Cada día al abrir la prensa escrita o comentar la noticia con un pariente o amigo, sale la ya no nueva noticia del asesinato de una mujer en manos de su ex-esposo, o su esposo, o cualquier otra persona; un “presunto” delincuente en un intercambio de disparos con la policía, o un policía que también fallece por ese mismo acontecimiento; que encuentran el cuerpo sin vida de una mujer o un hombre… el rosario de pérdidas de vidas en situaciones no “naturales” se ha convertido en pan nuestro de cada día.
Más reciente: un hombre (no importa su nombre) en una discusión por un parqueo, no exhibe otro comportamiento que no fuere “resolver” el problema disparando con la pistola que porta “legalmente”. ¡Por un parqueo! No importa los lamentos posteriores, si “volvió o no loco”, se cometió un asesinato “por un parqueo”.
La semana pasada, en medio de una reunión, recibo una llamada de mi segundo hijo, que requería de mi presencia en la emergencia de una clínica de la capital. Un taxista en un carro Toyota Corolla verde claro, en la Abraham Lincoln casi esquina Manuel de Jesús Troncoso, lo golpeó en la cara, aparentemente con una “manopla”, porque quería “que se resolviera de inmediato” el accidente que se produjo cuando él “tuvo que frenar de golpe” y ambos vehículos chocaron los bompers sin que hubiese ninguna rotura, ni siquiera una abolladura. Mi hijo recibió una trompada imprevista en la cara estando sentado en su vehículo (al decirle que entonces fueran a la Casa del Conductor) que no solo le abrió la piel, sino que incluso le abrió la arteria que irriga el músculo de los labios, provocándole un sangrado intenso.
¿Qué está pasando? ¿Por qué tanta violencia? Es una pregunta que oigo a diario. Todos estamos preocupados por los niveles de violencia que ya parecen ser endémicos. No tiene nada que ver con las condiciones sociales de las personas involucradas en hechos de violencia, ni tan sólo por aquellas que tienen que ver con los entornos. La escalada de violencia se pone de manifiesto en las diferentes clases sociales y entornos.
En el marco de la Psicología Social, se aprecian varias concepciones sobre el tema. Una de ella es la teoría del impulso, es decir, el motivo para dañar a otros. Se sugiere que la agresión proviene de condiciones externas que activan el motivo para dañar o herir a otros. Una de las más conocidas es la que se construye a partir de la hipótesis frustración-agresión. Esta teoría plantea que la conducta agresiva está impulsada desde dentro por impulsos para dañar o herir a otros. Se sugiere que este impulso se explica por factores externos como la frustración. Muchos psicólogos sociales ya no se adscriben a este tipo de explicación. Recientemente se han construidos explicaciones alternas, como aquellas que ponen su mirada en el aprendizaje, las cogniciones, el estado de ánimo y la activación.
Estas perspectivas son analizadas desde el modelo afectivo general de la agresión propuesto por Anderson (1996).
Esta teoría nos plantea que la agresión se desencadena a partir de un conjunto de factores (las denomina “variables de entrada”), las cuales influyen en la activación, los estados afectivos y las cogniciones, desencadenando los actos violentos.
Anderson explicita que los factores de entrada pueden identificarse, por un lado, como provocación, frustración, exposición a modelos agresivos, señales asociadas con la agresión, y otros factores como incomodidad/afecto negativo, etc.; por otro lado, identifica factores como la afectividad negativa, irritabilidad, creencias sobre la agresión, valores pro-agresivos, patrones de comportamientos agresivos aprendidos, etc. Estos factores generan estados afectivos que activan los procesos de agresión. El punto central de estas teorías se encuentra en el reconocimiento que tienen en la agresión al aprendizaje, las ideas y creencias, así como determinados estados afectivos (frustración, entre otros).
No es nuestra intención en esta ocasión, hacer una exposición académica sobre los estudios y conjeturas que desde la psicología social se han hecho en los últimos años sobre el tema, y a riesgo de parecer simplistas, me voy a limitar a hacer referencia de dos cuestiones: una, la que tiene que ver con el efecto de los medios de comunicación de masa en el desarrollo de la conducta violencia, y la segunda, de la reflexión personal sobre el tema y las políticas públicas.
Varios autores, entre ellos el propio Anderson (1997); Berkowitz (1993); Paik y Comstock (1994); Wood, Wong y Cachere (1991), entre otros han planteado la “la exposición a la violencia en los medios de comunicación puede de hecho ser un factor que contribuye a los altos niveles de violencia en países donde esos productos son vistos por grandes cantidades de personas”, según señalan Baron y Byrne (2005).
Las explicaciones al respecto van desde los procesos de aprendizajes que estas exposiciones originan, así como la generación de comportamiento de agresión en personas con predisposición a la misma, y el efecto de “desensibilización” que se genera en las personas, que no es tampoco despreciable.
