Una oportunidad “para sacar de abajo”.

Al igual que muchos otros pueblos, los dominicanos nos hemos visto en situaciones complejas y difíciles que, para enfrentarlas y salir airosos de ellas, hemos tenido que “sacar de abajo”, como dice el pueblo llano.

Tras más de 30 años de una férrea dictadura y posterior a ella una historia política y social algo muy convulsa, con una nueva invasión de los EE. UU. en el siglo, esta última incluso con el apoyo del organismo internacional que debió defender y preservar, por encima de todo, la dignidad del país en todos los ámbitos internacionales. Posterior a ello, los doce años de gobiernos del Dr. Balaguer, el suicidio de un presidente, aquellas manifestaciones populares en respuestas a las medidas del Fondo Monetario Internacional, que le costó la vida a más de un centenar de dominicanos y dominicanas. Cincuenta años de “vida democrática” y una economía, que con sus altos y bajos ha crecido continuamente, pero no ve el día en que la distribución de las riquezas producidas se manifieste en bienestar para todos; en medio de toda esa realidad, el dominicano sigue siendo un pueblo que apuesta a un futuro distinto y promisorio.

Aunque al decir de unos y otros “es un pueblo chivo” y que, generalmente, exhibe “una actitud pesimista”, sin embargo, cuando ha tenido que afrontar situaciones difíciles, “ha sacado de abajo”. No hay dudas, como bien decía Moscoso Puello, “el dominicano es un pueblo muy especial”. Hace ya mucho tiempo me decía un amigo sacerdote, con más de veinte años viviendo en el país: “ustedes son un pueblo muy laborioso, pero disfrutan la vida”. Quizás es eso, somos la expresión de una mezcla extraña y hasta paradójica.

Así de pronto nos vemos envuelto en una crisis nueva, diferente a todas las anteriores, que al principio no sabíamos que enfrentábamos y que nos roba algo que todas y todos apreciamos mucho: el día en la oficina o en el negocio, un día de playa, una caminata para los malls y la zona, un junte con los amigos y amigas, una salidera “pa´na”, “pal can”; una “buena fría” en un colmadón y, por supuesto, tirar los pies y menear la cintura, si es que los ánimos se animan.

Esta situación nueva, consecuencia de la pandemia por el Covi, “nos tiene desasitiao” (léase y tradúzcase como “sin sitio”) y eso “es grave”.

Este es un buen momento para que “saquemos de abajo”. Quizás ya todos se lo pueden imaginar, “sacar de abajo” significa “un último impulso para salir airoso”. Sacar de abajo aboga por una actitud, una predisposición de actuar para seguir adelante. Es como una fuerza interior que nos hace fuertes, que nos une, que genera lazos de solidaridad y fortaleza para hacer lo que hay que hacer, cuando las circunstancias así lo demandan.

Sacamos de abajo en el 1961, volvimos a sacar de abajo en el 1965 y en el 1984, hemos sacado de abajo cuando el huracán David y la tormenta Federico (1979), que lo que no se llevaron los vientos del primero, lo hicieron las aguas de la segunda; cuando el huracán George (1998) nos atravesó de este a noroeste. Sacamos de abajo en el 1984 ante las medidas impuestas al pueblo por el gobierno y el FMI, e incluso en el 1985 con la fuerte crisis de los combustibles, en que dejábamos los vehículos en fila en las estaciones de expendio hasta que llegara el camión a surtirla de combustible.

Quizás es por aquello de que “somos un país colocado en el mismo trayecto del sol. Oriundo de la noche. Colocado en un inverosímil archipiélago de azúcar y de alcohol”, como tantas veces nos dijo nuestro poeta nacional Don Pedro Mir.

