Hostos y meriño: dos perspectivas histórico – filosóficas de la educación dominicana

Este trabajo aborda las contradicciones ideológicas, políticas y religiosas presentes en la vida social dominicana de fines deL Siglo XIX, expresadas mediante la búsqueda de la comprensión y transformación de la educación dominicana, a través del punto de vista Hostosiano y las ideas de Meriño. Se analizan las posturas de Hostos y Meriño  en torno al papel que juega el proyecto educativo en el proyecto social de  nación; sus concepciones histórico-filosóficas, acerca de la cuestión cultural y la educación pública, destacándose las ideas fuerzas del pensamiento ético-filosófico en ambos.   Se aborda su disputa socio teológica, así como los puntos de encuentros más significativos entre ambos pensadores.

 

CONTEXTUALIZACION:

 Se podría afirmar que el último intento de reforma educativa, gestado al interior de la sociedad dominicana, el Plan Decenal de Educación, particularmente en su fase diagnóstica, constituyó un espacio plural en que las contradicciones ideológicas, políticas y religiosas presentes en la vida social dominicana, se evidenciaron en la búsqueda de una comprensión y transformación de la educación.

 Estas contradicciones no son nuevas, en tanto ya se habían expresado antes de la Primera República mediante la contradicción  fe y ciencia, como resultado de las ideas gestadas en el seno de la Revolución Francesa, reflejando las concepciones del mundo que tuvieron como escenario los Siglos XVIII y XIX;  y que trajeron como consecuencia la irrupción de la Burguesía y su expresión social y económica: el Capitalismo. 

 La constitución de esta nueva clase surge a partir del enfrentamiento del modo social prevaleciente, el Feudalismo, que conllevó a la negación de su significación histórica, con todo lo que ello implicaba. Tómese en consideración que el Renacimiento colocó al ser humano como centro de la vida, desplazando al Dios de la sociedad pre-renacentista. Con ello, el desarrollo de las ideas filosóficas sustentadas en una perspectiva empírico materialista, se constituyó en el soporte del pensamiento científico moderno, conocido hasta hoy.

 Esto supuso una nueva racionalidad, centrada  en la objetividad, la descripción de la realidad externa al sujeto y el control de la vida social y natural. Fue el escenario por excelencia para el desarrollo del paradigma científico dominante que hoy aún conocemos y que sigue marcando la vida científica contemporánea: el paradigma Hipotético-Deductivo. Este paradigma, producto de las ideas de Descartes y el desarrollo de la Filosofía Positivista de Augusto Comte, parte de tres supuestos fundamentales:

 a)      La ciencia es el único conocimiento verdadero: nada podía acceder a la verdad, si no era la ciencia.

b)      El método de la ciencia, la única vía válida de este conocimiento: Método experimental (cuantitativo, empírico).

c)      Y éste método está caracterizado por la descripción “científica” de los fenómenos, de ahí su negación de la hermenéutica y la subjetividad, como vía de conocimiento de las cosas.

 Esta concepción del conocimiento se sustentó sobre los siguientes principios:

 1)      La objetividad de la ciencia.

2)      La separación sujeto-objeto como condición indispensable del saber científico.

3)      La separación de la ciencia y la filosofía, como saberes independientes.

4)      La neutralidad del conocimiento científico.

 Así mismo, con la irrupción del capitalismo, la sociedad moderna se prefiguraba como secular y autónoma del pensamiento religioso. Por supuesto, en tales condiciones las corrientes ateas del pensamiento alcanzan su mayor expresión, particularmente en la Filosofía Dialéctica Materialista formulada por Federico Engels y Carlos Marx.

 La expresión de esta contradicción en la vida dominicana relativa al papel de la educación y la enseñanza de la religión en ella, quedó expresada en las diferentes cartas pastorales presentadas  antes del siglo XVIII, las cuales sustentaron la postura de que “enseñar la buena nueva significaba administrar de hecho la educación”, lo que requería que el aula se convirtiera en un espacio y en un medio de predicación. Con la Ilustración también el país vivió ese intento de desvincular a la iglesia de la educación y a la religión de las aulas. Se concebía la religión como un hecho privado y personal, delegado a la familia o a la propia comunidad religiosa, que no debía ni enseñarse ni practicarse en el aula.  Llegado al Siglo XIX se mantenía esta militancia anti-religiosa como una expresión de esa lucha paradigmática entre fe y ciencia;  y de cómo el Estado debía garantizar la libertad de todos los credos religiosos.  Todo esto se exacerbó con la dominación haitiana, continuadora del ideario de la Revolución Francesa. Los gobiernos haitianos cuestionaron la relevancia de la Iglesia Católica, sin embargo, no establecieron un sistema educativo sustitutivo del existente, por lo que en la vida de la nación, y específicamente en la vida educativa, continuaron expresándose las mismas  contradicciones, que con anterioridad habían permeado la vida de lo social.

 Como ejemplo de ello, es preciso señalar que la Constitución del 1844, una vez establecida la Nueva República, establecía la confesionalidad católica del Estado, adjunto a una llamada “libertad religiosa innata” del hombre (Ver Antonio Lluberes, pag. 7). Del mismo modo, la Ley de Instrucción Pública del 1845 postulaba la enseñanza religiosa en el nivel primario, más no en el nivel medio. Resulta interesante además, la declaración con la cual el Congreso de la República aprobó la creación del Seminario Santo Tomás de Aquino en 1847, invocada por el Arzobispo Tomás de Portes consignando lo siguiente: “Teniendo en consideración que la propagación de las luces naturales en las masas populares y el cultivo de las ciencias en las clases elevadas de la sociedad son el mejor y más firme apoyo de la libertad…”. (Pag. 8).

