Quietud y silencio

No vayas tan deprisa, pues podrías perder la meta y no darte cuenta.

Los árboles suelen durar cientos, a veces miles de años y, sin embargo, permanecen siempre en el mismo lugar.

Para ejercitarte en el interior y encontrar las fuerzas innovadoras de la conciencia plena, debes aprender a permanecer en la quietud activa. 

La práctica asidua del taichi te revela todas las fuerzas de tu interior, que fluyen con el movimiento lento y suave, abierto y guiado por la intención que mana de tu inteligencia corporal.

Si permaneces en la quietud, es muy probable que te encuentres contigo mismo.

En la quietud puedes encontrarte con la actividad emocional-mental que controla tu comportamiento, y entonces, decidir o no continuar con la misma. Por ejemplo, puedes pasarte tu vida creyéndote victimario o víctima de circunstancia que solo residen en tu propio ego.

Durante toda la vida vas creando ideas de tí y de los demás que pueden resultar «falsas», pero al final de cuentas, en tu mente, son la verdad que te guía y predispone frente a tí mismo y los demás.

Descubrir nuestros prejuicios en la mente que piensa, analizarlos, eliminarlos o ponerlos entre paréntesis, puede significar un gran cambio en tu vida.

El temor o el miedo a cambiar es tan poderoso, que nos impide a veces encontrarnos con la esencia de lo que somos, quedándonos atrapados en las ideas falsas que hemos construido y forjado como realidad, durante nuestro pasado. 

Empieza por dejar de creer acerca de ti, lo que piensas, y de esa manera, permite que tu yo interior resurga de nuevo.

Muchas veces el verdadero temor reside en encontrarnos con nosotros mismos. Temenos a romper con el confort que nuestro propio ego a construido para justificarnos. 

Si quieres encontrarte contigo mismo, empieza acallando tu conciencia.

Si no logras callar, ¿cómo esperas encontrarte contigo mismo?

Tu cuerpo siempre intenta entrar en contacto contigo, sólo que el ruido permanente de tu conciencia no te permite escucharlo.

Antes de dormir, acalla tu conciencia y tendrás un sueño reparador.

No es el ruido de la calle, ni el de tu entorno el que te molesta, más bien es tu actitud de prestarle atención.

A las personas ruidosas, hay que dejarles su espacio, son un fastidio para el espíritu.

Si quieres comprender al otro, debes guardar silencio y escuchar.

¿De qué te sirve creer o pensar que eres tú quien tiene la razón si los demás no te escuchan?

Date tiempo a ti mismo, y calla más a menudo. En el silencio y la quietud puede residir un fuerte y sólido cambio para tu vida futura.

En Lucas, 23:34 se lee: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen». Su estado de conciencia los llevó a hacer algo que entendían posiblemente correcto. ¿Cuántas veces te comportas, incluso contra ti mismo, guiado por una falsa conciencia? Empieza entonces por perdonarte y darte una nueva oportunidad.

 

A veces basta una mirada o un gesto, y todo está dicho.

No trates de convencer al otro acerca de tus sentimientos, generalmente no pertenecen ni son del mundo de las palabras. 

Pareciera que el tiempo se nos acaba, pues vamos muy deprisa.

No siempre el silencio acalla nuestra conciencia. 

Generalmente tus ojos dicen lo que tu boca calla.

La juventud sigue creyendo en la escuela: una oportunidad que se debe preservar y aprovechar.

En nuestra reflexión anterior centrada en mi compromiso por la alegría y la felicidad, terminaba diciendo lo siguiente:

La escuela está llamada a forjar las simientes de esta nueva vida, pero para ello, necesitamos forjar un nuevo magisterio centrado en esos valores y colocándose ante lo nuevo y el futuro en una actitud innovadora frente a la vida y el deseo de vivirla plenamente. Se trata entonces de formar una nueva escuela, comunidad de aprendizajes, que tiene como núcleo los sujetos que aprenden. Que forje nuevos ciudadanos para una sociedad nueva en proceso de construcción, donde el ejercicio de la ciudadanía empiece por el reconocimiento del derecho del otro y del deber personal.

En el Estudio Internacional sobre Educación Cívica y Ciudadanía, los jóvenes estudiantes dominicanos dicen mantener un alto nivel (completamente) de credibilidad en la escuela (57.7%) por encima de otras instituciones como el propio gobierno y los gobiernos municipales, la justicia, la gente en general, etc., y ello a pesar de la situación que la caracteriza.

Tal credibilidad es una oportunidad que la sociedad dominicana no solo debe preservar, sino que incluso aprovechar para poder desarrollar en ella, las oportunidades que fueran necesarias para contribuir con la construcción de una sociedad dominicana diferente, forjando valores ciudadanos de convivencia, respeto, democracia, participación, criticidad, productividad, compromiso con el entorno, entre otros.