En medio de la pandemia empiezan a florecer decenas de maneras de cómo los y las dominicanas festejamos y disfrutamos también. Hay una oferta de celebración, con música y tragos a pedidos y llevados en vivo hacia su casa: la condición que usted proporcione sus contactos y la empresa, por la vía de cualesquiera de las aplicaciones en la web, le monta la fiesta. De la misma manera, las ofertas de productos comestibles y de cualquier otra índole, está a la vista y al gusto de todos. Es una vuelta breve por el Malecón, observamos varias parejas y familias, con su comida empacada, sus respectivas bebidas (con vino y todo), disfrutaban de una salida “afuera”. Ya se ha hecho una generalidad “cenar fuera” en el balcón de la casa. Estamos “sacando de abajo”.

Sin embargo, para salir airosos de esta situación, hay cosas que debemos asumir de manera conscientes:

1)      Hacer conciencia de que el virus se propaga principalmente por mediación de la vida social y colectiva, démonos paciencia, “vendrán tiempos mejores”. Mientras se van aclarando las cosas, quedémonos en la casa en la medida de lo posible.

2)      Mantengamos la buena vibra y el humor encendido. Hay mucha gente haciendo buen humor en las redes.

3)      Si algún programa de radio o televisión te genera ansiedad por la manera cómo maneja la información, “súbale los vidrios”, no estás obligado con ninguno. Siempre hay mejores.

4)      En momento de confinamiento, empieza a aprender a valorar el silencio. Reza si entiendes que te ayuda, lo mismo, medita o haz ejercicios de relajamiento y respiración. En la web encontrarás buenas ayudas para ello. Valorar el silencio es poner la mente en blanco, dejar de pensar, sobre todo en aquellas cosas que no tiene cómo resolverlas. Es preferible “hacerse la tortuga”, es decir, métete en tu caparazón mientras tanto. No te martirices.

5)      Ponte a pensar hacia futuro. No estaría de más hacer algunos planes que sean posibles dentro de tus posibilidades cuando “vayamos a la normalidad”. Entre esos planes, pueden estar desarrollar algunas habilidades o competencias. En la web hay de todo como en botica, como se dice. Cursos de cocina, idiomas, manualidades y pintura. Si quieres ir por cuestiones más académicas, varias universidades hay puesto al público de manera gratuita cursos y talleres de todo tipo. Busca y encontrarás.

6)      Organiza algunas rutinas, es decir, hazte un horario. No te quedes todo el día en una cama, al final “eso cobra”.  Desde el trabajo o los estudios que tienes como obligación, así como las labores propias de la casa: organización, limpieza, etc. Aprovecha para leer y/o realizar actividades manuales o musicales. Si lo piensas, son muchas las cosas que se pueden hacer. Quizás es tiempo de hacer algunos arreglitos a la casa o apartamento. Es decir, organiza “tú saber hacer”. En ocasiones, un simple movimiento de los muebles de la sala y algunos cuadros o pinturas, te da la sensación de que estás en “casa nueva”.

7)      Haz algún tipo de ejercicio físico que no requiera mucho espacio. Te sugiero desde “marinero”, hasta ejercicio de gi-gong y/o taichi, yoga o cualquier otro que contribuya a mantener el cuerpo en movimiento. Bailar, solo o acompañado, no estaría mal.

En el orden de tu vida interna, y como creando condiciones para seguir “sacar de abajo”, puedes aprovechar ahora para realizar algunos de estos “ejercicios”:

1)      Llamada de agradecimiento: siempre hay personas en nuestras vidas que han hecho mucho por nosotros, quizás es tiempo de ponerte en contacto y agradecerle lo que esa persona significa para ti. Si te atreves y lo haces, podrás ver lo gratificante que es para ti mismo.

2)      Pasado, presente y futuro: date una mirada hacia atrás, y respóndete a ti mismo/a que he hecho en mi vida de lo cual me siento muy orgulloso. La lista puede ir creciendo en la medida en que recuperes la memoria. Qué estoy haciendo ahora, de lo cual mañana quizás me sienta orgulloso. Qué pienso hacer en el futuro, de lo cual espero no arrepentirme luego. Hazlo, te dará mucho de qué pensar.

3)      Haciéndote la tortuga: haz una lista de aquellas cosas que estas asumiendo como responsabilidades que no te corresponden a ti, si no a otros, pero que incluso te generan cierta ansiedad por no poder resolverlas.