 Todo esto pone en evidencia que incluso el propio movimiento que gestó la construcción del Estado Dominicano no tenía resuelto tales contradicciones, lo que queda expresado claramente, tanto en la Constitución del 44, como en la Ley de Instrucción del 45, y la declaración del Congreso del 47, anteriormente señaladas.

 

IDEAS FUERZAS DE HOSTOS Y MERIÑO:

Es desde el influjo de este escenario que pretendemos enfocar la polémica entre Hostos y el Arzobispo Meriño, quienes parecieron representar estas dos concepciones del mundo, situados en una época de transición entre el colonialismo español y el colonialismo norteamericano.

Para Max Henríquez Ureña, en el Prólogo de la edición del 1968 de la obra Moral Social, la fuerza original del pensamiento de Hostos se sustentaba en la claridad, la entereza y la audacia con que exponía sus ideas, siempre comprometidas al servicio del bien y la verdad.  De acuerdo a Henríquez Ureña, la obra de Hostos estuvo ampliamente influenciada por el Positivismo y el kraussismo, cuya postura filosófica se centraba en proclamar el ideal del bien como suprema aspiración de la humanidad.

Desde esta perspectiva, para Hostos había que preparar hombres que en el futuro, fuesen los evangelistas de una nueva causa civilizadora. Para ello se apoyó en las Escuelas Normales, donde utilizó ampliamente el Método Inductivo – Deductivo, para estudiar la realidad y promover el hábito de razonamiento, en contraposición con la tendencia nemotécnica empleada hasta ese entonces.  En este sentido sus discípulos, producían no sólo un nuevo caudal de conocimientos, al mismo tiempo que se ejercitaban en el culto a la verdad, el bien y la justicia.

Según Hostos, “el destino final de los seres de razón conscientes es practicar el bien para armonizar los medios con los fines de su vida; la razón hace más dueño de sí al hombre, que es hacerlo más consciente; donde civilizar no es más que una vida de razón y de conciencia”.

La presencia de Hostos en la naciente República marcó un cambio en la perspectiva política no sólo del país sino de las Antillas. Sus planteamientos y propuestas tenían como punto de partida una visión global de la realidad de las Antillas y  los criterios políticos e ideológicos de su formación filosófica y jurídica. En ese mismo orden, podría decirse que su presencia en el escenario de la sociedad dominicana, transforma el ambiente intelectual dominicano, puesto que nadie hasta ese entonces se había hecho cargo de la tarea de formar a los intelectuales orgánicos de la educación, en la naciente sociedad moderna. Hasta ese momento la preocupación fundamental sobre la modernización se situaba en el desarrollo material de la sociedad, sin entender el papel que debía jugar la cultura en esa construcción de lo social. Por esa razón el papel de la cultura no podía ser improvisado, y mucho menos dejarse en manos exclusivas de la Iglesia.

El historiador Raymundo González, en una entrevista realizada para éste propósito, precisa que Hostos no introdujo en el país la ideología del progreso ni el positivismo, ya ambos conceptos tenían ya presencia e influencia en la vida intelectual dominicana y en particular sobre las expresiones liberales de la misma. Pero al mismo tiempo preciso, que él si fue el responsable de imprimirle un nuevo sentido a la idea del progreso y configurar con ella en el ámbito nacional, una conciencia moderna. Para Raymundo González, esto se manifestó en la renovación que experimentó la reflexión política y social al interior de la sociedad dominicana y en el impacto que produjo en la moralización racionalista de la sociedad.

El trabajo de Hostos puso énfasis en la necesidad de transformar la sociedad dominicana en una sociedad moderna. Consideraba que para lograr ese objetivo era importante dedicarse al estudio positivista de la sociedad. Esto implicaba el estudio de las verdades demostradas científicamente, sobre los hechos sociales y de las leyes que gobiernan esos hechos.

La Moral Social, según él, radicaba en su orientación al mejoramiento de la sociedad mediante la búsqueda consciente de la verdad científica. Desde su punto de vista, esta verdad lleva al bien. La moral social sustentada por Hostos provocó la revisión de la ideología del progreso a nivel nacional. Desde su punto de vista, la civilización no hace relación al progreso en si mismo, más aún, le da mucha importancia a la armonización de las condiciones sociales al medio social. Además de experimentar mejoría material, tiene que servir para el desarrollo espiritual de la sociedad. Esta manera de entender la civilización lo lleva a la valoración de conceptos claves en su pensamiento: racionalización (“hacerse cada vez más racional”), y conscifacción (“el conjunto de actos voluntarios para hacerse más consciente”)

Por su parte, Meriño sacerdote liberal, de criterio ecléctico y tolerante según Max Henríquez Ureña, advertía sobre una concepción de la ciencia desprovista de un sentido trascendente y de una clara definición atea, lo que a su juicio imposibilitaría la formación de un sujeto regido por la ética y la moral.

En su Carta Pastoral de 1886 no duda en señalar que “sin enseñanza religiosa, es decir, sin la enseñanza que afirma la existencia de Dios Padre Todopoderoso, la inmortalidad del alma humana, las relaciones estrechas entre el hombre y su Hacedor; sin esa enseñanza que extrae al hombre de sus miserias, …el corazón quedará siempre hambriento de verdad, abatido el espíritu en sus vigorosos vuelos, vacía la conciencia y gravemente mutilada la racionalidad humana”. (Pág. 18).

Así mismo, previene de las consecuencias de una escuela sin religión, creando las condiciones de la pérdida de la dimensión transcendente; de ahí que reafirmaba la escuela como espacio de la formación  moral y ética, y preámbulo de la formación religiosa. (Carta Pastoral del 1893).

