su pabellón tricolor en cuartos encarnados y azules, atravesados con una cruz blanca. Mientras tanto seremos reconocidos los Trinitarios con las palabras sacramentales: Dios, Patria y Libertad. Así lo prometo ante Dios y el mundo. Si tal hago, Dios me proteja: y de no, me lo tome en cuenta, y mis consocios me castiguen el perjurio y la traición si los vendo”.
Efectivamente fue un sueño, aún inconcluso, que los animó, los guio, los comprometió, como bien dice el juramento… en su persona, su vida y sus bienes.
Hoy, la realidad por lo que lucharon los héroes de la Independencia, se manifiesta en la inequidad, pobreza y desigualdad, que hace que muchos dominicanos y dominicanas no tengan acceso a una educación de calidad, una educación que les ofrezca la oportunidad de desarrollarse plenamente para alcanzar una vida digna. Que les desarrolle las competencias y habilidades necesarias para que en la vida adulta puedan ser agentes productivos en todos los ámbitos imaginables: desde aquel que transforma la materia prima en un bien de consumo, como también el servicio técnico o profesional, artístico, deportivo, etc.
A pesar de esa cruel y dura realidad, y comprometido por su desaparición ¿por qué no?, quiero soñar… y hay que soñar.
Soñar por tener una educación donde solo prime los intereses que hagan que posible que cada niño, niña, joven adolescente y adulto, con independencia de su sexo, religión o condición social aprendan y desarrollen plenamente como seres humanos. Una escuela dotada de todo lo necesario a fin de alcanzar dicho propósito. Una escuela que fomente el aprecio por aprender, por desarrollar el conocimiento en todas sus áreas; una escuela que desarrolle el espíritu artístico y creativo con que nace cada criatura humana; una escuela que fomente la ternura, la compasión y la bondad por toda manifestación de la vida; una escuela que nos haga seres con capacidad de dialogar y expresar nuestras ideas, respetando siempre las ideas de los demás; una escuela que nos brinde la posibilidad de comprender y manejar nuestro cuerpo a través de la danza, el baile, el deporte, la gimnasia, y otras muchas disciplinas; una escuela donde se aprenda a dominar dos, tres, cuatro y más instrumentos de música.
Una escuela pensada para seres humanos que aman, se apasionan, piensan, anhelan, corren, bailan y danzan, meditan y reflexionan… seres humanos plenos de vida y sueños.
Pero para ello hace falta una escuela donde los intereses corporativos de ningún grupo social dicten las reglas de juego que deben primar, que son nada más y nada menos que aquellas que guían la formación integral de las niñas, niños, jóvenes adolescentes y adultos.
Una escuela con maestros altamente formados y profesionales efectivos, gestores de las herramientas para la enseñanza y el aprendizaje, conocedores de la vida de la niñez y la juventud, guiados por valores éticos y morales sólidos; con un personal docente y administrativo generadores de las condiciones imprescindibles para que el maestro enseñe y el alumno aprenda.
Una escuela donde no haya un currículo oculto, sino un currículo conocido y asumido por todos, empezando por los estudiantes mismos.
Una escuela que coloque a cada estudiante en el momento presente, pero eso sí, desde una perspectiva analítica y crítica, con las posibilidades de recrear y construir nuevas realidades, donde prime el bien común y la solidaridad, la participación activa y democrática, el respeto por el entorno social y natural.
Esta escuela es posible solo si priman, en el pensamiento y la acción, los intereses de nuestras niñas, niños, adolescentes y jóvenes adultos.