4)      Es tiempo de pedir perdón: piensa en aquellas cosas que debes perdonarte a ti mismo/a, como incluso, pedir perdón a otros. Perdonar no es olvidar, es aceptar que no eres perfecto/a y que los demás tampoco lo son.

5)      Recuperar amistades “viejas”: haz memoria de personas que conoces, pero que hace mucho tiempo no sabes cómo les va, qué están haciendo. Sin ser imprudentes, dales una llamada y, por lo menos, un saludo y la manifestación de que salga bien de todo esto, siempre se agradecerá. Puede haber sorpresas.

6)      Manifestar amor: si hace tiempo que no le manifiestas palabras de cariño o amor a alguna persona, quizás es tiempo para hacerlo. Nunca está demás manifestar nuestros sentimientos hacia otra persona. Y eso no cuesta mucho.

Recuerda, todo esto es poner en movimiento esa fuerza interna que tenemos y que nos ha permitido enfrentar adversidades, crear las condiciones emocionales para hacerlo y convertirlo en acción concreta y real.

“¡Saquemos de abajo!”.

Transformemos el miedo en esperanza

En mi última reflexión que titulé Coronavirus, confinamiento y miedo, terminaba sugiriendo algunas ideas que podrían ser enriquecidas por quienes entendieran que les pudiera ser útiles, y me refería a:

–          Promover el buen humor: nos permite relativizar las cosas, reírnos de nosotros mismos, ver las cosas de modo diferente, etc.

–          La esperanza de un porvenir mejor: nada cuesta soñar que las cosas podrán ser siempre diferentes, generando planes para hacerlo posible.

–          La unidad hace la fuerza: juntos podemos lo que ninguno por sí solo puede hacer. Fomentemos la unidad de criterios de protección física y emocional.

–          Mantener el agradecimiento en alto: seguimos y aquí estamos.

–          La solidaridad genera bienestar y agradecimiento: pensemos en lo que nos gusta que nos digan y hagan, y digámoslo y hagámoslo a los demás.

–          Fomento de la amabilidad y la ternura tanto hacia los demás como a nosotros mismos: son expansivas, nos fortalece emocionalmente, ayudan a crear lazos positivos.

–          Proyección hacia futuro: ¿cómo me gustaría ser cuando vuelva a la normalidad y qué puedo ir haciendo para lograrlo?

Terminé con estas palabras: “el miedo no nos debe hacer perder la esperanza”.

Me anima a seguir pensando y escribiendo sobre el tema, cuando personas a quienes aprecio me motivan con sus palabras. Algunas de ellas me manifestaron que esa última idea “Proyección hacia futuro: ¿cómo me gustaría ser cuando vuelva a la normalidad y qué puedo ir haciendo para lograrlo?, lo motivan, le dan una razón de vida.

Pero antes de desarrollar el tema que hoy me ocupa, quizás es oportuno señalar lo siguiente, el miedo es una reacción emocional natural cuando algo atenta con nuestra vida o nuestro bienestar. Es una alerta y, como tal, debemos prestarle toda nuestra atención. El peligro sigue ahí, aunque no lo vemos, y quizás ahora es más peligroso, pues no solo está presente en las gotitas de sudor o saliva, sino en todo cuanto tocamos, según señalan los expertos. Podemos infectarnos en cualquier parte. Es por eso por lo que se dice que en la fase de mitigación, en la que estamos entrado, hay que poner mayor cuidado. De ahí que debemos ser más cautelosos en un doble sentido: No exponernos y exponer a otros a mayor riesgo, eso puede significar un período mayor de confinamiento, pero al mismo tiempo  prever las secuelas psicológicas del miedo, sobre todo en personas con tendencias a la violencia, y más aún, por el aumento a la exposición de frustración ante la situación que vivimos. Se trata, pues, de mantener y acrecentar el optimismo, la resiliencia y la esperanza.