Por otro lado, una escuela sin religión, para Meriño, es una escuela incapaz de formar la conciencia moral, “…sin ciencia ni conciencia, sin elevación de afectos y sentimientos, sin grandeza de carácter, apocada, sensual y materializada”. Entiende que la “fe religiosa es la única que, enderezando los pasos del hombre hacia su fin sobrenatural, le inspira verdadera elevación de sentimientos haciéndole amor lo justo, lo honesto y todo bien, dignificando de más en más su naturaleza”. (Carta Pastoral del 1895)

 

PUNTOS DE ENCUENTROS Y DESENCUENTROS EN HOSTOS Y MERIÑO.

  • En torno a la cuestión cultural:

 Precisamente Hostos, hombre preocupado por la verdad científica, muestra una gran facilidad para recuperar el valor a las expresiones culturales de lo cotidiano, que hoy se concibe como la investigación desde la cotidianidad. Desde ahí articula la rigurosidad de la vida académica, con la atención a la cultura cotidiana, dándole un sentido de unidad en búsqueda de la verdad.

 A su vez, podría decirse que su pensamiento se armoniza con las ideas de Meriño, en lo que respecta a la búsqueda del bien como razón última de la existencia y del conocimiento. Y este bien, según Hostos, es un bien trascendente, puesto que aspira a la transformación de la sociedad y de las personas. Además la concepción de cultura en Hostos, es dinámica, abierta y plural.  Favorecía que los gobiernos acogieran las migraciones como medio de aprendizaje social. No en balde la propuesta de una escuela moderna de Hostos se caracteriza por su apertura a las corrientes del pensamiento.

 Por su parte, el proyecto Hostosiano se ve bloqueado por la imposición unilateral del Estado Dominicano, antidemocrático y autoritario de Ulises Hereaux, quien se convierte en aliado de la Iglesia en el debate frente a las ideas hostosianas, no por compartir sus planteamientos ético – filosóficos, sino más bien porque era una manera de enfrentar políticamente a Luperón y a quienes como Hostos propugnaban por un Estado de Derecho, sustentado en las libertades públicas.

  Proyecto de sociedad – proyecto educativo:

 Para Meriño, la escuela es el espacio de formación de la conciencia moral, y por tanto la posibilidad de que los seres humanos sobrepasen su dimensión individual y personal, más allá de sus fuerzas biológicas y la mediocridad; todo esto como requisito fundamental para una sociedad moderna. 

 En Hostos, el proceso de formación de los y las ciudadanas le da importancia al desarrollo de la razón, considerando ésta como la vía al desarrollo del conocimiento, al mismo tiempo que a la conciencia de sí mismo y del entorno, requisito fundamental para el ejercicio de la responsabilidad personal y social.

 Con Hostos surge la preocupación por la educación pública como un movimiento social: escuelas nocturnas, sociedades literarias promoviendo expresiones culturales diversas, la creación de un periódico como medio de divulgación social, como espacios articuladores de la conciencia y la responsabilidad social. 

 Por su parte, para Félix Evaristo Mejía, el movimiento reformista del medio social y educativo de Hostos, estuvo orientado a la formación de ciudadanos para el ideal de la confederación Antillana, trascendiendo así del espacio escolar a la esfera de lo social y lo político.

 En la propuesta societal de Hostos, el papel de la reforma jurídica buscaba coherencia entre las fuerzas heterogéneas de la sociedad. Según éste, civilizar es hacer coherentes las sociedades que carecen de cohesión. La falta de cohesión era la responsable de las dificultades que había experimentado la sociedad dominicana en su vida republicana. Y sería, según Raymundo González, la espada de Damocles de su futura conservación como república independiente: o la civilización o la muerte como nación. Asumir las responsabilidades sociales que impone la vida civilizada a las naciones, era la gran tarea de la reforma jurídica a que aspiraba Hostos.

 Un punto común entre Hostos y Meriño es el referido a su concepto de nacionalismo, que aunque en el caso de Meriño no se orientaba hacia una concepción antillanista y americanista como en Hostos, sin embargo le llevó a  ser partidario de la independencia de la nación, por lo que veía con temor la creciente intervención norteamericana en el país; temor que se veía fortalecido por el carácter confesional no católico de una gran parte de la sociedad norteamericana.

 Aunque tanto Hostos como Meriño propugnaban por la necesidad de una sociedad moderna, en que la ignorancia, la pobreza y la desigualdad social fueran desterradas; ambos se situaban desde perspectivas diferentes. Con Hostos se inicia un cambio en la concepción del papel que juega la educación en la construcción del Estado moderno, y por tanto, es concebida dentro de un movimiento social y cultural amplio, como señaláramos anteriormente.

 Conviene señalar que según Antonio Lluberes, la disputa de carácter socio-teológico entre Hostos y Meriño giró en torno a la enseñanza de la religión y la moral social. En las Escuelas Normales, bajo la orientación de Hostos, no se enseñaba religión sino la moral social; apoyándose Hostos en la afirmación de que la religión no era materia de las aulas, sino del hogar y las iglesias. En cambio debía enseñarse una moral fundada en el reconocimiento del deber por la razón. A través de las Pastorales de Meriño y los artículos de Billini en el periódico La Crónica, la Iglesia Católica se opuso a esta posición de Hostos, tal y como manifiesta Meriño en la Carta Pastoral de 1895, cuando señala:

 “No se enseña religión en las escuelas, dicen, porque eso se debe hacer en el hogar ó en los templos; pero mientras tanto se atosigan las inteligencias de niños y jóvenes de uno y otro sexo con doctrinas que matan en sus almas las saludables creencias religiosas argumentándoseles, so pretexto de demostraciones científicas, que ni hay Dios, ni alma espiritual, ni vida eterna, á la vez que se pone empeño en inculcarles teorías hipotéticas y degradantes que depauperan la grandeza personal reduciéndola á la miserable condición del bruto animal, despojando á las conciencias timoratas de la fe salvadora y de los sanos principios morales que ella nutre y sostiene”. (Pág. 10, Op. Cit).