El Dr. Miguel Suazo hace unos meses que escribió en la prensa dominicana un artículo interesantísimo, desde el punto de vista de la ética, sobre la dignidad del cadáver. Pero incluso, el propio medio en que este artículo se publicó no ha sido capaz de entender la importancia de lo señalado por el autor. Las fotografías dantescas sobre hombres, mujeres, niños y niñas asesinadas, parecen más bien satisfacer la necesidad morbosa tanto del medio, como de aquellas personas que parecen disfrutar de las mismas, al convertir estas noticias en su fuente principal de información. No puedo olvidar, la edad me lo permite, recordar aquellos viejos programas de radio “El informador policíaco” y “El suceso de hoy”.
La cotidianidad del crimen, del abuso, del asesinato a mansalva se ha convertido en parte de nuestra cotidianidad. No se trata de que estas informaciones se oculten, sino la forma como son manejadas por la prensa escrita y televisada. Algunas personas argumentarían que tales noticias son las que “venden”, olvidando el efecto perverso que tiene en el ánimo de las personas, así como en el condicionamiento que se produce. La racionalidad de “crecer” en audiencias (y dinero) se sobrepone a cualquier otra consideración social o de cualquier índole.
La responsabilidad del medio y de quienes lo dirigen, por múltiples razones, tiene que manejarse considerando estas consecuencias y lo que supongo, el “compromiso ético” con su función social de informar. Personalmente, y asumiendo los riesgos que esto supone, en términos de estas informado, hay personajes y programas de la televisión y la radio dominicana, que me niego rotundamente a ser parte de su “audiencia”. No solamente los considero “agresores” a la inteligencia de las personas, sino incluso de mercaderes de la información. Las anécdotas que salen en cualquier reunión social entre amigos o conocidos son múltiples, en sus capacidades de extorsión y mentiras, con que se manejan. Lo más irritante es lo bien que viven de ellos, pues cobran por callarse o por hablar, todo depende de quién sea el o la interesada.
Lo que sí es verdad, es que ya la violencia no nos “asombra”, todo lo contrario, nos han acostumbrado a sus modalidades, sus expresiones, las diversas maneras como se ejecuta, o incluso, de quienes sufren directamente sus efectos, sin ningún juicio moral o ético. La información noticiosa es una mercancía que hay que vender, posiblemente tan perversa como la venta de substancias psicoactivas; solo que esta nadie regula. Se encuentra en las manos de quienes comercializan con la misma.
La otra cuestión es el ambiente de irrespeto y agresión que se siente en las calles dominicanas. El irrespeto a las leyes de convivencia, incluso, por autoridades militares y gubernamentales, se ha constituido en un modelaje permanente.
No sé para qué existe una Policía Nacional o una Autoridad Metropolitana de Tránsito. Estas instituciones son protectoras, ya explícitas, de las tantas violaciones – que por ejemplo en el tránsito- ocurren todos los días y a todas horas. Parecería que las autoridades no se percatan del efecto perverso que tal desorden genera en la población. Nos irrita, nos pone de mal humor, nos conduce justamente a la violación permanente de las normas de convivencia social.
Toda la cuestión de “barrio seguro”, “seguridad democrática” no son más que globos, bombas de humo que no han podido contribuir en nada al tema en cuestión, porque no hacen más que convivir con la violencia y la agresión social misma.
¿Qué hacer?
Estamos llamados todos a cerrar filas, hay que insistir “sin cansarnos” en el desarrollo de una cultura de paz, pero sobre todo de respeto a la vida. Desde el ámbito de todas nuestras instituciones sociales: educativas, empresariales, gremiales y sindicales, religiosas, estatales. Por doquier hay que levantar esta bandera, no darle tregua al comportamiento violento.
Tenemos que desarrollar estrategias nuevas y hacer eficientes las que ya existen. Veamos:
- El problema no es del código penal, sino de quienes gestionan su aplicación y quienes tienen la responsabilidad de la administración de sus consecuencias. Hay que desarrollar un prontuario, una bitácora pública de estos procesos.
- Los condenados deben cumplir lo que establecen las leyes. La aplicación de la ley no puede ser discriminatoria: sí para algunos y no para otros. La ley es ciega, cuando se trata de su aplicación. No mira ni condiciones ni clase social, se supone igual para todos.
- Hay que desarrollar e incentivar los modelos no agresivos a través de todos los medios. Incentivar el auto-control y la contención. Fomentar la moderación.
- Tenemos que capacitarnos socialmente en habilidades sociales: aprender a llevarnos bien con los demás, particularmente con nuestros vecinos.
- Algo mucho más fácil: reir más y enfadarse menos. Es decir, se trata de inducir estados afectivos contrarios a la agresión.
- Eliminar de nuestra cotidianidad todo aquello que se constituya en una fuente de irritación y malestar (hay muchos programas de la radio y la televisión que deberían sentir la perdida de audiencias, esa sería una gran lección).
La responsabilidad de la violencia y la agresión es muy compleja, no hay un único factor que la determine, sino una multiplicidad. Todos debemos colaborar en ello, de manera especial, los medios de comunicación de masa, que llegan a muchas personas al mismo tiempo, pero también en la creación de mecanismos institucionales que los regule en este aspecto.