En mi última reflexión que titulé Coronavirus, confinamiento y miedo, terminaba sugiriendo algunas ideas que podrían ser enriquecidas por quienes entendieran que les pudiera ser útiles, y me refería a:
– Promover el buen humor: nos permite relativizar las cosas, reírnos de nosotros mismos, ver las cosas de modo diferente, etc.
– La esperanza de un porvenir mejor: nada cuesta soñar que las cosas podrán ser siempre diferentes, generando planes para hacerlo posible.
– La unidad hace la fuerza: juntos podemos lo que ninguno por sí solo puede hacer. Fomentemos la unidad de criterios de protección física y emocional.
– Mantener el agradecimiento en alto: seguimos y aquí estamos.
– La solidaridad genera bienestar y agradecimiento: pensemos en lo que nos gusta que nos digan y hagan, y digámoslo y hagámoslo a los demás.
– Fomento de la amabilidad y la ternura tanto hacia los demás como a nosotros mismos: son expansivas, nos fortalece emocionalmente, ayudan a crear lazos positivos.
– Proyección hacia futuro: ¿cómo me gustaría ser cuando vuelva a la normalidad y qué puedo ir haciendo para lograrlo?
Terminé con estas palabras: “el miedo no nos debe hacer perder la esperanza”.
Me anima a seguir pensando y escribiendo sobre el tema, cuando personas a quienes aprecio me motivan con sus palabras. Algunas de ellas me manifestaron que esa última idea “Proyección hacia futuro: ¿cómo me gustaría ser cuando vuelva a la normalidad y qué puedo ir haciendo para lograrlo?, lo motivan, le dan una razón de vida.
Pero antes de desarrollar el tema que hoy me ocupa, quizás es oportuno señalar lo siguiente, el miedo es una reacción emocional natural cuando algo atenta con nuestra vida o nuestro bienestar. Es una alerta y, como tal, debemos prestarle toda nuestra atención. El peligro sigue ahí, aunque no lo vemos, y quizás ahora es más peligroso, pues no solo está presente en las gotitas de sudor o saliva, sino en todo cuanto tocamos, según señalan los expertos. Podemos infectarnos en cualquier parte. Es por eso por lo que se dice que en la fase de mitigación, en la que estamos entrado, hay que poner mayor cuidado. De ahí que debemos ser más cautelosos en un doble sentido: No exponernos y exponer a otros a mayor riesgo, eso puede significar un período mayor de confinamiento, pero al mismo tiempo prever las secuelas psicológicas del miedo, sobre todo en personas con tendencias a la violencia, y más aún, por el aumento a la exposición de frustración ante la situación que vivimos. Se trata, pues, de mantener y acrecentar el optimismo, la resiliencia y la esperanza.
En mis andanzas por los libros y las ideas expresadas en ellos por personas incluso de una variedad de credos filosóficos y en situaciones muy distintas, siempre he encontrado una máxima: la fuerza de la esperanza.
Una de esas ideas impactantes fue la que leí de Víktor Frankl, que haciendo alusión a Nietzsche decía: “Quien tiene un porqué para vivir, encontrará casi siempre el cómo”. Para quienes no conocen quien fue Víktor Frankl, basta con decir que sobrevivió a la dura realidad de dos campos de concentración nazi, Auschwitz y Dachau, entre los años 1942 y 1945. Una frase más de Viktor Frankl: “Los prisioneros no eran más que hombres normales y corrientes, pero algunos de ellos al elegir ser “dignos de su sufrimiento” atestiguan la capacidad humana para elevarse por encima de su aparente destino”.
Julius Fucik en su libro “Reportaje al pie del patíbulo” decía: “Y lo repito una vez más: he vivido por la alegría, por la alegría he ido al combate y por la alegría muero. Que la tristeza nunca sea unida a mi nombre”. Julius Fucik murió ahorcado a los 40 años (1943), fue periodista checo y líder al frente de resistencia anti-Nazi.
Ignace Lepp, reconociendo las limitaciones que la realidad nos pone, pero asumiendo la esperanza como perspectiva, decía: “Vivir con autenticidad verdadera significa para nosotros aceptar la condición humana con su exigencia de un perfeccionamiento creador; no resignarse pasivamente, sino aceptar activamente”.
