Estamos llegando al fin de un año que, luego del desasosiego de los dos años anteriores provocado por el coronavirus y todas las secuelas dejadas a su paso, había sido esperado hasta con esperanzas. El discurso de la nueva normalidad se apagó por sí solo. Desapareció entre brumas, aunque solo fuera en apariencias. Y en apariencias, pues los hilos del poder mundial siguen tan vigentes como nunca y más aún en este concierto de desasosiego que aún vivimos, por los trastornos en el pensamiento, las emociones y el comportamiento en general, dejados por la COVID-19. Aunque de manera menos explícita, se habla de un nuevo orden internacional, acariciándose incluso la idea de un “gobierno mundial”; por supuesto, de quien decidirá sobre esa estructura de poder, nada se dice.
Por todos los rincones del mundo recrudecen los problemas provocados por un orden internacional que ha hecho más ricos a los más ricos, como también, más pobres a los más pobres. No importa el costo en vidas humanas, el agotamiento de los recursos del planeta, como incluso la destrucción de ciudades y la forzosa huida de millones de sus habitantes tratando de sobrevivir a las catástrofes, generando un proceso migratorio sin precedentes en la época contemporánea. En este mismo momento, Francia se ve sacudida por acontecimientos que enlutan familias. Muchas mentiras convertidas en supuestas verdades fueron dichas para justificar tales atrocidades, sin que eso tuviera ninguna consecuencia para sus principales actores. Por otra parte, una China que se enseñorea en el mundo entero luego de su inmenso crecimiento económico bajo la explotación de una mano de obra pobre y atrapada, al mismo tiempo que el dominio, casi absoluto, del mercado tecnológico y otros tantos. Un social-capitalismo que va imponiendo lógicas y reglas por todas partes que ponen a temblar a su archi principal enemigo, cuando la propia economía de este no parece escaparse de ése enorme dragón de siete cabezas que hace ya bastante tiempo se salió de su muralla. Made in China nos aparece hasta en los sueños.
Mientras, la guerra ruso – estadounidense en territorio ucraniano va cobrando muchas vidas humanas, como generando los matices de un futuro siniestro para una Europa de rodillas y con una crisis muy complicada autoinfligida por su apego irrestricto a las directrices internacionales de la nación más poderosa, directa o indirectamente a través de uno de sus órganos ejecutores, remeneándose en su profunda crisis económica como en propia salsa. A la situación complejísima como consecuencia de la inmigración masiva, como a la sequía que les agobia, el viejo continente se enfrenta a un inmediato futuro congelante, debido a la posible escasez de su tan apreciado bien: el gas, producto del conflicto antes mencionado, sufriendo desde ya toda su población el terror climático que se avecina. Y no es para menos.
Por otro lado, “aquellos grandes líderes del orden mundial”, surgidos de la II Guerra Mundial y la Guerra Fría, entre otros muchos acontecimientos, ya no están presentes, han ido desapareciendo, dejando los grandes y complejos problemas como las decisiones necesarias que acarrean, en manos de unos organismos internacionales en manos de unos tecnócratas, nativos de los entertaininggames y los anime, cargados de sus aventuras épicas. ¿Adónde iremos a parar? Como diría mi madre: Eso, solo Dios lo sabe.
Los conflictos políticos en Brasil, Colombia, Perú como en muchos otros países de la región latinoamericana, mantienen en vilo al famoso Departamento de Estado, como a muchos otros organismos internacionales. El fracaso del neoliberalismo en la región ha recrudecido la decepción en las expectativas de amplios sectores de la población, originándose una bomba de tiempo que de explotar peores males provocaría a los que ya imperan.
Como una bocanada refrescante, pero con caducidad temprana, nos llegó el triunfo de Argentina frente a Francia en el Mundial de Futbol en Qatar. De pronto un personaje pequeño, pero extraordinariamente grande en su posición centrocampista con el terreno de juego, además de un talante que lo distingue como ser humano “bueno”, aparece en todos los diarios como el héroe sin igual de esta Copa, Lionel Messi. En Argentina, ningún político por popular que fuera, había logrado en la historia reciente de ese país la hazaña de unir a un pueblo en una sola voz y un ánimo desbordante que durará varios días. El pueblo argentino se ha puesto de vacaciones para celebrar y olvidar por unos momentos la crisis política y económica que les embarga. Si se pudieran replicar los messis por todas partes, quizás los conflictos del mundo hoy entrarían en receso.
