Consideraciones en torno a la autoimagen de los dominicanos y las dominicanas

(Conferencia pronunciada por Josefina Zaiter y Julio Valeirón en el Seminario sobre Realidad Dominicana. Organizado por la Comisión de Reforma del Estado. 18 de Noviembre de 1997).

 

1.   Consideraciones conceptuales desde la Psicología Social de la Autoimagen.

Con el interés de introducir un debate/reflexión acerca de la autoimagen que se expresa y construye en la población dominicana, es decir, la autoimagen de lo dominicano, vamos a partir de algunas consideraciones conceptuales, que desde la psicología social, se han planteado y se plantean para aproximarse a los fenómenos relacionados con la imagen que de si mismo tiene un grupo nacional.

El análisis psicosocial de la autoimagen, implica atender a los propósitos de socialización de la identidad, de la movilización y de la conciencia social, entre otros, que se van realizando en la interacción social al interno de los grupos sociales y en las relaciones del individuo y su realidad.

En tal sentido, y con el interés de destacar la relación conceptual entre identidad y autoimagen, ponemos de relieve el planteamiento de Herbert Kelman[1] cuando dice:

        “Podemos considerar la identidad nacional como un producto colectivo -en la forma de un sistema de creencia, valores, suposiciones- que se transmite a los miembros del grupo en el curso de su socialización y se desarrolla a través de una serie de comunicaciones durante el curso de sus vidas.  Se refleja en la conciencia de los individuos en grado y manera distintos, dependiendo de la naturaleza de la socialización, de la experiencia de movilización a la que estén expuesto y de la forma en que las utilicen”.

Al referirnos a la autoimagen, y en nuestro caso a la autoimagen de lo dominicano, estamos remitiendo a la imagen que de sí mismo tiene la colectividad nacional.

La construcción de una identidad nacional implica, pues, asumir imágenes que se expresan y reproducen en el contexto simbólico que está presente en una determinada realidad nacional.

Es importante señalar que el concepto de autoimagen hace referencia a procesos cognoscitivos y de representación social, que tienen una dimensión subjetiva, los cuales las personas y los grupos sociales realizan a través de procesos dialécticos; son cambiantes y son dinámicos, y como tales, tienen un devenir histórico.

La imagen de lo dominicano se ha ido conformando en el proceso histórico dominicano, y está remitida a la complejidad de la realidad social dominicana.  Que como toda realidad social y cultural es diversa, heterogénea. De este planteamiento se desprende que la autoimagen que tenemos como grupo nacional no es algo homogéneo sino que esta tendenciada por la problemática de las diferencias sociales y condiciones socioeconómicas de vida (clases sociales), que atraviesan a los grupos y sectores sociales que conforman la sociedad dominicana de hoy día.

Para comprender la autoimagen debemos remitirnos a las tendencias de valoración que de lo dominicano se han hecho a través del proceso histórico y que, fundamentalmente, desde la producción intelectual se reproducen y se asumen por los individuos y los grupos.  El imaginario colectivo que se expresa en los contenidos de la música, el refranero, los mensajes televisivos y radiales, la prensa escrita, el humor popular, en fin, todo contenido y maneras de expresarnos cotidianamente, produce – reproduce – recrea – reafirma la manera cómo nos entendemos, como nos visualizamos a nosotros mismos.

En ese sentido, la autoimagen no esta dada, sino que las personas y los grupos sociales la construyen social e históricamente.  Es un producto histórico, que se recrea históricamente, y cuyas matrices no son ya los límites geográficos de su cotidianidad.

Un tercer aspecto que debemos considerar es el relativo a la Conciencia Nacional, entendida ésta como el compromiso asumido con la nación por los grupos y miembros de la misma, en torno a un proyecto nacional.

Los tres aspectos expuestos anteriormente: Identidad nacional, autoimagen nacional y conciencia nacional, guardan entre sí un estrecha y compleja relación dialéctica.  La definición o estructuración de uno de ellos tiene que ver con la definición y estructuración de los otros, así como de interrelación.

   IDENTIDAD NACIONAL  -> AUTOIMAGEN NACIONAL -> CONCIENCIA NACIONAL

La interacción de estos fenómenos encierra actitudes sociales, valores sociales, representaciones y percepciones de la realidad social que se conjugan e integran en la subjetividad y en el contexto simbólico.

Interpreto y asumo lo dominicano y me asumo como dominicana o dominicano a partir de las imágenes sociales que en mi contexto sociocultural se reproduzcan acerca de lo dominicano, de las valoraciones sociales que se asuman en mi grupo de referencia de la manera de percibir e interpretar mi realidad, de todo ello en el marco de la interacción PERSONA -> REALIDAD SOCIAL, de la cual surgen los elementos de mi subjetividad.

