Definitivamente el mundo ha cambiado, y con él también han cambiado las ideas, creencias y muchas de las certezas que antes parecian inamovibles. Si algo es cierto, es la incertidumbre que impregna todos los dominios de la vida.
En el ámbito del conocimiento científico, los cambios en las teorías tomaban bastante tiempo, hoy los cambios en las teorías son más acelerados, y ello así, en cualesquiera de los ámbitos de la ciencia. Tal situación es lo que justifica que en el ámbito educativo pongamos mayor énfasis en aprender a aprender, que limitarnos al procesamiento de conocimientos establecidos.
Otro tema complejo tiene que ver con el impacto de los medios de comunicación en la construcción de modelos y estilos de vida, no siempre enmarcados en valores que presupongan a un ser humano libre, autónomo. Dichos modelos y estilos de vida se centran en el individualismo y el consumismo más rampante. El fetiche de la mercancia ya no respeta ni la vida infantil, la cual es objeto de manera contínua en un estado permanente de consumo superfluo.
Proporcionar sentidos a la vida y centralidad en valores fundamentales para el desarrollo personal y la vida en común, se constituye en un reto importante. En esta perspectiva, psicología-ética-educación, deben ser pensadas desde una perspectiva integral y holística.
A partir de los actuales desafíos, hay que configurar -como bien señala Lähnemann (2006) un marco global de objetivos en la perspectiva planteada en la Declaración de una Ética Mundial:
1) El aprendizaje para conseguir una tierra habitable.
2) El aprendizaje de una percepción adulta de las libertades y las obligaciones del individuo de acuerdo con los derechos humanos.
3) El aprendizaje para dar a la vida una forma llena de sentido.
4) El aprendizaje de una convivencia solidaria en las familias, las comunidades, los horizontes regionales e internacionales.
Todo ello demanda fortalecer una ética de la vida.