Pero, ¿qué es la escuela? ¿su mobiliario? ¿la estructura física? Por supuesto que no. La escuela la constituye el conjunto de relaciones que se desarrollan en los planteles escolares, y que le ofrecen a los niños/as y jóvenes la oportunidad de desarrollar sus conocimientos y competencias para la vida. Es el espacio social donde él se siente seguro, apoyado, respetado, confiado, motivado; el espacio donde puede desarrollar amistades con intereses comunes, espacio donde puede disfrutar de una situación diferente de la que encuentra generalmente en el entorno de su comunidad o de su propia familia; son estas, posiblemente, parte de las razones que le hacen mantener su alta credibilidad en ella.

¿Qué hacer para que la escuela no solo mantenga tal credibilidad, sino que cumpla con la sagrada misión de formar integralmente a las futuras generaciones de los ciudadanos y ciudadanas dominicanas? ¿Cómo debe organizarse la escuela para desarrollar un ambiente que construya significados en torno al tema de ciudadanía? ¿cuál es el perfil de maestro que la escuela dominicana reclama y nuestros jóvenes estudiantes necesitan?

Debemos convencernos, y voy a insistir en ello, que lo que hace la diferencia entre una escuela efectiva, de aquella que no lo es, siguen siendo sus maestros y maestras formadas, motivadas y comprometidas positivamente con el aprendizaje de todos los y las estudiantes, con las competencias necesarias para cumplir con su función de enseñar, gestionando todas las oportunidades necesarios para que estos aprendan.

Comentemos brevemente esto último:

  1. Maestras y maestros formados:

Que dominen las concepciones pedagógicas en las cuales se fundamenta el currículo dominicano; que comprenda los procesos de desarrollos que viven los estudiantes con los cuales trabaja; que se sepa articular procesos pedagógicos innovadores;

 

  1. Maestras y maestros motivados:

Consciente de las razones por las cuales han decidido formarse como maestros y maestras; que renuevan cada día las razones fundamentales de su opción magisterial;

 

  1. Maestras y maestros comprometidos positivamente:

Fuertemente convencidos y entregados a su labor de enseñar; que valoran cada minuto, cada hora y cada día en el arte de enseñar y provocar aprendizajes;

 

  1. Maestras y maestros con competencias para cumplir con su función de enseñar:

Con un fuerte dominio de la lengua española, así como del lenguaje de la matemática y las ciencias para comprender la realidad; un comunicador efectivo que articula un discurso comprensible y provocador de procesos de aprendizaje; un artista en el arte de crear e innovar oportunidades para aprender; propiciador de relaciones humanas fundamentadas en el respeto a sus compañeros y su entorno; modelo y guía en la generación de altas expectativas de aprendizajes en todos los y las estudiantes; que valoran los procesos de formación y evaluación continua.

Para ello, sin embargo, se necesita motivar y atraer a los mejores estudiantes del nivel medio, así como a otros profesionales jóvenes, para que vean en el magisterio una profesión digna, social y económicamente valorada, que cuenta con los mejores para formar a los ciudadanos y ciudadanas dominicanas. Esto significa revolucionar la política de formación de maestros y la propia carrera magisterial. Tal decisión no sólo que requiere una mayor asignación de recursos financieros, sino que este sostenga sistemáticamente en el tiempo. La sociedad dominicana en su conjunto debe colocar la educación como su prioridad tanto en la inversión pública, como en la defensa del espacio educativo. La escuela debe ser preservada, por encima de los intereses gremiales y políticos, por encima incluso de los intereses empresariales. No es posible construir una escuela de calidad con las condiciones precarias en que se desenvuelve el sistema educativo.

Estamos plenamente conscientes que dentro de ciertos límites de inversión (por lo demás altos) un aumento en el presupuesto no genera de manera proporcional una mayor calidad. Sin embargo, tampoco es posible desconocer lo planteado hace ya varios años por la UNESCO, que en la región latinoamericana para que la educación se encamine por el sendero de la calidad, se requiere una inversión de por lo menos el 5% del PBI.  El Plan Decenal de Educación 2008-2018 lo previó de manera gradual, sin que ello aún se constituya en una realidad.

Reitero, aprovechemos que nuestros jóvenes estudiantes aún valoran la escuela, evitemos que la desesperanza en torno a ella prenda, como ha sucedido con otras instituciones sociales. Aún estamos a tiempo.

¡Que la alegría sea siempre parte de mi vida!

Lutero decía: “Mi risa es mi espada, y mi alegría, mi escudo.” ¿Cuál si no es el sentido de la vida, que la felicidad?