Para aproximarnos a una interpretación de la autoimagen de lo dominicano, consideramos los siguientes aspectos que entendemos han servido de condicionantes o escenario a la construcción social de la autoimagen:

 a)   Relacionar el proceso histórico de la sociedad dominicana con las expresiones de autoimagen que se manifiestan en los grupos sociales.

 Lógicamente estas expresiones se crean en el proceso histórico de las interacciones sociales de ese grupo consigo mismo y con respecto a otros grupos, en una dinámica permanente y contradictoria de afirmación – negación.

 b)   Atender y dar importancia, en el análisis al contexto simbólico que se ha ido creando en una realidad social como la dominicana, el cual es parte activa de todo lo que significa para los dominicanos y dominicanas desarrollarse e integrarse socialmente.

 La atención al contexto simbólico implica tener en cuenta la relación entre los componentes objetivos y subjetivos de la identidad nacional; la integración de la identidad nacional en un contexto cultural determinado; el hecho de que los individuos lleguen a asumir una identidad nacional participando en procesos de socialización, sustentando una conciencia histórica, participando activamente en un proyecto social y nacional.

 c)   La significación psicológica de pertenecer a una realidad nacional que sea capaz de valorarse así misma.

En torno a este aspecto, es importante considerar las condiciones en que se dan las relaciones hacia otros grupos nacionales, si se hacen infravalorándose, subordinándose o supervalorándose, o por el contrario si es posible promover relaciones de intercambio y cooperación a nivel internacional.

 d)  En qué condiciones se involucran los integrantes de una realidad nacional en procesos de participación social, de movilización social, de construcción de su ciudadanía como sujeto social. (Zaiter, 1996).[2]

Por otra parte, es importante considerar un conjunto de situaciones que se dan y se han dado en la sociedad dominicana, las cuales sirven de contexto y referente para darle contenido a las imágenes, las representaciones sociales, las actitudes, las valoraciones, las percepciones sociales plasmándose en la subjetividad y en los contextos socioculturales. Lo que significa la identidad refiriendo a lo mío, al nosotros y a lo que asumo de nosotros hacia mi.

Veamos.

 a)   El problema del mestizaje y de la complejidad cultural, la cual tiene tales proporciones que para muchos dominicanos y dominicanas se dificulta aceptar y comprender que somos un pueblo, fundamentalmente mulato. (insertar asunto rechazo a elementos étnicos).

b)  La situación de dependencia hacia otros grupos nacionales y bloques de países. Esta relación de subordinación sitúa a la nación dominicana y a la expresión de la identidad nacional a una permanente promoción de modelos de vida y de comportamientos que desplazan lo dominicano y lo infravaloran. Entendemos que esta situación debe ser tomada en cuenta en cualquier análisis que persiga explicar la infravaloración de lo nuestro.

c)   Las dificultades para que se de una integración social que viabilice la participación social de los sectores mayoritarios y populares. Esta situación coloca a la mayoría de la población dominicana en la exclusión de espacios de poder y de decisión política.

d)  Lo anterior esta relacionado con el problema de la no consolidación y fragilidad de las instituciones sociales. La existencia de conflictos en torno a lo político y al ejercicio del poder. Siendo así que grandes sectores están desplazados de la posibilidad de hacer coincidir su grupo de pertenencia con su grupo de preferencia en cuanto a lo nacional por el hecho de que no encuentran vía de hacer valer sus intereses sociales en el marco de la realidad social dominicana.

e)   El hecho de que la crisis económica de las ultimas décadas estimula un proceso migratorio con el que una parte significativa de la población dominicana eleva el proyecto migratorio como su proyecto de futuro.

 

Situaciones que problematizan la construcción de la autoimagen en los dominicanos y las dominicanas:

  1)  El Mestizaje:

La situación del mestizaje problematiza la construcción de la autoimagen, ya que características y expresiones étnicas están permanentemente en una continua reafirmación – negación en la cotidianidad de los y las dominicanas.

 2)  Isla compartida:

En segundo lugar tomemos en consideración todas las implicaciones psicológicas y sociales que para el desarrollo de nuestra imagen tiene el pertenecer a una isla, que además de ser pequeña, es compartida.  Este elemento se redimensiona cuando se entra en contacto con otras realidades nacionales, particularmente continentales.  Es lo que definió Enrique Patín (1950)[3] como el “Complejo geográfico”, y al cual atribuyó lo que para él era “nuestra pequeñez de ser”.  A lo que también Antonio Zaglul (1974)[4] llamó “Complejo isleño” en su búsqueda por explicar lo que entendía como la tendencia a la “sub-estimación de lo nuestro”. 