 De ahí, que Meriño ordenara a los sacerdotes enseñar catequesis en las parroquias al mismo tiempo que se formaran las Cofradías de la Doctrina Cristiana.  Las Escuelas Normales fueron calificadas por Meriño sin mencionar su nombre, de “Escuelas sin Dios”.

 La Moral Social Hostosiana representa el ideal máximo de sociedad a que él aspiraba. Su pensamiento, sin embargo, se veía mediado por la dinámica dialéctica que representaba esa concepción ideal de nación, moderna y equilibrada, entre el progreso espiritual y material y el atraso en que estaban sumergidas las sociedades antillanas, en su intento de avanzar hacia formas superiores, racionales y modernas. Las tensiones que provocan estas permanentes contradicciones, en el pensamiento de Hostos, es a lo que el historiador Raymundo González llama, “la angustia hamletiana del pensamiento hostosiano”.  Fue su angustia entre “el ideal y el ser”, o, entre la posibilidad y la realidad.

 Las élites dominicanas ilustradas, se prendieron de su pensamiento, y Hostos los puso a pensar en esa forma dual (eso que se cataloga como pesimismo dentro de la identidad dominicana) expresada en esa angustia entre el ideal y el ser. En esta angustia, para muchos aún se mueve el pensamiento dominicano. En tanto esa dicotomía hostosiana todavía no ha sido superada.

  Concepción de la escuela pública:

 En Hostos hay que rescatar la concepción de la escuela moderna, como una escuela laica, abierta ideológicamente, práctica; fundamentada en una concepción del Estado como manifestación de los derechos individuales, de ahí que no debe asumir creencia alguna. Las creencias son una expresión de la vida social, pero no una expresión de la organización de lo jurídico. Desde el punto de vista de Hostos, la escuela pública habría de ser una expresión jurídica del propio Estado.

 Es interesante resaltar la concepción tan amplia de la educación que tenía Hostos, la cual no se reducía al salón de clases, sino que está dedicada a la formación de hombres y mujeres comprometidos con un proyecto nacional y antillano; que desde su concepción ética, desborda lo personal individual, destacando las complejas relaciones que determinan nuestras prácticas sociales.

 Contrariamente, desde la perspectiva del pensamiento de Meriño, la religión católica es un elemento constitutivo de la enseñanza en la escuela. Por lo demás, la religión católica es considerada como un precepto constitucional, por lo que desde este punto de vista, el Gobierno tendría derecho a exigir que en los establecimientos públicos se enseñase la moral cristiana. (Jaime Domínguez, 1986, pág. 47).

  Encuentros y desencuentros:

 Los encuentros más significativos entre ambos pensadores, se sitúan en sus  concepciones liberales desde un punto de vista filosófico y en su empeño por llevar al país hacia la modernidad y la civilización.

 Tanto Meriño como Hostos orientan sus ideas y sus acciones, hacia la construcción de un proyecto de nación, caracterizado por la libertad democrática, orientado hacia la verdad científica, y propulsor del bienestar del medio social y de los ciudadanos;  aunque en el caso de Hostos su concepción iba más allá del espacio local, visualizando un proyecto antillanista y americanista.

 Una preocupación por el desarrollo de los sujetos unía también a Hostos y Meriño, de ahí la importancia que dieron a la formación sistemática, orientada al desarrollo del razonamiento y a la acción práctica. Una formación además fundada en una perspectiva transformadora, desde el punto de vista de la ética y la moral.

 En lo que respecta a la concepción de la moral y la ética, en Meriño se caracteriza por un énfasis en el desarrollo de valores que normen el comportamiento de los sujetos; en Hostos, sin embargo, se orienta hacia la búsqueda de la  verdad científica, que es el bien de la sociedad y de los ciudadanos visualizándolas como parte de un continuo entre la dimensión política y la dimensión social.

 Conviene señalar, que ambos se situaron en una perspectiva visionaria de la sociedad de ese tiempo de la historia. Ambos tratan de construir la obra republicana. En torno a ellos, y de manera particular en torno a Hostos, se reunieron los más liberales, logrando articular un grupo con preocupación por la construcción del Estado democrático, así como por la transformación de sus dimensiones políticas y jurídicas.

 Hostos era poseedor de  un pensamiento estratégico con un horizonte muy claro: su ideal de sociedad descrito en la Moral Social,  articulando lo micro y lo macro en una tensión productiva. “Lo grande se construye desde lo pequeño”, según decía el Maestro.

 Hostos junto a Meriño, sin medias tintas,  a partir de sus encuentros y desencuentros, llegaron a construir su propia síntesis, que aún hoy se continúa expresando en el escenario de reformas de la educación dominicana.

 

A Modo de Síntesis.

 A pesar de la Ley General de Instrucción de 1880 y 1901, ambos textos escritos por Hostos, el proyecto Hostosiano quedó abortado desde el Estado mismo, por la acción totalitaria de Ulises Hereaux.  Muy a pesar de ello, la influencia hostosiana siempre estuvo presente en la práctica de los maestros formados por él en la Escuela Normal.

 Con la invasión norteamericana del 1916 la expansión de la educación dominicana cobra en principio un nuevo empuje, con la Reforma hecha por Arístides Fiallo Cabral, en la cual se crean modalidades nuevas (primaria superior y primaria inferior), y se logra la ampliación del número escuelas a nivel nacional.

 Con la crisis del 1921 dicho intento se vio truncado por razones económicas, descontinuando el gobierno norteamericano dicho proyecto.