En mis andanzas por los libros y las ideas expresadas en ellos por personas incluso de una variedad de credos filosóficos y en situaciones muy distintas, siempre he encontrado una máxima: la fuerza de la esperanza.

Una de esas ideas impactantes fue la que leí de Víktor Frankl, que haciendo alusión a Nietzsche decía: “Quien tiene un porqué para vivir, encontrará casi siempre el cómo”. Para quienes no conocen quien fue Víktor Frankl, basta con decir que sobrevivió a la dura realidad de dos campos de concentración nazi, Auschwitz y Dachau, entre los años 1942 y 1945. Una frase más de Viktor Frankl: “Los prisioneros no eran más que hombres normales y corrientes, pero algunos de ellos al elegir ser “dignos de su sufrimiento” atestiguan la capacidad humana para elevarse por encima de su aparente destino”.

Julius Fucik en su libro “Reportaje al pie del patíbulo” decía: “Y lo repito una vez más: he vivido por la alegría, por la alegría he ido al combate y por la alegría muero. Que la tristeza nunca sea unida a mi nombre”. Julius Fucik murió ahorcado a los 40 años (1943), fue periodista checo y líder al frente de resistencia anti-Nazi.

Ignace Lepp, reconociendo las limitaciones que la realidad nos pone, pero asumiendo la esperanza como perspectiva, decía: “Vivir con autenticidad verdadera significa para nosotros aceptar la condición humana con su exigencia de un perfeccionamiento creador; no resignarse pasivamente, sino aceptar activamente”.

Y en una carta de Winnie Mandela escrita en la cárcel de Kroonstad donde estuvo recluido por mucho tiempo, dice: “… la celda es un lugar idóneo para conocerte a ti mismo, para indagar con realismo y asiduidad cómo funciona tu propia mente y tus sentimientos.” “… la celda te da la oportunidad de analizar a diario toda tu conducta, de superar lo malo y de potenciar lo bueno en ti”. “No olvidemos nunca que un santo es un pecador que simplemente sigue esforzándose”.

Cada uno de nosotros puede continuar enriqueciendo estas referencias, no cabe dudas. Se trata al final de cuentas de “tener una razón por qué vivir”. Ése es el punto.

Vuelvo entonces a la pregunta que motiva estas reflexiones: ¿cómo me gustaría ser cuando vuelva a la normalidad y qué puedo ir haciendo para lograrlo? ¿cómo me gustaría que fuera el mundo y nuestro propio país cuando termine el confinamiento y a qué estoy dispuesto con tal de lograrlo? Se trata de una auto proyección, como persona y ciudadano, posibilidad que nos ofrece el contar con una conciencia de ser, siempre en perspectiva.

Quizás hagan falta unas preguntas previas:

¿Qué soy o qué he sido hasta hoy? ¿Qué he alcanzado? ¿Cuáles obstáculos o posibilidades he tenido en mi vida? ¿Me falta algo por alcanzar? ¿Qué tan satisfecho estoy con lo que soy y con lo que he alcanzado hasta el momento? Esas mismas preguntas deberíamos hacérnoslas como ciudadanos de un país y una sociedad particular.

Las respuestas a tales preguntas no deben ser respondidas desde la perspectiva de grandes proyectos, que por supuesto, sobre ello también debemos preguntarnos. Hoy en cambio, tanto a partir de la experiencia vivida de reclusión forzada como las expectativas que nos plantea, deberíamos concentrarnos en “aquellas pequeñas cosas de la vida”, las de la vida cotidiana que nos permiten relacionarnos con nosotros mismos y con los demás. ¿He sido agradecido? ¿He perdonado? ¿He amado? ¿He estado dispuesto a hacer feliz a los demás y con ello, ser feliz también? ¿He permitido que quienes me rodean puedan cumplir con sus sueños y proyectos, apoyándolos, incentivándolos, acompañándolos? ¿Soy feliz? ¿Cuáles temores o miedos tengo que atentan contra mi felicidad? ¿Son temores y miedos reales? ¿He sido bondadoso, compasivo conmigo mismo y con los demás? ¿Mi actitud ante la vida es la de aquellos que se definen como optimistas o, por el contrario, pesimistas?