 “¿Complejo de isleño?” -decía.  “¿Complejo de mutilación por vivir en una isla compartida? ¿Nuestro sedimento histórico-político? ¿Inseguridad económica?”.  Apuntes (Pag. 141)

Por otra parte, consideremos el hecho de las complejas y tensas relaciones que históricamente hemos tenido con nuestro vecino país Haití y lo que significa la “necesidad” de diferenciarnos de los y las haitianas, y de lo haitiano, en el proceso de construcción de nuestra propia identidad.

 3)  Situación de dependencia:

Esta situación que está presente en el conjunto de los países de Latinoamérica, ha sido analizado desde la Psicología Social por la prof. Maritza Montero, quien al explicarla psico-socialmente elabora el concepto del “comportamiento de la dependencia”, con el cual se refiere a todo lo que significa en términos de comportamiento colectivo, el que una realidad nacional esté en relación de subordinación a otra en lo económico, lo político y lo cultural.

Este comportamiento se manifiesta en el sentido que desde los centros hegemónicos se señalan un conjunto de características de comportamiento para identificar (clasificar) a los otros países, tal es el caso de que las poblaciones “tercermundistas” son objeto de atribuciones como: “haraganes”, “perezoso”, “inconstante”, “irresponsable”, “supersticiosos”, “desorganizados”, “con una particular consideración del tiempo”, “juerguista” y “muy religioso”.

Esta situación se complica psico-socialmente cuando los grupos nacionales objetos de dichos calificativos que lo infravaloran, a través de procesos ideológicos, asumen como válidas estas definiciones, autoadjudicándoselas como características propias.

A este respecto, y en una muestra de la lógica que sigue el pensamiento del dominicano, Zaglul en la obra citada dice:

  “Nada ni nadie de lo que nace y crece en este pedazo de isla, sirve o creemos que no sirve.  El trópico nos hace haraganes. El tanino del plátano nos embrutece  manchando nuestras circunvoluciones cerebrales. Nuestra vista sólo alcanza la altura de un cocotero y pensamos en un dulce de piñonate. Un viejo profesor nos decía que si Newton hubiese sido dominicano, en vez de descubrir la ley de gravedad al ver caer la manzana del árbol, se hubiera comido la fruta y no hubiese descubierto nada.”. (Pag. 31).

Más adelante en el mismo texto se hace las siguientes preguntas:

          “¿Por qué existe esa pobre estimación de nosotros mismos?. ¿Por qué nos infravaloramos? ¿Es un sentimiento colectivo de inferioridad? ¿Por qué?.

Los hijos lo aprenden de los padres, de los maestros, de los historiadores, y también de nuestros propios gobernantes.

Es algo increíble. El dominicano no cree en el dominicano”. (Pag. 31).

Las consecuencias de este comportamiento parecen obvias, y es que tales consideraciones llegan incluso a asumirse como “intrínsecas”, como “propias”, como “causales” de nuestra propia realidad: desempleo, incapacidad intelectual, y no como consecuencia de un proceso histórico de dominio y dependencia.

Martín Baró (1987)[5] en su trabajo “EL LATINO INDOLENTE: carácter ideológico del fatalismo latinoamericano”, señala que:

“La comprensión fatalista de la existencia que se atribuye a amplios sectores de los pueblos latinoamericanos puede entenderse como una actitud básica, como una manera de situarse frente a la propia vida. En cuanto tal, el fatalismo pone de manifiesto una peculiar relación de sentido que establecen las personas consigo mismas y con los hechos de su existencia, y que se traducirá en comportamientos de conformismo y resignación ante cualquier circunstancia, incluso las más negativas”. (Pag. 137).

Más adelante dice:

 “A partir de esta caracterización del síndrome fatalista empieza a dibujarse una imagen estereotipada que suele atribuirse al latinoamericano por encima de distinciones nacionales o grupales, y que no sólo se maneja en otros países de Norteamérica o Europa,  sino que constituye un esquema de referencia incorporado a las mismas pautas del pensamiento cultural en los países de América Latina”.