 En los años anteriores al 1930 las escuelas estuvieron regidas en el marco de lo estatal y lo municipal. Esto fue posible debido a la Ley del Impuesto de Patentes especializado para las escuelas por el gobierno de la intervención; el cual representaba aproximadamente un 10% de los ingresos por ese concepto (patentes). Sin embargo, el descuido por parte del Estado en sus obligaciones salariales a los maestros y el personal administrativo, llevó al Sistema Educativo a una nueva crisis.

 Con la llegada de Trujillo al Poder, la escuela dominicana fue constreñida a un nuevo rol: de control social y dominación ideológica. Su mayor desarrollo se verificó en los años 40, donde se le incorporó la Educación Católica por iniciativa de Monseñor Pittini. Esto no significó ninguna contradicción con el régimen dictatorial. No olvidemos la situación vivida entonces en Europa con sus regímenes totalitarios. Acostumbrado a enmascarar la realidad, el régimen  dictatorial proyectó la imagen de que conservaba lo mejor de la escuela Hostosiana, a la vez que había innovado en la enseñanza técnica y desarrollista, junto a la enseñanza religiosa. Esto se desprende de la encuesta publicada en el periódico El Caribe en el año l956 sobre la “Influencia de Hostos en la Cultura Dominicana”. Tal escuela es la que queda reflejada en la ley de 1951, forjada exclusivamente en el marco estatal despótico.

 Con el fin de la tiranía la escuela dominicana queda desprovista de un proyecto social de relevo, hasta entrado los inicios del Plan Decenal de Educación, a inicios de los años 90,  con las excepciones de los intentos de reforma de finales de los años 60 y principio de los 70, donde se logró tan sólo realizar reformas parciales: Los Liceos Secundarios de Reforma, y la reorientación de las Carreras de Pedagogía en las Universidades dominicanas.

 Como se aprecia, esta rápida panorámica acerca de las concepciones histórico filosóficas presentes en la educación dominicana, nos pone de relieve la ausencia de un proyecto estatal de escuela democrática, libre y práctica, conforme a la concepción de escuela moderna hostosiana, no obstante  el compromiso y decisión de la sociedad dominicana de entonces de asumir tal proyecto.

 Una vez más, y un siglo después, la sociedad dominicana tuvo la oportunidad de definir un nuevo paradigma educativo, a pesar de sus contradicciones, en el Plan Decenal de Educación, movimiento de reforma que intentó impulsar un proyecto socio educativo, de cara a una sociedad de hombres y mujeres libres, críticos y reflexivos.

 Aun está por verse el potencial de transformación que logró concitar ese amplio proceso de reformas en la sociedad dominicana de  fines del siglo XX, en procura de un ideal aún hoy inalcanzado.

 

Nota: Este trabajo es una versión resumida para los fines de ser presentado en el 4to Encuentro Internacional y 3ro. Nacional de Educación y Pensamiento, presentado por Julio Valeirón y Josefina Pimentel;  el mismo es autoría de Julio Valeirón, Josefina Pimentel, Rocío Hernández y Dignora García, producido en el año 2001, en el Marco de la Maestría en Administración y Planificación de la Educación. – PUCMM – IIPE – UNESCO.

Bibliografía:

 Billini, Francisco Xavier (1987). Francisco Xavier Billini. Obras IV. La Crónica 1883. Recopilación y Publicación de Monseñor Hugoo E. Polanco Brito. Santo Domingo.

 Domínguez, Jaime de Jesús (1986). La dictadura de Heureaux.Colección HISTORIA Y SOCIEDAD No. 66. Universidad Autónoma de Santo Domingo. Vol. CDLXXII. Santo Domingo.

 González, Raymundo y otros. (1999). Política, Identidad y Pensamiento Social en la República Dominicana. Siglos XIX y XX.  Academia de Ciencias Dominicana. Santo Domingo.

 Hostos, Eugenio María de (1968). Moral Social. Colección Pensamiento Dominicano. Julio D. Postigo e Hijos Editores. Santo Domingo.

 Lluberes, Antonio (1983). Notas históricas sobre la enseñanza de la religión católica en las escuelas. Estudios Sociales. Año XVI. Número 52. Junio-Agosto. Santo Domingo.

 Meriño, Fernando A. (1906). Cartas Pastorales y Circulares Importantes , Imp. La Cuna de América, Santo Domingo.

 Rodríguez Demorizi, Emilio (1939). Hostos en Santo Domingo. Volumen I. Imp. J.R. Vda. García Sucs. Santo Domingo.

 V. AA. (1956): La influencia de Hostos en la Cultura dominicana. (Respuestas a la encuesta de El Caribe), Editora del Caribe, Ciudad Trujillo (Santo Domingo)

Las Escuelas que Aprenden

El mundo de hoy:

Vivimos un mundo donde el conocimiento se ha constituido en un bien que establece la diferencia. Se habla de la brecha entre países y entre grupos humanos respecto al conocimiento, como una nueva categoría social para diferenciar a unos y otros, y sus posibilidades de éxito presente y futuro para alcanzar niveles significativos en su desarrollo económico y social. En este proceso, el uso del conocimiento y la tecnología, se constituye en un requisito y una condición importante.

Bruner (2000)[1] pone de relieve el impacto que tal situación plantea en el ámbito de la educación. Según él, es probable que hoy estemos ante una nueva y cuarta revolución educacional, influenciada por cambios en el entorno que penetran todos los dominios de la actividad humana. Estos cambios se refieren fundamentalmente a los procesos de globalización, a las nuevas tecnologías de información y comunicación, y al nuevo tipo de sociedad resultante: la sociedad de la información. “Hoy los esquemas de dominio que jugaron un papel fundamental en los años 60 y 70: desarrollo – subesarrollo; centro – periferia están dando paso a unas nuevas complejidades políticas, económicas, sociales y culturales. Esta realidad está marcando serias brechas, no solo entre los países, ya de por sí abismales, sino incluso entre las mismas generaciones dentro de un mismo país”.

