Hace unos días recibí un mensaje electrónico de una alumna de psicología que con esas palabras expresaba su deseo de sumarse al debate que han suscitado los textos integrados.
Ha sido y es interesante lo que ha acontecido en la sociedad dominicana respecto a la propuesta de mayor concreción curricular a través de los indicadores de logros, los textos integrados y el modelo pedagógico centrado en los aprendizajes con convergencia de medios. Honestamente preferiría hablar de centrado en los sujetos que aprenden, que deben ser el núcleo de cualquier modelo pedagógico. La presunción que subyace a esta postura, es la idea de que el aprendizaje es un concepto “¿polisémico?”, abstracto y, por lo demás, polémico en las ciencias psicológicas. Los sujetos, en cambio, son más concretos, situados y encarnados como seres “integrales”.
¿Qué interesante? Alrededor de esta estrategia innovadora, se ha suscitado por su propia naturaleza innovadora, una interesante polémica pública. De nuevo, pero con un interés inusitado de muchos sectores de todo tipo, lo educativo cobra su dimensión pública.
De esta manera, hemos sido testigos del planteamiento de intelectuales, curas, políticos, empresarios, educadores, universitarios y rectores universitarios, padres y madres de estudiantes, científicos sociales, periodistas… todos ellos interesados en que aportar sus ideas y reflexiones en torno a los referidos temas. Los intereses que mueven las razones de cada uno de ellos son muy diversas: desde aquellas que solo guardan las razones del beneficio económico, hasta de la aquellos centrados en el aprendizaje y la enseñanza de la lengua española.
La sociedad dominicana, a través de estos actores, y otros que no se han manifestado públicamente, se ha constituido en un aula que partiendo del debate sobre los textos integrados, se ha volcado a plantear ideas sobre procesos de aprendizaje, modelos pedagógicos, estrategias de enseñanza, en fin, todos ellos temas sustantivos al quehacer educativo. Un proceso social de construcción de saberes en el campo de la psicología y la educación ha cobrado vida. Los textos integrados, y no creo que esto estaba previsto en su planificación, han sido una herramienta para integrar conocimientos a través de su debate público. Una Comisión de Expertos incluso, nombrada por el Poder Ejecutivo, ocupa parte de su valioso tiempo en el análisis más sistemático del tema en cuestión; ya antes, la propia Academia de la Lengua abrió sus puertas a tales propósitos. ¡Qué bueno que así ha sido y acontecido! El Ministro de Educación, el maestro Melanio Paredes, ha propiciado con su decisión todo este debate, y eso nadie se lo puede regatear. Felicidades de mi parte, maestro Melanio, abrió usted el pandero, y esto ha permitido que afloren y florezcan las ideas sobre cuestiones importantes de la cuestión educativa.
Es interesante analizar en todo este proceso no solo la diversidad de actores concurrentes, sino también la diversidad de intereses que los mueven y el poder que tienen para que los mismos puedan prevalecer. Los actores más importantes del proceso educativo, aquellos que tienen que ver con el día a día del proceso enseñanza y aprendizaje, no parece tener voz en los medios: me refiero a los maestros (no a la ADP) y a los estudiantes. Parece que para los medios estos no son importantes. En cambio, aquellos cuya importancia en el proceso educativo concreto, o es muy baja, o casi no existe, son los que crean opinión pública movido por sus propios intereses confesados y no confesados. Los medios de comunicación y los comunicadores mismos, que son ambiguos cuando del tema de intereses se trata, manejan el tema según “soplen los vientos”. Hay otros actores que solo quieren, y lo hacen, aprovechar las circunstancias mediáticas para aparecer en “prensa”, algunos parecen buscar “tumbar el árbol” y luego “hacer leña del mismo”. Otros, que parece que han estado viviendo de espalda a la situación de la familia y, en sentido general, a la realidad dominicana, se “sorprenden” ¿ingenuamente? de las imágenes que se proyectan en los textos integrados. La sociedad dominicana, hace ya mucho tiempo que cambió, y con ella, sus propias instituciones de base, pero parece que no nos damos cuenta. Por último, sin que sean estos los últimos, hay otros actores que sin darse cuenta, o tal vez, “dándose cuenta” se “dejan ver el refajo”, son aquellos que parecen tener todas las soluciones al tema: quizás piensan que el Ejecutivo de la Nación podría dirigir su mirada hacia ellos por fin. “Hay de todo, como en botica”.
Hago un aparte para aprovechar la coyuntura que vive nuestra Alma Mater, la Universidad Autónoma de Santo Domingo, que elige nuevas autoridades. Quizás es el momento para que la misma se avoque a una profunda reforma de modelo pedagógico de formación profesional, y de manera muy particular, de la formación de los maestros y maestras, que serán y son los responsables de la educación básica dominicana. Con la misma fuerza e ímpetu con que debate los temas integrados, debería avocarse a un análisis profundo de su visión y práctica en la formación de los profesionales dominicanos. Solo las condiciones de sus aulas y pasillos son una “vergüenza” no dijo a la calidad educativa, sino a los seres humanos que depositan en ella la esperanza de su formación. Ojalá que las nuevas autoridades logren un mayor presupuesto, pero al mismo tiempo, con el presupuesto que tiene sea capaz de propiciar estos procesos de transformación y cambio. Y que los vientos del Movimiento Renovador de los años sesenta se dejen sentir en el sentido que la sociedad dominicana requiere hoy.
Ahora bien, todos ellos son actores de este proceso, y con los cuales hay que contar, cuando se trata de implementar innovaciones, sobre todo de la dimensión monetaria (perdón por lo de monetaria) que ello implica.
La esperanza es que se pueda retomar la sensatez. Lo fundamental de todo este debate no son los libros de textos, no es el modelo pedagógico centrado en los aprendizajes con convergencia de medios, no son tampoco los indicadores de logros. Son todos los niños y niñas dominicanas que esperan, sueñan, anhelan, y por derecho, aunque en silencio, exigen una educación que les asegure aprender, que les asegure que su vida va a cambiar con la educación, que su condición de pobreza se verá transformada y superada por una educación de calidad, que es su derecho y nuestro deber ético propiciar.