La reflexión de Martín Baró nos lleva a un fuerte cuestionamiento, que debe ser motivo de reflexión cuando distingue el fatalismo “en cuanto actitud ante la vida de las personas, del fatalismo en cuanto estereotipo social atribuido a los latinoamericanos, incluso cuando el estereotipo se lo apliquen a sí mismos los propios latinoamericanos. En otras palabras, habrá que examinar si el fatalismo corresponde a una actitud real de los latinoamericanos o si más bien constituye una caracterización que se les atribuye y que, de esa manera, tiene un impacto sobre su existencia, aunque su comportamiento real no corresponda a esa caracterización”. (Pag. 140).

 4)  Autoritarismo:

La condición de ciudadanía, es decir, asumirse como ciudadano y ciudadana dominicana, más aún, constituirse en ciudadano y ciudadana como sujeto democrático, ha estado históricamente obstaculizado por la significación que ha tenido y tiene la tradición autoritaria de la sociedad dominicana.

Ante la posibilidad de asumir ser ciudadano o ciudadana dominicana (lo cual en la mayoría de los casos te trae más problemas que beneficios), está desplazada por el querer ser “jefe o jefa”. Hoy día “todos aspiramos” a ser Presidente, Senador o Diputado, Síndico o Regidor. Y esto, incluso, al precio de la imposición, del autoritarismo y la negación de la participación democrática. En las palabras de Zaglul: “es el trujillito que todos llevamos dentro”.

Aún no nos hemos socializado en el ejercicio de la democracia, y aún más, de experimentar el valor de ser ciudadano o ciudadana.  Incluso sobran aquellos y aquellas que a través de los medios de comunicación asumen, se enorgullecen de su discurso democrático, mientras su práctica dista mucho de tales características, deviniendo en autoritaria. Tales prácticas autoritarias se encuentran en la cotidianidad de partidos (izquierdas y derechas), Ongs, Iglesias, Instituciones educativas; está presente en los grupos primarios y secundarios de la sociedad dominicana (familia, trabajo, grupos sociales, deportivos y culturales).

Esta cultura autoritaria surge incluso en estudios que a tales propósitos se han realizado. Por ejemplo en el estudio de valores (1996) que realizamos conjuntamente con el prof. Marcos Villamán, estos elementos culturales autoritarios se revelan al preguntar sobre las cualidades que deben inculcarse en la educación de los hijos, y un alto porcentaje (51%) dice que la “obediencia”.

Tendencias que se contraponen:

Evidentemente  las tendencias sociales que conllevan dimensionar la infravaloración dentro de lo que puede ser la expresión de la autoimagen de lo dominicano en la dinámica social e histórica, entran en contradicción y se contraponen a aquellas otras tendencias que sustentan elementos que valoran y asumen potencialidades de lo dominicano.

Algunas de estas tendencias son las siguientes:

 1)  Solidaridad:

La solidaridad es un principio fundamental que media las vida de los y las dominicanas, tanto en las manifestaciones de apoyo al interior de los grupos primarios como secundarios, y ello a pesar aún, de las fuertes tendencias al individualismo que hoy se fomentan.  Por solo tomar un ejemplo, señalemos el caso de las “remesas”, las cuales han sido reconocidas como un factor de primera importancia en el desenvolvimiento de la vida económica de miles de dominicanos y dominicanas.

Fernando Sainz (1945)[6], en su obra “Un estudio sobre Psicología y Educación Dominicanas” señala al respecto:

“Es generoso, sobre todo con los extraños, y le encanta prestar servicios, tanto por lo que puedan beneficiar a quien los reciba como por experimentar la sensación protectora”. (Pag. 158).

2) Capacidad de supervivencia y creatividad:

El pueblo dominicano se reconoce y ha dado muestra de que enfrenta los problemas con disposición.  El enorme desarrollo del sector terciario de la economía dominicana, es una muestra de esta gran capacidad de creatividad frente a las situaciones de crisis económica por las que atravesamos.

En la cotidianidad de la vida de los y las dominicanas, día a día, se expresa su ingenio y creatividad en el diseño de estrategias de sobrevivencia.  Un artículo publicado bajo la firma de (…) en el “periódico” Caribe bajo la dirección de Carlos Julio Báez, nos muestra como los y las dominicanas residentes en Madrid han creado toda una red de pequeños negocios de gran diversidad, respondiendo no solo a las necesidades mismas de sus compañeros/as nacionales, sino incluso a la curiosidad de las y los nacionales españoles.  De igual manera, hay que señalar la importante participación que en la vida económica, social, cultural y política están jugando los y las dominicanas radicados en Nueva York.

 3)  La Alegría:

La alegría es quizás una de las características más reconocida por los propios dominicanos/as y otros nacionales.