La rapidez con que tales acontecimientos se suceden, llevan a Morín[2] (1999) a plantear la necesidad de educar en la incertidumbre, y de manera más precisa él señala: la educación del futuro debe volver sobre las incertidumbres ligadas al conocimiento (P.46).

En el ámbito del conocimiento los procesos avanzan muy rápido. Lo que en la Edad Media podía tomar más de 50 o 100 años para producirse y establecerse como conocimiento, hoy se produce a una velocidad significativamente menor. Tómese en consideración, por lo demás, que el acceso a dicho conocimiento estaba limitado a contadas personas, que al mismo tiempo, formaban parte de exclusivos centros de investigación universitarios, privados o de organismos de seguridad de estados, que además, se localizaban también en muy pocos países. Las publicaciones de la mayoría de esos estudios no trascendían, y cuando llegaban a la vida pública, podían incluso haber pasado ya, una o dos décadas. Por supuesto, no sólo nos estamos refiriendo a la investigación estratégica o militar impulsada en la carrera armamentista que soportaba la llamada Guerra Fría. Las publicaciones científicas apenas se difundían y conocían entre un exclusivo círculo de investigadores o intelectuales.

Hoy, la internet, ha revolucionado el mundo, y no sólo por la disposición de una gran cantidad de información, sino incluso por las innumerables redes que se van creando y desarrollando en todos los sentidos imaginables. Educadores, amas de casa, profesionales de todas las disciplinas, jóvenes, adultos, empresas, organizaciones de todo tipo han ido construyendo redes a través de las cuales se filtran informaciones de todo tipo, que les permiten a las personas disponer de ellas en muy breve tiempo. Manuel Castells (2002) a este respecto señala lo siguiente: Un aspecto esencial de las nuevas tecnologías de la Información, es su estructura de relaciones de red, que generan efectos de integración e interconexión, lo cual permite un mayor número de personas y lugares interconectados, produciendo a su vez mayores flujos de información. Para él, el “Internet no es una energía más; es realmente el equivalente a lo que fue primeramente la máquina de vapor y luego el motor eléctrico en el conjunto de la revolución industrial”.[3]

Según Castell (2002) la Internet representa una malla de redes que combinan oportunidades de negocios, servicios, entretenimiento, medios de enseñanza, aprendizaje y funciones bancarias, entre otras, que estarían impactando y transformando la vida del hogar, la educación, el comercio, los servicios de salud y hasta la vida del Estado y la política.

En el 1997, Castells[4] planteaba que “las redes constituyen la nueva morfología social de nuestras sociedades y modifican la operación y los resultados de los procesos de producción, experiencia, poder y cultura”. Para él “las redes crean una nueva organización social para las actividades del conocimiento, basadas en la innovación, la descentralización y la globalización, adaptándose a un nuevo entorno y a una nueva cultura, donde el tiempo y el espacio comienzan a cobrar una nueva dimensión”.

Sin embargo, de acuerdo al parecer de Bruner (2000), la red estaría lejos de ser inclusiva y ofrecer iguales oportunidades de acceso a diferentes sociedades, sino que reproduce, por el contrario, desigualdades de infraestructura, tecnologías, conocimiento y poder, prevalecientes a nivel mundial. Para principio de los años 2000, más del 90% de las personas conectadas a Internet, viven en los llamados países desarrollados.

Por otra parte, es la emergente Sociedad de la Información, con sus contradicciones y brechas a nivel global, la que proporciona el entorno donde se han de desarrollar los nuevos escenarios educacionales.

Según el punto de vista de Bruner (2000), la utilización de este nuevo potencial tecnológico estaría produciendo profundas mutaciones socioculturales. La revolución tecnológica convierte a los procesos simbólicos en parte importante de las fuerzas productivas de la sociedad, constituyendo el cambio tecnológico, y el capital humano factores decisivos en el crecimiento económico y la competitividad. Y es que el núcleo de la gran revolución científica y tecnológica de hoy lo constituye el conocimiento. No se trata de la tecnología en sí misma, ni mucho menos en los productos tecnológicos, sino más bien en el conocimiento que hace posible estos desarrollos.

Es decir, estamos en un mundo donde el conocimiento se constituye en la herramienta fundamental del desarrollo. Hoy los esquemas de dominio que jugaron un papel fundamental en los años 60 y 70: desarrollo – subesarrollo; centro – periferia están dando paso a unas nuevas complejidades políticas, económicas, sociales y culturales. Esta realidad está marcando serias brechas, no solo entre los países, ya de por sí abismales, sino incluso entre las mismas generaciones dentro de un mismo país. Es la brecha digital.

De esta forma los procesos culturales, incluidos la educación, entran en el ámbito del comercio y del mercado. La educación pasa a ser considerada como el factor clave en producir capital humano.  Las nuevas tecnologías, además proporcionan la reingeniería de las organizaciones, desde empresas hasta los gobiernos, en procura de adaptarse a una emergente sociedad de la información.

Es importante destacar, por su impacto en la educación, que en este nuevo modelo, al conocimiento se le reconoce como la fuerza que conduce a la productividad y al crecimiento económico, lo cual lleva a un replanteamiento del papel que juega la tecnología y el aprendizaje en el desempeño económico. (Valeirón, 2003).