La situación que estamos viviendo es una oportunidad para mirar hacia adelante, apostar a un cambio, una transformación. Si la sociedad y el mundo post coronavirus será diferente, como lo pronostican tantos, es porque quienes hacemos ese mundo seremos diferentes, cambiaremos. ¿Hacia dónde y en qué sentido deseas el cambio en el mundo y en la sociedad? ¿En qué medida cambiaras como consecuencia?

Edgar Morin ha señalado: “El virus está trayendo una nueva crisis planetaria a la crisis planetaria de la humanidad en la era de la globalización. Y revela, una vez más, nuestra interdependencia. La respuesta sólo puede ser de solidaridad y una respuesta planetaria”. ¿En qué medida estas dispuesto a ser parte de esa respuesta?

Estamos ante la oportunidad de construir un mundo, una sociedad, una comunidad, una vecindad, una familia centrada en el amor y la solidaridad, la justicia y la igualdad, el respeto y la compasión. ¿A qué queremos apostar, a los mismo o, por el contrario, a una nueva manera de ver y vivir la vida? De no ser posible el intento, ¿de qué ha valido tanto sufrimiento? En la cultura popular dominicana hay una expresión, que suele emplearse cuando la situación apremia, y que viene muy bien para esta ocasión compleja: “hay que sacar de abajo”.

Hoy la incertidumbre y el miedo continúan golpeando nuestras puertas, hoy más que nunca reafirmar la fuerza de la esperanza se hace más evidente.

Coronavirus, confinamiento y miedo

Los días en cuarentena obligada se han hecho muy largos, y más por una vida anterior volcada hacia la calle, las oficinas, los sitios de esparcimientos, el campo, los ríos, las playas… Ha sido un cambio muy dramático en nuestras vidas.

Este proceso de confinamiento o aislamiento social “sin fin” previsto, genera incertidumbre. Ésta se hace más complicada pues enfrentamos algo que no sabemos dónde está y, mucho peor, no lo vemos. Cada día se hace más largo, como más largo el tiempo en que “volveremos” a la calle sin el temor que hoy nos embarga. Agréguele a ello lo incierto de tanta información, muchas veces contradictorias.

En mis clases de Metodología de la Investigación a los estudiantes de psicología, siempre les hago referencia a aquel hecho histórico cuando aún no se habían descubierto los microorganismos, y por supuesto, no se tenía ni idea de su existencia. Ante lo que eran las consecuencias de entrar en contacto con algunos de ellos, y verse enfrentados a enfermedades o incluso la muerte, se desarrollaban toda suerte de conjeturas acerca de lo ocurrido, desde aquellas que acuñaban explicaciones mágico-religiosas, a las que suponían toda suerte de circunstancias sin que la lógica pudiera sostenerlas.

Cuando nos enfrentamos a la realidad que vivimos hoy, matizada por la cuarentena y el obligatorio recogimiento, y sin muchas explicaciones claras, ese mundo medio desconocido de lo subjetivo se pone en guardia de una manera poco común, exacerbada y, por supuesto, con él tendremos que lidiar, aunque sabemos muy poco de él.

Las creencias mágico-religiosas nos han acompañado siempre. Las creencias, como decía Ortega y Gasset, forman parte íntima de todos nosotros, son cosas que damos por hechas, por real. No forman parte de nuestro pensamiento consciente. A las ideas llegamos, en las creencias nacemos, diría el filósofo español. Se podría agregar un poco más, las creencias son presunciones que tenemos de las cosas y de cómo ellas funcionan. En general, están condicionadas por la época y la cultura.

Las emociones, en cambio, forman parte de todo el equipamiento evolutivo que nos ha permitido la sobrevivencia como especie. Por tanto, aprender a conocerlas y manejarlas puede ser una buena estrategia para afrontar el impacto de la pandemia y sus secuelas en nosotros como personas y como sociedad. Un ejemplo de ello y con el cual esta vez me voy a detener, es el miedo.