En un trabajo que realizáramos hace dos años en Cabral (Barahona) con hombres y mujeres comprometidas en el trabajo de organización y educación popular en los campos y ciudades del sur, y a propósito del tema de la autoimagen del dominicano/a, se caracterizaban y caracterizaban al dominicano/a fundamentalmente como “gobiales”, “alegres”, “parlanchines”, “fiesteros”, “muy laborioso, pero disfruta de la vida”.  Era interesante, y así lo hacíamos ver al grupo, que la mayor parte de las características señalas giraban en torno de la “alegría”.

Las explicaciones pudieran ser varias, pero de manera más o menos sistemática es aquella que nos dio el Dr. Zaglul en su libro reseñado anteriormente, y específicamente en su capítulo El Dominicano y su Pena, que termina diciendo: “El dominicano baila su pena”. (Pag. 62).

4)  Espiritualidad Popular:

Desde hace ya muchos años, en toda América Latina, y en particular nuestro país, se ha ido conformando una experiencia religiosa que ha permitido ir estructurando las dimensiones transformadoras de la espiritualidad popular, las cuales permiten no solo el cuestionamiento al ordenamiento sociopolítico, sino la búsqueda de cambios y transformaciones como exigencia de una práctica de la misma fe.  En ese sentido, esta espiritualidad popular, devuelve a ese sujeto social la posibilidad de recuperar su transcendencia histórica.  En las Comunidades Eclesiales de Base el pueblo pobre recupera su nombre y su ser social, así como la dimensión cuestionadora de su fe a la realidad en que vive, en una experiencia democrática y participativa.

 Algunas consideraciones frente a los retos de la reforma:

Las reflexiones antes planteadas procuran servir de marco a la discusión sobre las implicaciones de los procesos de reforma, y las barreras y posibilidades que estas tienen al enfrentarse al “ser dominicano”.

Entendemos que el proceso de reforma, no solo tiene el reto de cambiar estructuras y procesos de gestión, es la transformación de una cultura de la gestión y de un proceso de creación una cultura de participación ciudadana.

En lo subsiguiente nos limitaremos a tres ámbitos en los cuales entendemos pudieran llevarse acciones importantes en el camino de creación sujetos sociales democráticos y participativos.

Trabajo Cultural:

Debe llevarse a cabo un trabajo cultural que rescate y dimensione los elementos más positivos de la autoimagen de los y las dominicanas. Este trabajo supone necesariamente la participación de los sectores mayoritarios, en y desde su cultura.  Comprendiendo y asumiendo la complejidad cultural y articulando los elementos convergentes.  Se trata de fomentar prácticas de valoración de lo personal y lo social, de lo propio de nuestro contexto cultural, espacio real de reconocimiento de los individuos y los grupos.

Revisión de los estilos de liderazgo:

Los trabajos de la reforma que van desde la simple reedefinición de un puesto, pasando por la reestructuración de las organizaciones y las nuevas definiciones de los procesos, deben encaminarse a la superación de la cultura del “jefe o la jefa”. La cultura autoritaria debe ser desterrada. Estamos abocados hacia la ampliación de los espacios reales de participación y decisión, a través de un proceso pedagógico que nos enseñe a ser democráticos, “aprender a ser ciudadanos”.

Marcos Villamán y Raymundo González en su trabajo “Educación, democracia, ciudadanización y construcción de identidades nacionales”, señalan a este respecto: “la necesidad de (la) construcción de actores sociales, más allá del sistema político, en capacidad de constituirse en interlocutores válidos del estado y de los partidos políticos en el proceso de conformación y respuesta de las demandas sociales y la voluntad política colectiva”. (Pag. 4).

Es la necesidad urgente de consolidar la institucionalidad, de superar los esquemas personalistas, que tan acostumbrados nos tienen y tanto daño han hecho, en una cultura clientelista,  patrimonialista y autoritaria, que continuamente recrean – reafirman – reproducen valores y actitudes que privilegian un ejercicio centralizado del poder, dificultando que afloren tendencias participativas.  En última instancia, es la “necesidad de la creación de una cultura democrática que sustente, a la vez que sea acicateada por la institucionalidad democrática”. (Pag.8).

 

El ámbito de la Educación:

Es urgente que en el ámbito de la Secretaría de Estado de Educación y Cultura, se retome realmente el Plan Decenal, en todo el sentido que tiene una educación integral, democrática, que asume los sujetos del proceso, que traspasa los límites físicos del Centro Escolar y de las Oficinas Centrales, vinculando la escuela y la comunidad: local, regional y nacional, en un quehacer educativo que no se quede en las relaciones formales de grupos, sino que llena de contenido su acción pedagógica de la realidad en que se encuentre.