Y en una carta de Winnie Mandela escrita en la cárcel de Kroonstad donde estuvo recluido por mucho tiempo, dice: “… la celda es un lugar idóneo para conocerte a ti mismo, para indagar con realismo y asiduidad cómo funciona tu propia mente y tus sentimientos.” “… la celda te da la oportunidad de analizar a diario toda tu conducta, de superar lo malo y de potenciar lo bueno en ti”. “No olvidemos nunca que un santo es un pecador que simplemente sigue esforzándose”.
Cada uno de nosotros puede continuar enriqueciendo estas referencias, no cabe dudas. Se trata al final de cuentas de “tener una razón por qué vivir”. Ése es el punto.
Vuelvo entonces a la pregunta que motiva estas reflexiones: ¿cómo me gustaría ser cuando vuelva a la normalidad y qué puedo ir haciendo para lograrlo? ¿cómo me gustaría que fuera el mundo y nuestro propio país cuando termine el confinamiento y a qué estoy dispuesto con tal de lograrlo? Se trata de una auto proyección, como persona y ciudadano, posibilidad que nos ofrece el contar con una conciencia de ser, siempre en perspectiva.
Quizás hagan falta unas preguntas previas:
¿Qué soy o qué he sido hasta hoy? ¿Qué he alcanzado? ¿Cuáles obstáculos o posibilidades he tenido en mi vida? ¿Me falta algo por alcanzar? ¿Qué tan satisfecho estoy con lo que soy y con lo que he alcanzado hasta el momento? Esas mismas preguntas deberíamos hacérnoslas como ciudadanos de un país y una sociedad particular.
Las respuestas a tales preguntas no deben ser respondidas desde la perspectiva de grandes proyectos, que por supuesto, sobre ello también debemos preguntarnos. Hoy en cambio, tanto a partir de la experiencia vivida de reclusión forzada como las expectativas que nos plantea, deberíamos concentrarnos en “aquellas pequeñas cosas de la vida”, las de la vida cotidiana que nos permiten relacionarnos con nosotros mismos y con los demás. ¿He sido agradecido? ¿He perdonado? ¿He amado? ¿He estado dispuesto a hacer feliz a los demás y con ello, ser feliz también? ¿He permitido que quienes me rodean puedan cumplir con sus sueños y proyectos, apoyándolos, incentivándolos, acompañándolos? ¿Soy feliz? ¿Cuáles temores o miedos tengo que atentan contra mi felicidad? ¿Son temores y miedos reales? ¿He sido bondadoso, compasivo conmigo mismo y con los demás? ¿Mi actitud ante la vida es la de aquellos que se definen como optimistas o, por el contrario, pesimistas?
La situación que estamos viviendo es una oportunidad para mirar hacia adelante, apostar a un cambio, una transformación. Si la sociedad y el mundo post coronavirus será diferente, como lo pronostican tantos, es porque quienes hacemos ese mundo seremos diferentes, cambiaremos. ¿Hacia dónde y en qué sentido deseas el cambio en el mundo y en la sociedad? ¿En qué medida cambiaras como consecuencia?
Edgar Morin ha señalado: “El virus está trayendo una nueva crisis planetaria a la crisis planetaria de la humanidad en la era de la globalización. Y revela, una vez más, nuestra interdependencia. La respuesta sólo puede ser de solidaridad y una respuesta planetaria”. ¿En qué medida estas dispuesto a ser parte de esa respuesta?
Estamos ante la oportunidad de construir un mundo, una sociedad, una comunidad, una vecindad, una familia centrada en el amor y la solidaridad, la justicia y la igualdad, el respeto y la compasión. ¿A qué queremos apostar, a los mismo o, por el contrario, a una nueva manera de ver y vivir la vida? De no ser posible el intento, ¿de qué ha valido tanto sufrimiento? En la cultura popular dominicana hay una expresión, que suele emplearse cuando la situación apremia, y que viene muy bien para esta ocasión compleja: “hay que sacar de abajo”.
Hoy la incertidumbre y el miedo continúan golpeando nuestras puertas, hoy más que nunca reafirmar la fuerza de la esperanza se hace más evidente.