El camino de la felicidad está plagado de dolor, pero no solo de dolor, también de alegría, incertidumbre, gozo, en fin, de todo lo humano. Envejecemos en el sufrimiento y rejuvenecemos en el humor. El sentido de un mundo de justicia y equidad, de derechos y deberes consagrados para todos; libre de ataduras y oscuridades, donde prime el valor de ser por el valor de tener, ¿no es sino un mundo de felicidad?

Alegria

Hay quienes se niegan el deber de la felicidad, negándoles a otros la posibilidad del bienestar y su desarrollo:: solo les mueve su egoísmo a ultranzas, sus deseos insatisfechos de tenerlo todo a cambio de despojar al otro de los indispensable incluso. Son seres dominados por el “tener” como única manera de llegar a ser, como si esto fuera posible. Su felicidad solo crece en la proporción que crece su riqueza material. De esos, hay muchos en el mundo, aunque sean muy pocos.

Hay otros que se aferran al clavo ardiente del destino, porque piensan que en un hecho fortuito, con altísimas probabilidades de no llegar nunca, depositan en el azar todas sus esperanzas de felicidad; la viven y experimentan cuando sienten que han estado muy cerca de lograrlo. ¡Qué ilusión, su felicidad está depositada en un globo, o en una suerte de rutina informática! Se pasan la vida esperando la felicidad que nunca llega.

Algunos otros se resignaron ya a alcanzarla después de la muerte, y para alcanzarla mañana, le dan sentido de sufrimiento a la vida presente. Han entendido que la vida “es un valle de lágrimas”. Para alcanzar la felicidad, piensan, hay que sufrir, y cuanto más, mejor.

Muchos otros, y cada día son más, se dejan atrapar por la lógica del presente de “tomar atajos”, encaminando su vida hacia la felicidad por el alcohol y las drogas, el sexo fácil y sin sentido, o adquiriendo cosas, sin que ellas fueran necesarias. Otros, en ese mismo camino, se aferran al yo, olvidando el nosotros, o incluso, el ellos. No les importa las consecuencias que sus actitudes encierran en el más próximo si se trata de alcanzar colmar sus deseos y sus necesidades. La sociedad contemporánea está plagada de múltiples modelos que nos venden ese sentido de vida.

Hay quienes, por la pérdida del sentido histórico de la vida, o del valor del significado que tiene una perspectiva futura, se encierran en la vida presente, como único camino para alcanzar la plena felicidad.

Hay quienes aún nos resistimos a arrojar la toalla, cansados de los desalientos y las frustraciones sufridas en el camino por una sociedad justa y equitativa. Aún tenemos la esperanza de que el mundo puede ser de otra manera, que la vida puede y debe cambiar. Que los seres humanos valemos más por lo que somos que por lo que tenemos o aspiramos tener. Que cantamos con Mercedes Sosa “todo cambia”, reconociendo con Serrat el valor de las “pequeñas cosas” que acontecen en lo cotidiano, en el día a día. Seguimos creyendo que habrá “un nuevo cielo, y una tierra nueva”, pero no en el paraíso que no existe, sino en aquel que se construye de manera irremediable, forjando nuevas maneras sociales de organización humana desde la escuela, que posibiliten nuevas maneras de actuar frente a nosotros mismos y frente a los otros, y desarrollando entonces una nueva conciencia de vivir y de ser feliz.

El camino de la felicidad se abre entonces en la búsqueda continua del ser, de lo que nos proporciona la condición humana de ser libres, en un ejercicio ético en y por la vida. Una vida ética centrada en el servicio al otro, sin la arrogancia que proporciona el poder de cualquier matiz y color con que se revista, sea éste político o religioso, o de cualquier otro. En la búsqueda permanente de la justicia y la equidad, sobre todo a contra pelos de una sociedad tan excluyente como la que nos ha tocado vivir. El que no puede vivir para servir, no sirve para vivir decía el Profesor Juan Bosch. Una vida ética que procura y busca el bienestar para todos, bajo el supuesto de que todos somos dignos para vivirlo.

La escuela está llamada a forjar las simientes de esta nueva vida, pero para ello, necesitamos forjar un nuevo magisterio centrado en esos valores y colocándose ante lo nuevo y el futuro en una actitud innovadora, frente a la vida y el deseo de vivirla plenamente. Se trata entonces de formar una nueva escuela, comunidad de aprendizajes que tiene como núcleo los sujetos que aprenden. Que forje nuevos ciudadanos para una sociedad nueva en proceso de construcción, donde el ejercicio de la ciudadanía empiece por el reconocimiento del derecho del otro y del deber personal.

No dejaré que el desaliento y la tristeza me haga sucumbir, y procuraré alejarme de quienes son un fastidio para el espíritu y la felicidad. Amén.