La escuela debe constituirse en un verdadero espacio de educación en la participación, del desarrollo de capacidades y habilidades cognoscitivas, del desarrollo de la autoestima, valorando los elementos que constituyen la autoimagen.

La autoestima implica el reconocimiento de los valores personales, de las capacidades y las limitaciones.  Entendida como proceso, se refiere a lo que la persona considera que es y lo que debería ser.

Desde una perspectiva de la Psicología Humanista, el desarrollo de la autoestima apunta hacia los comportamientos y actitudes siguientes:[7]

  • Una percepción más clara y eficiente de la realidad. La persona es capaz de entender consciente y críticamente su realidad y disponer acciones en torno a esta.
  • Mayor apertura a la experiencia. Actitud de exploración de las situaciones de su contexto sociocultural y disposición a participar en él, así como también en contextos nuevos.
  • Mayor integración, cohesión y unidad personal.
  • Mayor espontaneidad y expresividad, pleno funcionamiento y vitalidad.
  • Una identidad firme con su autonomía.
  • Mayor objetividad, independencia y trascendencia del yo.
  • Recuperación de la creatividad.
  • Capacidad de fusión de lo concreto y lo abstracto.
  • Estructura de carácter democrático.
  • Capacidad amorosa.

No queremos concluir, y así dar paso a la discusión, sin antes señalar que el proceso que tenemos por delante amplio y abarcador. Es un cambio radical en una cultura de la gestión: administrativa y política. Que envuelve todas las instancias de la estructura y los procesos del gobierno y de la vida nacional.

 


[1] Kelman, Herbert C. (1983). Nacionalismo e identidad nacional: un análisis psicosocial. En “Perspectivas y contextos de la Psicología Social” de J.R.Torregrosa y B. Sarabia. Editorial Hispano Europea, S.A. Barcelona.  Capítulo 8.

[2] Zaiter Mejía, Josefina. (1996). “La identidad social y nacional en Dominicana: un análisis psico-social”. Universidad Central del Este. San Pedro de Macorís, R.D. (Pags. 51-52).

[3] Patín, Enrique. (1950). “Observaciones acerca de nuestra psicología popular”. Editora Montalvo. Ciudad Trujillo.

[4] Dr. Zaglul, Antonio. (1974-77). “Apuntes”. Editora Taller. Santo Domingo.

[5] Martín-Baró, Ignacio. (1987). “El latino indolente: carácter ideológico del fatalismo latinoamericano”. En Psicología Política Latinoamericana. Editorial Panapo. Caracas.

[6] Sainz, Fernando. (1945). “Un estudio sobre psicología y educación dominicanas”. Editorial Pol Hermanos. Ciudad Trujillo.

[7] Argentina Henríquez, Marcos Villamán y Josefina Zaiter. (1995). SISTEMATIZACION. Centro Cultural Poveda. Santo Domingo.

La juventud sigue creyendo en la escuela: una oportunidad que se debe preservar y aprovechar.

En nuestra reflexión anterior centrada en mi compromiso por la alegría y la felicidad, terminaba diciendo lo siguiente:

La escuela está llamada a forjar las simientes de esta nueva vida, pero para ello, necesitamos forjar un nuevo magisterio centrado en esos valores y colocándose ante lo nuevo y el futuro en una actitud innovadora frente a la vida y el deseo de vivirla plenamente. Se trata entonces de formar una nueva escuela, comunidad de aprendizajes, que tiene como núcleo los sujetos que aprenden. Que forje nuevos ciudadanos para una sociedad nueva en proceso de construcción, donde el ejercicio de la ciudadanía empiece por el reconocimiento del derecho del otro y del deber personal.

En el Estudio Internacional sobre Educación Cívica y Ciudadanía, los jóvenes estudiantes dominicanos dicen mantener un alto nivel (completamente) de credibilidad en la escuela (57.7%) por encima de otras instituciones como el propio gobierno y los gobiernos municipales, la justicia, la gente en general, etc., y ello a pesar de la situación que la caracteriza.

Tal credibilidad es una oportunidad que la sociedad dominicana no solo debe preservar, sino que incluso aprovechar para poder desarrollar en ella, las oportunidades que fueran necesarias para contribuir con la construcción de una sociedad dominicana diferente, forjando valores ciudadanos de convivencia, respeto, democracia, participación, criticidad, productividad, compromiso con el entorno, entre otros.