Owen Flanagan, quien ha sido profesor de filosofía y neurobiología, señala que cuando el miedo se experimenta en una situación familiar en la que en realidad no hay nada que tener, puede tornarse en peligroso y destructivo. O incluso en situaciones como la de Puerto Plata, que gran parte de una comunidad ante el miedo al coronavirus y sus consecuencias, guiados por el llamado “Peregrino” y su promesa de eliminar el virus de todo el territorio nacional y, además, con el apoyo de autoridades locales, se lanza en procesión a la calle a lanzar una cruz al mar, bajo la creencia del “poder redentor del símbolo”.  En situaciones colectivas, de masas, los símbolos juegan una función importante y poderosa y, tengamos claro, no requieren del pensamiento crítico ni analítico.

Se sabe que el comportamiento de las masas siempre está determinado emocionalmente, de esa manera, los aspectos que compartimos las personas, como determinadas creencias religiosas o políticas, pueden ser detonadores de emociones como el miedo, el enojo, la ira o el pánico, o incluso, el sacrificio, si fuera ello necesario.

Cuando la experiencia del miedo se da ante una situación que atentaría contra la vida, puede ser adaptativo y contribuir positivamente a nuestra supervivencia. De esa manera, el miedo que pueda sentirse frente al contagio por coronavirus puede y debería conducir hacia las medidas de precaución y cuidado, adoptando las recomendaciones de aislamiento, y cuando fuera necesaria la exposición pública, al uso de mascarillas, guantes, y, ante todo, extremar la higiene. Así, el miedo cumple con una función adaptativa. Pero ese mismo miedo, en el marco del confinamiento en un hogar desestructurado con actitudes violentas y algún grado de frustración, puede conducir a la violencia extrema. De hecho, tanto a nivel nacional como internacional, se están reportando aumentos de la violencia de género en las familias, en las condiciones actuales. Así, el miedo se convierte en una emoción negativa y muy peligrosa. Sea en su valor adaptativo y de prevención para la sobrevivencia, o por el contrario, desencadenante de actitudes y acciones negativas, no olvidemos la dimensión contextual en que estos procesos se dan.

El manejo de la política pública debe considerar esta realidad compleja de pandemia producto del coronavirus, y la que, como consecuencia de factores antecedentes, se genera en el ámbito de la familia confinada. Ésta es una realidad más compleja en los sectores más pobres por las condiciones de hacinamiento en que se vive. De ninguna manera estamos diciendo que el origen de la violencia es solo el confinamiento por razones del coronavirus, aunque si es una condición que, dada su tendencia, sería lógico esperar una mayor incidencia de esta.

En este contexto deben promoverse valores y actitudes positivas que puedan ser creíbles y posibles de asumir en distintos contextos sociales y culturales. Algunas ideas, que muy bien podrías completar a partir de tu propia experiencia:

–          Promover el buen humor: nos permite relativizar las cosas, reírnos de nosotros mismos, ver las cosas de modo diferente, etc.

–          La esperanza de un porvenir mejor: nada cuesta soñar que las cosas podrán ser siempre diferentes, generando planes para hacerlo posible.

–          La unidad hace la fuerza: juntos podemos lo que ninguno por sí solo puede hacer. Fomentemos la unidad de criterios de protección física y emocional.

–          Mantener el agradecimiento en alto: seguimos y aquí estamos.

–          La solidaridad genera bienestar y agradecimiento: pensemos en lo que nos gusta que nos digan y hagan, y digámoslo y hagámoslo a los demás.

–          Fomento de la amabilidad y la ternura tanto hacia los demás como a nosotros mismos: son expansivas, nos fortalece emocionalmente, ayudan a crear lazos positivos.

–          Proyección hacia futuro: ¿cómo me gustaría ser cuando vuelva a la normalidad y qué puedo ir haciendo para lograrlo?

El miedo no nos debe hacer perder la esperanza.