En nuestro país, vivimos aún en el inmediatismo post electoral culpando a los anteriores de todos los males habidos y por haber, sin exculparles del todo, con los problemas más sensibles aún sin resolver, como son los de educación, salud, seguridad ciudadana, entre otros. Como si fuera poco, un gobierno que los organismos internacionales como directamente los Estados Unidos, Francia y Cánada, entre otros, acorralan para obligarle a “dar solución” a su propio desastre histórico de lo que son en gran parte responsable en el vecino país Haití.
Los dominicanos estamos cerrando un año difícil, bailando merengue y bachata en los colmadones, eso sí, como si ya el virus se fue para otra parte, pero con subidas sistemáticas de precios de los productos básicos, con un sistema de servicio de salud que peor no pudiera estar, y que solo sigue enriqueciendo a los capitales dueños de las famosas ARSs, que tienen secuestrado el bienestar de la población; con políticas públicas que pudieran catalogarse como positivas y que han tenido un alto costo económico de nuestro propio presupuesto, casi abandonadas o puestas en cuestión por funcionarios apegados a su agenda particular. Pero eso sí, tendremos un fin de año ruidoso, con mucha música, bombillitos y cerveza, “como le gusta a la gente” diría alguien, y dando paso hacia la reelección a como dé lugar.
¿Qué será necesario para recuperar nuestra humanidad? ¿Qué hará falta para que seamos capaces de darnos cuenta de lo ventajoso que es la paz, de lo ventajoso de un ser humano educado y con una vida saludable? ¿Por qué no darnos una tregua permanente para juntos todos construir un mundo distinto, un nuevo orden mundial que tenga en el centro de sus propósitos al ser humano mismo? ¿Qué nos impide que todo el conocimiento generado históricamente se ponga a disposición de las buenas causas, como son las de la justicia y el desarrollo social pleno?
Por las redes está circulando un “reels”, historia ésta que recoge National Geographic[1], en que se cuenta que por solo algunas pocas horas en plena primera guerra mundial y a propósito del día de Navidad, soldados de ambos bandos empezaron a entonar villancicos y que a medida que avanzaba la noche, otros soldados se fueron sumando, decidiendo estos dejar la guerra por un momento para confraternizar con quienes se encontraban en la trinchera enemiga. Según relata el historiador Stanley Weintraub en su libro Silent Night, entre los soldados enemigos intercambiaron palabras como “tú no disparar, nosotros no disparar”, permitiéndose incluso cantar villancicos juntos. Algunos se estrecharon las manos y fumaron pitillos. Según Weintraub muchos acordaron que la tregua seguiría en vigor el día de Navidad, para poder verse de nuevo y enterrar a los muertos. Según se dice, este acontecimiento se conoció como la tregua de navidad. Breve, eso sí, pero fue un momento de paz y de recuperación del sentido mismo de humanidad que todos llevamos dentro.
De algo deben servirnos las grandes virtudes que en diferentes culturas y por diferentes personajes históricos han sido puestas de relieve como guías para el bien: sabiduría y conocimiento, coraje, humanidad, justicia, templanza y trascendencia.
Quizás nos haga falta recuperar aquel mensaje contenido en la Carta de Pablo a los Corintios (1-13) en que el amor y la caridad lo impregnan todo, si de lo que se trata es la construcción de un nuevo orden basado en el bienestar de todos. Ése es el significado profundo de la Navidad, que procura reencontrarnos con nosotros mismos.
Como bien señala Marcos Villamán[2]: “Este presente complejo que nos ha tocado vivir como desafío a la fe y llamado a la fidelidad puede y debe ser construido como una oportunidad para la acogida del Reino de Dios a través de prácticas transformadoras, sabias e inteligentes”.
[1] Recuperado en La Tregua de Navidad (nationalgeographic.com.es)
[2] Villamán, M. (2003). Trastocar las lógicas, empujar los límites: democracia, ciudadanía y equidad. Instituto Tecnológico de Santo Domingo-Intec, Santo Domingo.