En esta perspectiva, la educación debe ser capaz de responder a los retos que implica esta realidad que se nos sobrepone de manera irremediable. Definitivamente no es una cuestión de elección, se trata de ser capaces de contribuir, desde la educación, a que las nuevas generaciones desarrollen las competencias necesarias para enfrentar el mundo que les ha tocado vivir, armados por lo demás, de las actitudes y valores, que orienten en un sentido de justicia y equidad, ética y responsabilidad, su comportamiento personal y social. Todo ello significa, sin embargo, que aunque la escuela no puede soslayarse de esta realidad que se le impone, debe colocar por encima de todo la dimensión humana y social de su fin y propósito, que es principalmente: formar ciudadanos y ciudadanas para una sociedad democrática y participativa, productiva, ética y ecológicamente responsable. ( Valeirón, 2006)[5]

En este marco cabe la pregunta ¿qué es una escuela que aprende? ¿En qué sentido debemos de hablar de una escuela que organiza un conjunto de relaciones para propiciar que todos los sujetos, y de manera principal, los y las estudiantes, aprendan, en un mundo con semejantes características?

 

El camino hacia una escuela que aprende:

En el desarrollo de los procesos de aprendizaje se originan múltiples relaciones entre los sujetos, mediadas todas ellas, por los recursos de que dispone la escuela (planta física, materiales educativos y otros). Estas relaciones, que se organizan a partir de la concepción que sobre los sujetos se tienen y la manera que estos aprenden, se constituye en una Oportunidad Para Aprender (OPA) para todos ellos: los y las estudiantes desarrollan sus competencias e incorporan valores, actitudes, creencias; todo el resto del personal docente y administrativo, como también la escuela como organización,  aprende. Éste último, guiado por la experiencia acumulada y/o la práctica reflexiva. Si bien todo proceso de aprendizaje puede implicar una cierta actitud favorable hacia el objeto mismo del aprendizaje, la misma se espera sea más reflexiva y conscientes en la escuela que en los propios estudiantes. Se parte del supuesto de que la escuela se organiza precisamente con la intención de desarrollar dichos procesos en todos los y las estudiantes; es su razón de ser y su fin intrínseco. Santos Guerra (2000, 2002)[6] señala lo siguiente en ese mismo sentido: “La escuela tiene que aprender para saber y para saber enseñar, para saber a quién enseña y dónde lo hace”. Es decir, esa es su misión y como tal, tiene que entenderla, asumirla y comprometerse con ella. Todo ello supone, por supuesto, la dinámica permanente de acción – reflexión – acción. Esta dinámica pone de relieve la dimensión intencional de la escuela, como organización que se construye socialmente para desarrollar procesos de aprendizaje. El currículo se constituye, en esta intencionalidad, en el marco de referencia que debe guiar el accionar práctico y reflexivo de toda la comunidad educativa, es la carta magna de la escuela, pues en él se especifican los fines, propósitos, valores, estructura de contenidos, metodologías, actividades, etc., que se espera promuevan aprendizajes en un determinado sentido.

Una escuela que se defina así mismo como una escuela que aprende, debe ser capaz de promover e incentivar, en definitiva, desarrollar procesos reflexivos en todos los sujetos que son parte de ella, a fin de propiciar aprendizajes.  En esa dinámica se articulan los procesos de gestión institucional y de gestión pedagógica, el primero, como el marco de las acciones que la escuela desarrolla para propiciar un clima institucional favorable con su misión, el segundo, como el marco de las acciones que el maestro planifica y desarrolla en el aula como oportunidad para que los estudiantes aprendan. De esta manera, es importante comprender estos dos aspectos como parte de un mismo proceso que se piensa, decide y lleva a cabo, para alcanzar los propósitos en cada edad y etapa del desarrollo de los y las estudiantes. La Figura 1 expresa la dinámica de esta relación[7]. Por supuesto, está dinámica de la gestión educativa debe situarse en el contexto social y cultural en que se sitúa la escuela.

Por supuesto que esta racionalidad, esta manera de comprender la escuela como organización social para los procesos de aprendizaje, tropieza con una cultura escolar tradicional, centrada en la rutina, y en muchas ocasiones, la desmotivación.

Amenazas para una escuela que aprende:

Si bien la escuela está organizada para promover y alentar el desarrollo de los niños y niñas, así como los y las adolescentes, y personas adultas; además de que el personal docente está formado para el cumplimiento de tal propósito, no es menos cierto que la realidad de pobreza en que se debaten la mayoría de las escuelas, ha propiciado una cultura escolar que de manera general, choca con su propia misión y propósitos. Grinberg (1999)[8] señalaba seis aspectos propios de las escuelas no efectivas: los propósitos del proceso educativo, no son comunicados a los estudiantes, ni a sus familias, como tampoco aparecen explícitos en la acción pedagógica del aula; los contenidos curriculares no son asumidos por los maestros, ni en el discurso ni en la práctica; las estrategias de enseñanzas son principalmente memorísticas y rutinarias; la planificación se realiza de forma asistemática y discontinua. Sólo se realiza como cumplimiento formal a las instancias de supervisión; la pizarra continúa siendo el principal recurso empleados en el aula, y en la evaluación prima la medición de los conocimientos.

De lo que Grinberg habla es de una cultura escolar enraizada profundamente en el quehacer cotidiano de muchas de nuestras escuelas. Esta cultura puede incluso constituirse en una fuerte barrera para aprender nuevas maneras de pensar y hacer educación. Por lo demás, las viejas creencias de que los estudiantes son vagos, de que no quieren, ni les interesa estudiar, de que la pobreza no les ayuda a pensar, y como esas, muchas otras, puede impedir el construir nuevas creencias y conocimientos alternativos donde prime la confianza y la certeza de que los y las estudiantes cuentan con posibilidades reales de aprender.

Las actitudes, como predisposiciones de naturaleza cognitiva, que estructuran una cosmovisión ideologizada sobre los seres humanos, sus procesos y posibilidades, impiden muchas veces apreciar lo novedoso que pudiera ser la realidad, sustituyéndola por dichas predisposiciones.