Pero, ¿qué es la escuela? ¿su mobiliario? ¿la estructura física? Por supuesto que no. La escuela la constituye el conjunto de relaciones que se desarrollan en los planteles escolares, y que le ofrecen a los niños/as y jóvenes la oportunidad de desarrollar sus conocimientos y competencias para la vida. Es el espacio social donde él se siente seguro, apoyado, respetado, confiado, motivado; el espacio donde puede desarrollar amistades con intereses comunes, espacio donde puede disfrutar de una situación diferente de la que encuentra generalmente en el entorno de su comunidad o de su propia familia; son estas, posiblemente, parte de las razones que le hacen mantener su alta credibilidad en ella.

¿Qué hacer para que la escuela no solo mantenga tal credibilidad, sino que cumpla con la sagrada misión de formar integralmente a las futuras generaciones de los ciudadanos y ciudadanas dominicanas? ¿Cómo debe organizarse la escuela para desarrollar un ambiente que construya significados en torno al tema de ciudadanía? ¿cuál es el perfil de maestro que la escuela dominicana reclama y nuestros jóvenes estudiantes necesitan?

Debemos convencernos, y voy a insistir en ello, que lo que hace la diferencia entre una escuela efectiva, de aquella que no lo es, siguen siendo sus maestros y maestras formadas, motivadas y comprometidas positivamente con el aprendizaje de todos los y las estudiantes, con las competencias necesarias para cumplir con su función de enseñar, gestionando todas las oportunidades necesarios para que estos aprendan.

Comentemos brevemente esto último:

  1. Maestras y maestros formados:

Que dominen las concepciones pedagógicas en las cuales se fundamenta el currículo dominicano; que comprenda los procesos de desarrollos que viven los estudiantes con los cuales trabaja; que se sepa articular procesos pedagógicos innovadores;

 

  1. Maestras y maestros motivados:

Consciente de las razones por las cuales han decidido formarse como maestros y maestras; que renuevan cada día las razones fundamentales de su opción magisterial;

 

  1. Maestras y maestros comprometidos positivamente:

Fuertemente convencidos y entregados a su labor de enseñar; que valoran cada minuto, cada hora y cada día en el arte de enseñar y provocar aprendizajes;

 

  1. Maestras y maestros con competencias para cumplir con su función de enseñar:

Con un fuerte dominio de la lengua española, así como del lenguaje de la matemática y las ciencias para comprender la realidad; un comunicador efectivo que articula un discurso comprensible y provocador de procesos de aprendizaje; un artista en el arte de crear e innovar oportunidades para aprender; propiciador de relaciones humanas fundamentadas en el respeto a sus compañeros y su entorno; modelo y guía en la generación de altas expectativas de aprendizajes en todos los y las estudiantes; que valoran los procesos de formación y evaluación continua.

Para ello, sin embargo, se necesita motivar y atraer a los mejores estudiantes del nivel medio, así como a otros profesionales jóvenes, para que vean en el magisterio una profesión digna, social y económicamente valorada, que cuenta con los mejores para formar a los ciudadanos y ciudadanas dominicanas. Esto significa revolucionar la política de formación de maestros y la propia carrera magisterial. Tal decisión no sólo que requiere una mayor asignación de recursos financieros, sino que este sostenga sistemáticamente en el tiempo. La sociedad dominicana en su conjunto debe colocar la educación como su prioridad tanto en la inversión pública, como en la defensa del espacio educativo. La escuela debe ser preservada, por encima de los intereses gremiales y políticos, por encima incluso de los intereses empresariales. No es posible construir una escuela de calidad con las condiciones precarias en que se desenvuelve el sistema educativo.

Estamos plenamente conscientes que dentro de ciertos límites de inversión (por lo demás altos) un aumento en el presupuesto no genera de manera proporcional una mayor calidad. Sin embargo, tampoco es posible desconocer lo planteado hace ya varios años por la UNESCO, que en la región latinoamericana para que la educación se encamine por el sendero de la calidad, se requiere una inversión de por lo menos el 5% del PBI.  El Plan Decenal de Educación 2008-2018 lo previó de manera gradual, sin que ello aún se constituya en una realidad.

Reitero, aprovechemos que nuestros jóvenes estudiantes aún valoran la escuela, evitemos que la desesperanza en torno a ella prenda, como ha sucedido con otras instituciones sociales. Aún estamos a tiempo.

¡Que la alegría sea siempre parte de mi vida!

Lutero decía: “Mi risa es mi espada, y mi alegría, mi escudo.” ¿Cuál si no es el sentido de la vida, que la felicidad?