Para generar una nueva conciencia, hace falta organizarse de manera diferente frente a la realidad y permitir que la acción reflexionada (praxis) cumpla con su cometido de propiciar una nueva manera de entender las cosas. De manera más precisa, en la medida en que las y los maestros, así como el resto del personal docente y administrativo de la escuela, reflexionen sobre su práctica, analizando y comprendiendo la dinámica de los procesos educativos, compartiendo experiencia, experimentando, estudiando, generando nuevas ideas, solo así se estará en condiciones de transformar esa forma ideologizada de comprender al hecho educativo, y de manera particular, a los propios estudiantes, posibilitando un proceso de construcción de una nueva cultura educativa.

 

Una Escuela que Aprende:

Existen diversos modelos sobre qué es una Escuela que Aprende. Al abordar el tema, Santos Guerra (2000, 2002) propone “una secuencia de verbos encadenados” que como tal se constituyen en un conjunto de acciones, o  quizás más aún, etapas que pueden crear las condiciones propicias (“bucles de reflexión, comprensión y cambio”, señala el autor referido) para alcanzar el desarrollo de una escuela que aprende. Estos son: interrogarse, investigar, dialogar, comprender, mejorar, escribir, difundir, debatir, comprometerse y exigir.

Según él, estos diez “verbos” deben conjugarse colegiada, ética y políticamente. En lo primero, colegiada, porque señala la necesaria participación de todos los actores; en lo segundo, ética, pues se trata de mejorar no sólo técnicamente, sino moralmente; y respecto a lo tercero, por el carácter ideológico, social y económico que estos procesos de cambios requieren y suponen.

 La actividad educativa es un continuo preguntarse, siendo la pregunta más importante si los y las estudiantes están aprendiendo. Esta pregunta debe ser constante pues la realidad cambia constantemente y con ella, todos y todas cambiamos. Una estrategia importante para una escuela que aprende, es siempre preguntarse si se está alcanzando el propósito principal de si los y las estudiantes aprenden. Pero la respuesta a ésta pregunta no puede ser sólo a través de “la intuición, de la suposición, de la arbitrariedad, de la rutina…” nos señala Santos Guerra (2000-2002), sino de la indagación rigurosa, la investigación.

 


[1] Bruner, José Joaquín (2000). Nuevas tecnologías y sociedad de la información. Documentos-Educación: Escenarios de Futuro. No. 16. PREAL.

[2] Morin, Edgar (1999). Los siete saberes necesarios para la educación del futuro. Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura – 7 place de Fontenoy – 75352 París 07 SP – Francia

[3] Castells, Manuel (2002). La dimensión Cultural de Internet.

[4] Manuel Castells (1977). The Information Society. Paris. Citado por Bruner, op. Cit. Pág. 12.

[5] Valeirón, J. (2006). Modelo de Gestión para la Calidad de los Centros Educativos. Secretaría de Estado de Educación, Santo Domingo.

[6] Santos Guerra, M.A. (2000). La escuela que aprende. Ediciones Morata, S.L. Colección Pedagogía. Tercera edición del 2002. Madrid, España.

[7] Valeirón, J. (2004). Una Propuesta Alternativa para la Evaluación y el Mejoramiento de la Calidad Educativa: Santo Domingo, República Dominicana. Santo Domingo. Tesis Doctoral.

[8] Grinberg, J. (1999). Desafíos y posibilidades para el futuro de la Educación. El papel del docente-líder. Primer Coloquio de la Universidad Torcuato Di Tella en Octubre. Buenos Aires.

Una escuela para los nuevos tiempos

El mundo de hoy es muy complejo. Los cambios se van sucediendo de manera continua y nos envuelven a todos. Las consecuencias del influjo de las comunicaciones y la globalización, nos colocan ante una diversidad de retos, en ocasiones, insoslayables. El hombre y la mujer de hoy se enfrentan a una realidad cambiante, donde las certezas suelen esfumarse de manera constante. Pero lo que es peor aún, vivimos una época en la historia de la humanidad donde nunca antes se había producido tanta riqueza, pero al mismo tiempo, las desigualdades sociales se han hecho más abruptas. La exclusión, la pobreza y la inequidad se reproducen de manera continua en todos los ámbitos sociales. Esa distancia genera consecuencias personales y sociales, que en la mayoría de las veces, niegan el sentido mismo de la vida humana. 

Frente a tal situación se plantea la necesidad de desarrollar una educación transformadora, que propicie y genere actitudes positivas hacia el cambio social, apostando por el desarrollo de seres humanos responsables personal y socialmente; que impulse el desarrollo de una cultura de justicia y equidad.

Una educación planteada desde esas perspectivas implica impulsar el desarrollo de una escuela que organiza un conjunto de relaciones que propicien en todos los sujetos procesos de formación integral y aprendizajes, especialmente de los niños, niñas y jóvenes, que en un ambiente de respeto, participación y democracia, promuevan valores sociales de solidaridad, trabajo y aprecio por la vida en su amplio sentido.

Para tal propósito, Coll propone un nuevo «contrato social por la educación», que partiendo de una visión amplia de ella, se apoye en una propuesta de impulsar y apoyar la formación de «comunidades de aprendizaje». Tal planteamiento presupone repensar la escuela, tras la búsqueda de nuevas maneras de hacer las cosas, es decir, nuevas maneras de pensar sobre los sujetos y sus aprendizajes, nuevas maneras de organizarnos para alcanzarlos y nuevas maneras de actuar en la dinámica de las relaciones que se generan en la escuela. Estas tres cuestiones implican transformar la escuela de un espacio memorístico y previsible, en una red de aprendizajes que hacen de la innovación y la experimentación su hábito, su manera permanente de actuar.