El camino de la felicidad está plagado de dolor, pero no solo de dolor, también de alegría, incertidumbre, gozo, en fin, de todo lo humano. Envejecemos en el sufrimiento y rejuvenecemos en el humor. El sentido de un mundo de justicia y equidad, de derechos y deberes consagrados para todos; libre de ataduras y oscuridades, donde prime el valor de ser por el valor de tener, ¿no es sino un mundo de felicidad?

Alegria

Hay quienes se niegan el deber de la felicidad, negándoles a otros la posibilidad del bienestar y su desarrollo:: solo les mueve su egoísmo a ultranzas, sus deseos insatisfechos de tenerlo todo a cambio de despojar al otro de los indispensable incluso. Son seres dominados por el “tener” como única manera de llegar a ser, como si esto fuera posible. Su felicidad solo crece en la proporción que crece su riqueza material. De esos, hay muchos en el mundo, aunque sean muy pocos.

Hay otros que se aferran al clavo ardiente del destino, porque piensan que en un hecho fortuito, con altísimas probabilidades de no llegar nunca, depositan en el azar todas sus esperanzas de felicidad; la viven y experimentan cuando sienten que han estado muy cerca de lograrlo. ¡Qué ilusión, su felicidad está depositada en un globo, o en una suerte de rutina informática! Se pasan la vida esperando la felicidad que nunca llega.

Algunos otros se resignaron ya a alcanzarla después de la muerte, y para alcanzarla mañana, le dan sentido de sufrimiento a la vida presente. Han entendido que la vida “es un valle de lágrimas”. Para alcanzar la felicidad, piensan, hay que sufrir, y cuanto más, mejor.

Muchos otros, y cada día son más, se dejan atrapar por la lógica del presente de “tomar atajos”, encaminando su vida hacia la felicidad por el alcohol y las drogas, el sexo fácil y sin sentido, o adquiriendo cosas, sin que ellas fueran necesarias. Otros, en ese mismo camino, se aferran al yo, olvidando el nosotros, o incluso, el ellos. No les importa las consecuencias que sus actitudes encierran en el más próximo si se trata de alcanzar colmar sus deseos y sus necesidades. La sociedad contemporánea está plagada de múltiples modelos que nos venden ese sentido de vida.

Hay quienes, por la pérdida del sentido histórico de la vida, o del valor del significado que tiene una perspectiva futura, se encierran en la vida presente, como único camino para alcanzar la plena felicidad.

Hay quienes aún nos resistimos a arrojar la toalla, cansados de los desalientos y las frustraciones sufridas en el camino por una sociedad justa y equitativa. Aún tenemos la esperanza de que el mundo puede ser de otra manera, que la vida puede y debe cambiar. Que los seres humanos valemos más por lo que somos que por lo que tenemos o aspiramos tener. Que cantamos con Mercedes Sosa “todo cambia”, reconociendo con Serrat el valor de las “pequeñas cosas” que acontecen en lo cotidiano, en el día a día. Seguimos creyendo que habrá “un nuevo cielo, y una tierra nueva”, pero no en el paraíso que no existe, sino en aquel que se construye de manera irremediable, forjando nuevas maneras sociales de organización humana desde la escuela, que posibiliten nuevas maneras de actuar frente a nosotros mismos y frente a los otros, y desarrollando entonces una nueva conciencia de vivir y de ser feliz.

El camino de la felicidad se abre entonces en la búsqueda continua del ser, de lo que nos proporciona la condición humana de ser libres, en un ejercicio ético en y por la vida. Una vida ética centrada en el servicio al otro, sin la arrogancia que proporciona el poder de cualquier matiz y color con que se revista, sea éste político o religioso, o de cualquier otro. En la búsqueda permanente de la justicia y la equidad, sobre todo a contra pelos de una sociedad tan excluyente como la que nos ha tocado vivir. El que no puede vivir para servir, no sirve para vivir decía el Profesor Juan Bosch. Una vida ética que procura y busca el bienestar para todos, bajo el supuesto de que todos somos dignos para vivirlo.

La escuela está llamada a forjar las simientes de esta nueva vida, pero para ello, necesitamos forjar un nuevo magisterio centrado en esos valores y colocándose ante lo nuevo y el futuro en una actitud innovadora, frente a la vida y el deseo de vivirla plenamente. Se trata entonces de formar una nueva escuela, comunidad de aprendizajes que tiene como núcleo los sujetos que aprenden. Que forje nuevos ciudadanos para una sociedad nueva en proceso de construcción, donde el ejercicio de la ciudadanía empiece por el reconocimiento del derecho del otro y del deber personal.

No dejaré que el desaliento y la tristeza me haga sucumbir, y procuraré alejarme de quienes son un fastidio para el espíritu y la felicidad. Amén.